Lo que los ojos no ven

Capítulo 26.

CAPÍTULO 26

“HUGO”

Noviembre 22, 2017.

 Respiré profundo estando a un paso de la puerta de entrada de la casa. Sabía que dentro me encontraría con mi contrariada madre, que al solo asomarme por la puerta empezaría con sus cuestionamientos y comentarios demasiado estúpidos como para ser mi madre.

Acomodé mi guitarra que colgaba de mi hombro gracias a una correa de color negra. Abrí la puerta e ingresé suplicándole al cielo que mi madre no estuviera en casa o simplemente que se hubiera ido a dormir.

Mi vida hubiera sido completamente distinta si tan solo se hubiera ido a dormir. Aunque una parte de mi siente que fue lo mejor.

Qué estúpido.

- ¿Dónde estabas? -Cuestionó mi madre levantándose del sofá con enojo en cada uno de sus movimientos.

-Ya tengo dieciocho. No necesito pedirte permiso para salir o llegar tarde. -Pasé de largo siguiendo con mi camino hacia las escaleras.

-Que tengas dieciocho no significa que no pueda controlarte. Mientras vivas bajo mi techo vas a seguir mis reglas. Así que más vale que esta sea la última vez que llegas tan tarde a estas horas de la noche. -Espetó con severidad.

Yo solté una carcajada cínica al escucharla. Me detuve a mitad de las escaleras y giré sobre mi eje para tenerla en frente. No sabía de dónde o cómo, pero sentía que tenía el poder y el valor de escupirle la verdad a mi madre. No porque era una forma de defenderme, sino como una forma de defender a mi padre, que no pudo hacerlo él mismo para no lastimar a Sergio y a mí.

- ¿Si no obedezco qué vas a hacer? ¿Pegarme tal vez? ¿O encerrarme en mi habitación y dejarme sin comer? Oh, no. Ya sé. Seguramente vas a quitarme cada una de mis cosas… No, no. Eso no puede ser, porque sabes que ya tengo edad suficiente como para manejar el dinero que me dejó papá y comprarme lo que yo quiera. Aunque realmente eso es lo que te preocupa; que malgaste el dinero de papá y que tu no veas ni un solo sol. Te molesta que no puedas hacer nada para quitarme algo que no obtuviste porque no te lo merecías. -Bajé dos escalones con suavidad, sintiéndome fuerte y con el valor de poder decirle lo que sentía. 

Ella subió un par de escalones y por un momento pensé que se quedaría sin hacer nada, pero grande fue mi sorpresa al recibir un golpe en la cara con la palma de su mano derecha. Tan duro que me hizo voltear la cara hacia un lado y en menos de un segundo me ardió la zona del golpe tan intenso como las llamas del infierno o el mismo sol.

-Tu jamás vas a ser feliz, porque no dejas que los demás lo sean... No me dejas ser feliz, de la misma manera que no dejaste ser feliz a papá… Él pudo haber cometido muchos errores, pero no merecía vivir el mismo infierno junto a ti. -Espeté en alarde de rabia que me hacía arder más mi garganta que la cara lastimada por el golpe.

Me di media vuelta e intenté subir las escaleras, pero mi madre jaló de mi guitarra con suficiente fuerza como para romper la correa y arrebatarme el instrumento.

- ¿Quieres volverme la villana? ¡Pues seré la villana! -Vociferó y en una fracción de segundo pude ver la ira recorrer sus ojos, pintándolos de un café oscuro y dándole un aspecto tan tenebroso que podía sentirlo sin siquiera mirarla.

Tomó mi guitarra desde el mango y con toda la fuerza que le otorgó la rabia, la estrelló contra el suelo, rompiéndola en cientos de pedazos que nunca más podría volver a unir, al igual que mi corazón y todo rastro del más mínimo sentimiento de amor que pudiera llegar a tener hacia ella.

Un par de lágrimas brotaron de mis ojos y comprendí a partir de ese momento que los pedazos de lo que alguna vez estuvo roto, simplemente se hicieron polvo y se los llevó la más intensa de las tormentas.

-La música fue lo que causó todo esto desde un principio. -Espetó entre jadeos.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y en muy poco tiempo se transformaron en dos cascadas de las cuales no dejaba de fluir agua con brusquedad. 

Mis piernas temblaron y me sentí desvanecer, pero me apoyé en la baranda de las escaleras y desahogué toda mi pena sentándome poco a poco en uno de los escalones, sin despegar la mirada del último regalo que me hizo papá, hecha pedazos como mis sueños.

Mi madre subió las escaleras junto a mí sin un poco de pena.

-Te odio. Te odio como no tienes idea y espero que jamás encuentres la felicidad. -Le dije con toda la rabia y tristeza que podía sentir. Y de alguna manera inhóspita, lo que yo le dije tuvo efecto más en mí que en ella.

-Hace once años que dejé de creer en la felicidad, cuando tu amado padre me contó toda la verdad. 

-Al menos él fue sincero.

- ¿Y de qué me sirvió su sinceridad si el daño ya estaba hecho y era irreparable? ¿De qué me sirvió su arrepentimiento si ya nos había arruinado la vida? -Pronunció con la voz quebradiza y simplemente siguió con su camino hacia su habitación.

Yo me quedé sentado. Rompí en llanto, conociendo y abrazando por primera vez a mi soledad. Lloré sintiéndome solo, sintiéndome en lo más profundo de un hoyo, sintiéndome en miles de pedazos y en el lugar menos indicado como para seguir lo que yo conocía como vida.

Inhalé hondo y me recompuse. Me levanté del suelo y caminé hacia mi habitación para preparar una pequeña maleta con algunas cosas, las que alcanzaran y realmente sean necesarias. Caminé hacia la puerta de entrada y junto a ella vi una foto enmarcada. En la foto estábamos Sergio, papá y yo. La levanté y mi corazón se encogió ante la tristeza de lo mucho que extraña a papá y lo mucho que dolía no tenerlo junto a mí.

Salí de esa casa dejando cada recuerdo que tenía de lo que alguna vez conocí como familia. Dejé mi vida y reproché todo sentimiento de nostalgia.

 




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