Lo que los ojos no ven

Capítulo 25.

CAPÍTULO 25

“SOFÍA”

Me resultaba curioso la forma en la que Hugo insistía en no cambiar de opinión, pero al pasar el momento lo hacía. Habría sido cansado si no se tratase de él, pero siendo totalmente sincera, había algo en eso que me atraía más a él, un sentimiento de querer cuidarlo y protegerlo para que nada malo le pasara, porque si lo hacía yo me sentiría culpable al no poder evitarlo. 

No podía alejarme, no mientras tenía aquel sentimiento atorado en mi pecho. No podía ni aunque quisiera, por mucho que me esforzara o me lastimara, y siendo claros, prefería lastimarme junto a él, que lastimarme al alejarme de él.

-Hija. -La voz de mi madre desde la puerta de mi habitación se hizo presente, sacándome de la profundidad de mis pensamientos en la soledad y tranquilidad de mi habitación-. El chico que te llevaba vino a verte.

- ¿Hugo? -Inquirí.

-Sí. Perdón, sabes que no soy muy buena recordando cosas.

-La única razón por la que no pierdes la cabeza es porque la tienes pegada al cuerpo. -Comenté divertida mientras me levantaba de mi cama para sentarme.

-Tampoco exageres. -Se defendió divertida.

-Dile que puede pasar. 

Escuché sus pasos suaves y rígidos al acercarse por el pasillo. Incluso con sus pisadas podía identificarlo debido a la peculiaridad de sus movimientos; como temeroso y alejado, intentando mantenerse rígido para verse más rudo.

Sonreí divertida al imaginarlo.

-Hola. -Dije haciendo mi mayor esfuerzo en ocultar mi euforia-. Me imagino que ya regresaste de la quimio. ¿Cómo te fue?

-Pues qué te digo. Se sintió tan mierda como siempre.

-Qué esperanzador... -Comenté divertida.

-Aunque no lo creas, sí. Y eso es precisamente lo que me asusta. -Suavizó su tono, no ocultando sus emociones o alejándose. Simplemente se abrió y se mostró real.

-No sé lo que piensas o cómo te sientes, pero sé que todo mejorará para bien., aunque no lo creas.

-Sofía.

-Sí, ya sé que crees que es estúpido, pero es la verdad.

-Sofía. -Endureció su voz acercándose un poco más.

-Solo lo decía, pero si te molesta no lo haré más.

-Santo cielo, sí que hablas demasiado. -Comentó burlón, más cerca de mí.

- ¿Qué tiene eso de malo? -Inquirí rentante.

-Solo dame tu mano. -Se acercó a mí y con su fría mano tomó la mía y la llevó hacia lo que parecía ser su cabeza, solo que con muy escaso cabello, tan corto que casi podía sentir su suave y frío cuero cabelludo.

-Tu cabello. -Musité confundida.

-Lo más preciado que me quedaba del recuerdo de mi padre iba a ser perdido por el cáncer. No pensaba darle ese lujo a esta maldita enfermedad; ya me quitó demasiado y no iba a permitir que me quite algo más, así que esta vez me lo arrebaté yo mismo. O bueno, no yo mismo, pero se sobreentiende.

-Eres muy valiente. 

-Soy muchas cosas, pero la valentía no es algo que me defina. -Elevó su cabeza ligeramente y fue cuando noté que estaba de rodillas frente a mí, para poder estar a la misma altura. Su cara tan cerca de la mía hacía que su respiración choque contra mí rostro, y su cercanía también hacía que sienta los latidos de su corazón. No sabía si me miraba a los ojos o desviaba su mirada hacia otro lado. No sabía siquiera si estaba tan intimidado como yo lo estaba.

-Cada paso, sin importar cuán pequeño sea, que lo hayas intentado ya es un acto de valentía.

-Eso qué importa. Nada de esto tendrá sentido si el cáncer vence en esta lucha. -Se levantó rápidamente y se alejó de mí, dejándome desolada por un momento.

Odiaba ese poder que tenía él en mí.

- ¿Eres estúpido o qué? -Me levanté de golpe, enojada al escuchar su triste y resignada actitud.

-Vaya. Parece que tú si tienes algo de valentía en tu interior. -Comentó con sorna.

-Dime una cosa, ¿por qué haces esto?

- ¿De qué hablas?

- ¿Por qué eres tan pesimista después de tener casi todo a tu favor?

-No sé de quién hablas, pero te aseguro que yo no tengo todo a mi favor.

-No, claro que lo tienes. Solo que no lo ves.

-Por Dios. -Comentó con cansancio.

-Tienes dinero de sobra para mantener un buen tratamiento, tienes a tu mejor amigo que te apoya a pesar de todo, me tienes a mí, que sin importar cuánto nos esforcemos en no hacerlo, caemos en el mismo juego de jalar y soltar.

-No lo entenderías. Nadie lo haría.

-Pues dime… Solo así sabremos.

-No importa. -Soslayó, pero no tenía intención de dejarlo pasar.

-Que estés aquí significa que te importa lo que yo piense. -Musité escuchando los latidos de su corazón acelerarse.

-Que esté aquí significa que estoy en contra de lo que siento.

-No. Que estés aquí significa que estás siguiendo tus sentimientos. -Me acerqué a él, sintiendo su presencia no muy lejana. Busqué su cuerpo con mi mano y posé mi mano sobre su pecho. Él no se movió ni intentó hacerlo, y la falta de movimiento hizo una gran señal. Lo rodeé con los brazos y apoyé mi cabeza en su pecho, él dudó por un momento y luego posó sus manos alrededor de mi cintura y permanecimos abrazados por un momento. Uno tan corto, pero igual de largo como para sentir los latidos de su corazón ir al mismo ritmo que el mío, tan largo como para grabarme su peculiar aroma a cítricos y pino, sentir su respiración tan entrecortada como la mía, y sentir el mismo sentimiento que yo tenía hacia él.

- ¿Qué me estás haciendo? -Susurró entre jadeos, luego de un escaso momento de silencio. Me alejó suavemente de él y me sostuvo de ambos hombros, manteniéndome en frente suyo.

-Absolutamente nada. -Confesé sintiendo mi respiración entre cortarse. 

-Ese es el problema. -Espetó para luego callar y acercarse a mí en una fracción de segundo, juntando sus labios con los míos por un momento tan corto y tan intenso a la vez. Algo que me dejó anonadada, pero también contenta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.