— ¿Es enserio? —pregunto, juntando las cejas.
Vaya, cada vez más, Anthony me sorprende.
Él no solo es un chico de dieciséis años, casi diecisiete, que colecciona historias de personas al azar, sino también escribe libros y sobre todo, lee libros.
Pero no cualquier tipo de libros.
Libros de romance…
—Tienes que estar bromeando —intento tanto no reírme.
Él baja los hombros y mira hacia el techo. —Ya, ríete de mí —suelto una carcajada—. No me importa, son muy buenos.
—Anthony, ¿Por qué lees esto? —pregunto, observando los nombres en las portadas.
Él toma uno con portada anaranjada, un chico y una chica tomados de la mano y caminando sobre un muelle. —Porque tengo un corazón, Isabelle —responde—. Además, me gustan. Me entretienen.
—Pero si son puro clichés aburridos —respondo, fingiendo que en ocasiones no me gusta ver alguna película cursi.
Niega y toma otro, ahora son dos chicos frente a una fuente. —No todos son así, he dejado únicamente mis preferidos. Cuando leo uno y no me gusta tanto, los dono a la iglesia, ellos tienen una biblioteca para personas con pocos recursos y las personas pueden llevárselos gratis.
— ¿Gratis? Vaya, es genial —no leo mucho, al menos no tanto como él pero los libros no son baratos.
Se encoge de hombros y deja los libros en su lugar. —Son para las personas que la iglesia les da como una membresía, estudian su vida familiar y se aseguran que realmente necesiten ayuda económica, para que no vayan personas que se aprovechen y le quiten la oportunidad a quienes si lo necesitan, también les dan ropa y comida.
—Oh —me parece una buena idea—. Genial —miro sus libros de nuevo—. Aun así no justifica que leas esto, pensé que te gustaba la fantasía y las historias más de misterio.
—Si me gustan —toma uno de portada negra con letras doradas—. Como este, tengo de fantasía pero también leo romance, leo de autoayuda, de superación personal, de terror y de misterio. De todo un poco pero el problema con esos libros es que una vez que los lees, ya sabes el punto del libro. Con los de romance puedes leerlos una y otra vez y vuelves a sentir lo que sentiste la primera vez que los leíste.
Sonrío. —Te queda el apodo de Romeo, ¿De casualidad no tienes Romeo y Julieta?
Toma un libro de portada blanca. —Aquí está, ¿ya lo leíste?
—En la escuela, hace unos años —recuerdo que no me gustó.
Me lo da. —Léelo de nuevo, te gustará.
—Lo odié —confieso—. Romeo y Julieta no se me hacen románticos, me caen mal y no soporto la forma en que está escrito.
Anthony me quita el libro de la mano y lo vuelve a guardar. —Entonces te daré otro para que leas, sé que te gustará —toma uno de portada azul—. Este es muy bonito, es diferente a lo que esperas. No es un cliché.
Lo tomo y leo la contraportada. Es sobre un chico, una chica y un perro. Al parecer el chico tiene problemas, algo así como ansiedad social, la chica tiene un secreto y el perro vive en la calle.
Bueno, al menos no se trata del “Chico de al lado”
— ¿Del uno al diez que tan cursi es? —pregunto viendo la portada, que es de una chica rubia, un chico de cabello oscuro y un perro blanco.
—Cero —sonríe—. El romance no siempre es cursi. Te gustará, léelo.
—Bien —suspiro, ¿Por qué dejo que Anthony me convenza de leer estas cosas?—. Lo haré, ya te contaré que me pareció.
Asiente, viéndome a los ojos. —Bueno, tendré que echarte de mi habitación por unos minutos mientras me cambio —sonríe y se quita las gafas—. Sino mis padres si pensarían cosas raras.
Ruedo los ojos. —Créeme, no quiero ser testigo de ese momento —camino hasta la puerta—. Iré con tu hermana, te veo abajo.
—Claro —responde y yo cierro la puerta.
Veo el libro, no es tan grueso lo cual es bueno, no puedo leer libros muy largos. Me aburren muy rápido, necesito lecturas agiles y que sepan mantener mi atención, sin tanto detalle innecesario y aburrido.
Espero me guste, aunque si está en la sección de romance juvenil es probable que no, aun así le daré una oportunidad.
Ahora entiendo porque todos dicen que Leonor es una mala perdedora.
Ella cambia las reglas del juego, esconde piezas y cambia de posición las que ya están sobre la mesa. Hemos jugado cinco partidas y en todas ella ha “ganado” yo no discuto nada, solamente me río, pero Anthony intenta probarle que sí hizo trampa.
—Así no —él reclama—, devuelve la pieza.
Leonor suspira dramáticamente. —Tony, no mientas, el abuelo dice que es malo mentir.
—El abuelo también afirma que eres una tramposa —responde en tono infantil.
—No es cierto —ella junta sus cejas.
—Sí es cierto —contesta Anthony.
— ¡No es cierto! —se cruza de brazos.
—Que sí —él la imita—. Sí es cierto.
—Ya me aburrí —afirma Leonor y junta todas las piezas para guardarlas—. Tony no sabe perder.
Él resopla. —Esa eres tú, ricitos de oro.
— ¡Aprende de Belle! —Le saca la lengua—. Tu novia no está llorando como un bebé.
¿Su qué?
Parpadeo varias veces. —Leonor, yo no…
— ¡Tú eres la bebé! —le responde Anthony, señalándola.
Leonor le sigue sacando la lengua y hace un baile moviendo sus hombros. —Perdedor, perdedor, perdedor —se aleja cantando.
— ¿Ves que no sabe perder? —Anthony se recuesta en el sofá y suspira.
Yo ayudo a guardar las últimas piezas. — ¿Por qué dijo que soy tu novia? —lo interrogo—. ¿Qué le has dicho a tu familia para que hagan esas preguntas?
Anthony se detiene y me sonríe. —Que estás enamorada de mí y nos casaremos en otoño —lo miro juntando el entrecejo y él comienza a reír—. Estoy bromeando, no les he dicho nada. Mira, yo no tengo amigos y eres la primera chica que no huye de mí, una chica de la escuela es la única persona que me habla pero no somos tan cercanos como para pasar tiempo fuera de la escuela.