Lo Que Nadie Sabe De Ti

11: Más y más tiempo con él

 

—Es… —me aparto un poco—, no suelo llorar pero, um, a veces me pregunto por qué la vida es así.

Anthony hace una mueca. —Lo sé pero cuando escucho a personas como ella me doy cuenta que todos tendremos días malos y días buenos pero depende de nuestra actitud antes la adversidad para seguir adelante.

Sonrío un poco. —Deberías escribir libros de autoayuda, te sale natural.

Él también sonríe. —Lo sé, quizás me dedique a eso —eleva una ceja—. Quizás sea tan famoso que de conferencias en estadios y cuando me pregunten quien me motiva, les diré que Isabelle Moss.

Aprieto los labios intentando no reírme. —Entonces, um, ya no queda nada más por hacer… —ya escuché la grabación y supongo que ahora querrá pasar tiempo con su familia.

Se ajusta las gafas. — ¿No quieres hacer algo más? En este lugar no hay nada interesante pero, si quieres… um, podríamos caminar o, bueno, no sé…

Sentí algo dentro de mí, no estoy segura qué. — ¿Quieres seguir pasando tiempo conmigo hoy? ¿No tienes algo que hacer?

Eso sonó ofensivo y él me mira confundido, pero como yo soy yo, no me corrijo. —Um, no —suspira—, supongo que debemos parar, ¿verdad? Ya hemos pasado mucho tiempo juntos.

Pero no me molesta. — ¿Qué quieres hacer? —pregunto viendo al suelo.

— ¿Te puedo mostrar algo? —asiento, él se levanta y extiende su mano hacia mí—. Acompáñame.

Mis su palma extendida y la ignoro, simplemente me levanto. — ¿A dónde?

Señala el techo. —Te mostraré mis objetos embrujados.

Bufo. —Sí, claro.

Anthony camina en dirección a las escaleras una vez más. —Hablo enserio, hay que tener cuidado con ellos, te pueden seguir hasta tu casa y asustarte por las noches.

—No sucederá —contesto—. Y si sucede, te los regresaré para que te molesten a ti.

—Tengo un mejor plan —se detiene a mitad de las escaleras, colocando sus manos en los costados como si fuera a impedirme el paso—. Si tienes miedo, puedo ir a tu rescate.

Subo el escalón que nos separaba y quedamos cerca el uno con el otro. Anthony ya es alto pero ahora yo estoy a la altura de su pecho. —Puedo rescatarme sola.

Anthony inclina su rostro y aunque una parte de mí quiere alejarse o empujarlo, no lo hago. —Luce como el tipo de chica que no necesita a nadie.

Creo que lo soy pero no porque lo quiera, es porque me acorralaron a convertirme en esta persona. En ocasiones me pregunto si mi vida hubiera sido diferente, si mis padres hubieran sido otros o si hubieran actuado diferente, ¿Cómo sería?

¿Qué tipo de historia sería mi vida?

—No, no necesito de nadie —respondo, viéndolo a los ojos.

Anthony sonríe. — ¿Alguna vez te he dicho que eres muy linda?

Resoplo. —Como, cada segundo de tu vida.

Finalmente baja sus brazos. —Pues es la verdad —se gira y continúa subiendo—. Eres linda y te defiendes sola, justo mi tipo ideal.

Arrugo la nariz pero aprovechando que no puede verme, sonrío amplio. Los comentarios que él hace ya no me parecen raros, solo divertidos. Aunque a veces sí exagera.

Llegamos a la parte de arriba, señala al fondo. —Ahora allá.

— ¿Qué es? —pregunto, pensé que me llevaría de nuevo a su habitación.

—Es mi museo de objetos embrujados —sigue diciendo.

Chasqueo mi lengua. —Dudo mucho que alguien como tú tenga objetos embrujados, te dan miedo los insectos que en realidad son corteza de árbol.

Suelta una carcajada. —No es cierto, no sé de qué hablas —pasamos por la habitación de Leonor, quien está cantando una canción de los noventa.

—Tu hermana es interesante, en un buen sentido —afirmo.

Anthony mira la puerta que no está totalmente cerrada. —Mi hermana será la presidenta de este país algún día, no deja que nadie la mande —toca dos veces—. ¿Leonor? ¿Puedo pasar?

No responde, sigue cantando y es ella quien abre la puerta sin dejar de hacerlo. Toma la mano de Anthony y lo lleva dentro, miro el interior del lugar, luce como una habitación de niñas de su edad. Tiene fotografías de cantantes en las paredes, unos osos de felpa sobre la sabana rosada, cortinas rosas y un escritorio laminado blanco.

—Baila conmigo —Leonor lo suelta para subirle volumen a su tableta—. Ya te enseñé este baile.

Anthony cierra los ojos. —No me hagas esto, no me humilles frente a mi futura esposa.

Chasqueo la lengua y me recuesto en el marco de la puerta. —Vamos, Tony, tú te lo sabes —levanta un brazo y lo sacude en el aire, su cabello rubio se mueve de un lado al otro—. Tony, vamos.

Anthony se rinde y lo hace, comienzan a bailar juntos. Leonor se mueve con más energía, da vueltas y parece que ha practicado esto muchas veces. En el caso de su hermano, mira al suelo y no se esfuerza mucho. Creo que realmente se siente apenado.

— ¡Tony! —Se acerca de nuevo a la tableta sobre su cama y regresa la canción—. Tienes que bailar, hazlo bien o no te dejaré ir —me mira y se acerca, tomándome de las manos—. Ven, Belle. Tú serás la jueza, dinos quien lo hace mejor.

— ¿Qué gano? —Anthony pregunta, viéndome.

—Un chocolate —Leonor sonríe—. Sí yo gano, quiero que Tony me compre un chocolate pero si Tony gana, Belle va a comprarle una manzana o alguna fruta.

Anthony y yo reímos. —Está bien.

—No —Anthony levanta un dedo—. Si yo gano, Isabelle tiene que concederme un deseo.

Entorno mis ojos. —Manzana o nada.

Levanta las manos. —Pon la música, ricitos de oro, voy a ganarte.

Leonor reproduce la canción desde el principio. Anthony se lo toma muy enserio pues baja el rostro y luego, sube su brazo por delante de él. Intenta cantar la canción pero no se sabe la letra y sobre todo, es en otro idioma.

Leonor lo hace bastante bien, mueve sus piernas y brazos coordinadamente, da vueltas y sacude los hombros. Anthony da codazos como parte de la coreografía, levanta la pierna y se lleva una mano al corazón.




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