Lo Que Nadie Sabe De Ti

9: Elefantes rosas

 

—Me alegra que te lleves bien con ese chico, Tony —mi abuelo muerde su pan con huevo frito y salchicha.

Los domingos no hacemos nada especial. Cuando papá sí está, él nos lleva a algún restaurante no muy caro y comemos algo de comida decente. Luego de eso vamos a un supermercado para comprar cosas que nos tienen que durar dos semanas y regresamos sin hacer más.

No vamos al cine, no vamos a ningún lugar turístico y mucho menos pasamos las tardes jugando cartas como los vecinos. Cuando papá está cerca es como si tuviéramos que actuar apagados, casi no hablamos y cuando lo hacemos, es en voz baja.

Mi padre no es la peor persona del mundo pero si es bastante irritable. No solo por las cosas que dice sino por lo que hace, si está buscando algo no le importa tirar y desordenar todo, me regaña por cualquier cosa, hasta por lo más mínimo y odia que escuche música en mi habitación aunque sea con volumen bajo.

Ya me acostumbré a su personalidad y carácter, ya no me molesto y simplemente lo ignoro. Gracias a Dios él solo está aquí los domingos y algunos días donde no tiene que llegar a la oficina, pero incluso cuando tiene día libre, busca como estar lejos de la casa.

No es un hombre abusivo, jamás me ha golpeado ni siquiera para  corregirme o algo, tampoco me insulta o me maltrata verbalmente y mucho menos a mi abuelo, pero eso no significa que las pocas veces que ha dicho algo ofensivo, no me ha marcado.

Son las heridas internas las que tardan mucho tiempo en sanar.

Las mías aún no han sanado.

—A penas nos conocemos —le recuerdo a mi abuelo terminándome mis panqueques fríos llenos de miel de maple—. No diría que nos llevemos bien.

—Lo haces —sonríe y limpia la grasa de su boca con una servilleta de papel—, si no te llevaras bien con él no pasarías tiempo con ese chico, tú no eres de complacer a la gente. Si no te gusta algo lo dices y ya, sin duda le has visto algo bueno.

Suspiro. —Pues no es mala persona pero tampoco somos amigos.

—Aun —sonríe—. El otro muchacho es igual de carismático, es bastante agradable —habla de Hugo—. Él me hace muchas preguntas, le gustan mis historias. Hoy quiere venir a verme con su abuelo, me siento agradecido de haberlos encontrado, ¿tú no?

Tomo mi café con hielo y bastante azúcar, preparado por mí. —Yo me alegro que tu tengas a tu amigo de vuelta —muevo mi cabello hacia un lado—. Me gustaría saber más de su amistad, ¿Cómo se conocieron? Sé que estudiaban juntos pero como fue la primera vez que se vieron.

Él se queda un segundo en silencio. —Bueno, era mi vecino y nuestros padres trabajaban en la misma fabrica, eventualmente nos hicimos amigos —le da otra mordida—. Era un chico muy simpático, él siempre me metía en problemas, solíamos entrar a jardines de las personas con mucho dinero solo para jugar un rato con sus perros bien peinados.

Río. — ¿En serio? —Siempre pensé que mi abuelo era el rebelde de su generación, al parecer el señor Bradford era un poco más alocado—. ¿A qué edad dejaron de verse?

Entorna los ojos. —Nos vimos un tiempo después del ejército, creo que tendría yo unos treinta y algo. No recuerdo mucho de eso, estábamos ocupados con otros trabajos, la vida siguió su curso y bueno, pensé que jamás lo volvería a ver.

—Ya veo —otro sorbo a mi café—. Vaya, fueron amigos por mucho tiempo, por eso te veías tan feliz.

—Nunca se olvida al primer amigo —asegura sonriendo—. Bradford siempre permaneció en mi memoria, tenía mucha esperanza de verle de nuevo.

—Ahora vive al lado —le digo—. Tienes suerte.

Él suelta una carcajada. —Tal vez este cambio era necesario para todos, para nosotros dos en específico —me mira, elevando sus cejas—. Ahora tú tienes nuevos amigos y tal vez, un futuro novio.

— ¡Abuelo! —Le grito—. Abuelo, te prometo por todos los pingüinos del mundo que no me gusta en absoluto Anthony.

Él presiona los labios. —Pero te cae bien, ¿no? Y lo veras esta tarde.

Bufo. —Tu veras a tu amigo y no te gusta —replico—. Mira, es cierto, nunca había pasado tiempo con nadie que no fuera por obligación o por la escuela pero no significa nada. Anthony no es un bobo que habla de las chicas, autos y tonterías, él ve la vida de otra forma y eso me agrada. Creo.

Mi abuelo se levanta y me da un abrazo por detrás. —Mi Belle, necesitas saber que tú tienes tanto derecho de amar como cualquier otra persona.

Suelto aire. —Abuelo, la palabra “amar” es muy fuerte y te prometo que no sentiré eso, probablemente en mucho tiempo.

O quizás nunca.

—Ay, Belle —me dice caminando en dirección a la cocina—. Si supieras que el amor no respeta ninguna regla, el amor aparece cuando se le da la gana y depende de ti si lo quieres hacer funcionar.

Veo su espalda un poco encorvada y suspiro, quizás él diga eso por enamorarse de una mujer tan diferente a él como era mi abuela pero a mí no me pasará eso. Es cierto, no puedo controlar completamente mis emociones pero si puedo frenarlas y sobre todo, ocultarlas.

Soy buena haciendo eso.

 

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Estaba sentada al frente de mi casa con mi cuaderno sobre las piernas, tenía un bolígrafo de punta fina y estaba haciendo nada más que garabatos.

Tenía mis audífonos conectados a mi teléfono y dejé que la música se reprodujera en aleatorio, según el estilo de la canción iba dibujando algo.

Subo la mirada cuando noto que alguien está acercándose, es Hugo. Lleva una camisa blanca y unos pantalones negros, como si acabara de venir de algún lugar importante.

—Hola —levanta una mano, con la otra se mueve el cabello ondulado hacia atrás.

Me quito un audífono. —Hola —respondo, sin agregar nada más.

Él sonríe de lado. — ¿Esperando a mi hermano?

La verdad sí estaba esperando a Anthony, me dijo que regresaría como a la una y media así que me senté aquí desde la una de la tarde para distraerme un poco mientras que mi abuelo está adentro viendo el noticiero. —No, solo estoy dibujando.




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