—Y este es, mi museo de objetos embrujados —Anthony anuncia, orgulloso.
Junto mis cejas observando su ático, no hay nada más que cajas y una ventana larga que ilumina el lugar. Nada aquí luce embrujado o terrorífico. —Creo que eres un poco exagerado.
Anthony suelta un risa corta y camina a un caja. No lucen polvosas y el lugar huele bien, como si acabaran de limpiarlo. Quizás ellos no son como el resto de personas que dejan los objetos que ya no usan y los abandonan por años dejando que las arañas y partículas de polvo se alojen a su alrededor.
—Por ejemplo, esto —saca un oso de felpa desgastado—. Te presento a Harry, mi oso de la infancia.
Muerdo mi labio inferior. — ¿Tu oso? —Me acerco a Anthony para tomarlo, está amarillento y el relleno ya no sostiene su cabeza—. ¿Desde cuándo lo tenías?
—Cuando nací mi abuelo me lo compró —sonríe—. Harry era mi mejor amigo.
Odio que Anthony haga comentarios así, de los que me hacen pensar que es tierno. —Um, y aun lo tienes aquí.
—En realidad, mamá es del tipo de madres que guarda todo —afirma, con emoción—. En esta caja están mis juguetes de cuando era un bebé, en aquella están los de Hugo y por allá están los de Leonor.
Su mamá guardó todos esos recuerdos, seguramente es Samantha quien mantiene este lugar así de limpio o al menos, se asegura que lo mantengan de esta forma.
Lo hace porque le importa, porque ama a sus hijos de tal manera que quiere conservar cada recuerdo tangible de ellos.
—Ah —retiro la mirada—, ¿Y dónde están los embrujados?
—Bueno, en una de las cajas guardamos unas muñecas que Leonor odiaba —deja el oso dentro de la caja y se mueve a la esquina, cerca de la ventana—. Aquí están, ¿quieres verlas?
Me acerco. —Claro, no tengo miedo de unas muñecas.
Anthony abre la caja y las veo, no son como imaginaba, son de esos bebes calvos plásticos que venden. Algunos están manchados con líneas de colores, otros tienen brillos en la ropa y uno tiene el ojo descompuesto. —Aquí están, los monstruos —bromea él.
Niego, tomando uno con ropa azul y la cara llena de líneas rosadas. — ¿Por qué están embrujadas? Son unos pobres bebés falsos.
—Leonor lloraba cada vez que los veía pero hubo una época donde le regalaron muchos de esos —Anthony toma a uno de la pierna—. Honestamente, creo que sí tienen algo malo.
Bufo. —Ay, Anthony, son muñecos, ¿Cómo van a estar embrujados?
— ¡Tony! —Ambos escuchamos la voz de su madre, lo llama—. Ven un momento —pide fuera del ático.
—Vamos —dice, luego levanta el muñeco—. Espera, ya que no tienes miedo, quédate aquí hasta que vuelva, ¿sí? —me entrega el que sostenía—. Si te hablan o se mueven, tienes que decirme y los quemamos inmediatamente.
—Está bien —me encojo de hombros, no me dan miedo estas cosas.
—Vaya, eres valiente —retrocede, con las palmas extendidas—. Ahora vuelvo, no te preocupes… dejaré la puerta abierta y sal si quieres.
Resoplo. —Ve, Anthony, solo son muñecas.
Él no parece creerlo de esa manera, es como si realmente le temiera a estos juguetes.
Anthony se va y yo tomo otro muñeco, su ropa tiene brillos de muchos colores, con si usaron pegamento para decorar su atuendo. Lo dejo sobre los demás y muevo mis ojos a la ventana, pensando en los juguetes que yo tenía de niña.
Recuerdo que sí, tenía un par de muñecas y ese tipo de coas pero no jugaba con ellas. Me gustaban más los crayones que me regalaba mi abuelo, me gustaban los que me servían para dibujar y pintar. Por un tiempo coleccioné lápices de colores verdes pero ahora no sé dónde están, es probable que en alguna mudanza, se hayan quedado.
Quizás alguien los lanzó a la basura.
Escucho el piso crujir, Anthony no tardó más de cinco minutos. —Ninguna de las muñecas me habló —aviso.
—Que bien —pero no me responde Anthony, sino Hugo.
Me giro rápidamente y frunzo el ceño. — ¿Tu no estabas con mi abuelo?
—Sí y ya me voy —dice, señalándose—. Pero vine a cambiarme, estar con esta ropa es un tanto incómodo.
Asiento sin saber qué más hacer. —Qué bueno por ti.
Bufa, caminando hacia mí. —Entonces, ¿Ya te enseñó las muñecas prohibidas? Eso significa que Anthony está a nada de pedirte que te cases con él.
Ruedo los ojos. —Ya lo hizo —respondo, sin pensar.
Hugo levanta una ceja, mueve su rostro a un lado. —Mi hermano…
—Es una broma —me adelanto, no lo hizo realmente, solo estaba bromeando como siempre—. Obviamente no me propuso matrimonio.
Resopla. —Lo sé, pero, me sorprende que se comporte así contigo —camina hacia la ventana, mueve sus ojos fuera de ella—. Anthony es más tímido de lo que crees, nunca lo había visto actuar de esta manera antes.
—Solo somos… —decir que él es mi amigo suena raro, pero lo es, yo se lo dije—, solo somos amigos.
Hugo respira lentamente, toca el cristal con sus dedos y dibuja algo que no reconozco. —Tu abuelo me agrada mucho, es divertido pasar tiempo con él.
—Lo es —digo, viendo hacia las muñecas.
—Entonces, ¿Qué hacías aquí sola? —Pregunta sin verme—. ¿Tony te abandonó?
Rasco mi cuello. —No, ¿Qué haces tú aquí? —sé que es su casa pero me refiero a él estando aquí en el ático conmigo.
—Nada, solo pasé porque la puerta estaba abierta —contesta—, Um, ¿puedo preguntarte algo?
Me encojo de hombros como respuesta.
Aclara su garganta, su mirada se mueve fugazmente a la puerta. —Solo me pregunto si, ¿algún día estás libre?
— ¿Yo? —Junto mis cejas—. ¿De qué hablas?
—Nada, olvídalo —sonríe de lado, peinando su cabello con sus dedos—. Es solo que Tony y yo solemos pasar tiempo en vacaciones y ahora que está contigo…
Ah, es eso. —No estaré todo el tiempo con Anthony —afirmo—. Tendrás a tu hermano pronto, solo estamos pasando el rato.
— ¿Mañana no lo verás? —pregunta, bajando la voz.
En realidad, mañana es el día que iremos a comer pasteles pues yo sugerí ese plan. —No lo sé, tal vez…