Lo Que Nadie Sabe De Ti

14: La nueva familia de Leonor

 

—Puede empezar —le pide Anthony a la señora Rosa.

Es una mujer delgada, de cabello gris y con la cara marcada con varias arrugas. A pesar de todo, como bien dijo Anthony, ella no tiene ningún problema para entender lo que se le dice ni para responder.

—Bueno, mi historia comienza con René —habla— fue mi primer novio, yo tenía dieciocho años cuando nos conocimos. Él tenía veinte, nos enamoramos y fuimos novios por un año, luego él habló de casarnos —se abriga más con su suéter delgado, uno de color vino—. Era guapo, tenía los ojos del color de los tuyos —ella sonríe, señalando a Anthony—. Alto, trabajador y un hombre de Dios. Era mi hombre perfecto, la vida nos trataba bien, yo soñaba con el día que finalmente nos casáramos. Lo esperaba con ansias.

Estamos sentados en una mesa de plástico afuera, en el jardín del asilo, ella está en una silla de ruedas negra. Su encargada nos dio algo de privacidad y fue a platicar con otra anciana mientras terminamos.

—Pero luego, su mamá arruinó todo —nos dice torciendo la boca—. Ella no quería que él se casara conmigo, no por nada de dinero, simplemente porque era una de esas mujeres celosas de sus hijos. Fue raro, él intentó convencerla y bueno, eran otros tiempos, la aprobación de tu familia era muy importante.

Eso suena muy frustrante, ¿Por qué no simplemente dejaba que su hijo se casara con ella?

—Mi Rene me amaba tanto que no podía imaginarse vivir una vida sin mí así que un día, él tomó la pistola de su papá y bueno, ya se imaginaran lo que sucedió —Oh no—. Fue devastador para mí, me entristecí de una manera horrible. No podía creer que él ya no estaba conmigo, vivo. Él lo era todo para mí.

Anthony dejó de tomar notas y la mira a los ojos.

—Fue muy difícil, pero gracias a Dios, cinco años después llegó Pedro, mi esposo. Un hombre dulce, amable y muy cariñoso. Vivimos felices por cincuenta años, luego él se fue al cielo —suspira lentamente—. Esta historia siempre ha vivido en mi corazón y Pedro la sabía pero, a pesar de todo el tiempo que ha pasado, nunca olvidé a René. No significa que no haya amado a Pedro, lo hice pero supongo que amé a ambos de maneras diferentes, aunque igual de genuinas.

Dejo escapar un suspiro, Anthony se acerca a ella y toma su mano. —Gracias por contarnos su historia señora Rosa, es muy valiosa. Si usted pudiera decirle algo al mundo entero, ¿Qué sería?

— ¿Algo al mundo entero? —ella coloca su otra mano sobre la de Anthony, sus dedos tienen algunas manchas de la edad y sus manos están arrugadas.

Pienso en que no son feas en absoluto, en como esas manos han sostenido las de dos hombres que ella amó, las de muchas personas que ella siempre recordará.

Las manos de la señora Rosa me parecen muy hermosas.

—Bueno —sonríe—. No pierdan el tiempo, eso les diría, en especial a los jóvenes como ustedes. La vida pasa en un suspiro, no sabemos cuándo será la última vez que podremos decirle a alguien “te amo”. Es importante amar, es lo más importante. René me amó y yo lo amé, Pedro me amó y también lo amé, ese amor nunca morirá. No hay nada que se lo lleve, vive para siempre.

Sonrío, siento que podría escuchar a la señora Rosa hablar por horas, creo que la volveré a visitar otro día. Me gustaría saber más de su vida, de su historia, de todo lo que ha vivido.

—Gracias —agradece Anthony.

Ella sonríe y nos mira. —Ustedes chicos son muy especiales, lo puedo sentir. Gracias por dejarme vivir para siempre en tu libro, Anthony —me mira—. Gracias por escucharme.

Pienso en la respuesta de Anthony cuando le pregunté por qué me contaba cosas de su vida. Repito las palabras de la señora Rosa en mi cabeza y creo que llego a una conclusión, la mayoría de las personas, sino es que todas, estamos buscando que nos escuchen pero que lo hagan de verdad. No que escuchen para responder, para aconsejar o debatir, solo para escuchar y dejarnos soltar las palabras sin nada más.

— ¿Puedo venir a verla otro día? —pregunto.

Ella me mira con los ojos sorprendidos. — ¿De verdad? ¡Claro! Me encantaría, a esta edad ya no recibes visitas, solo en navidad.

Vaya, no puedo imaginarme abandonar a mi abuelo y verlo solo una vez al año. —Vendré —prometo.

Anthony me mira sonriendo y luego a ella. —Yo también, lo prometo.

La cuidadora de la señora Rosa se acerca lentamente. —Chicos, disculpen, tengo que llevarla a que tome su medicina.

Ambos nos levantamos. —Sí, está bien —Anthony comienza a tomar todas sus cosas—. Ya terminamos de todas formas, muchas gracias.

La señora Rosa extiende su mano. —Chicos, les comentaré a los ancianos de aquí sobre lo que están haciendo —sonríe, tiene una sonrisa muy dulce—. No hay mejores personas para contar una historia que unos ancianos, hemos vivido tantas cosas.

Anthony asiente. —Sí, claro, gracias —levanta la mano y la sacude—. Vendremos a verla de nuevo, pronto.

Ella me mira y luego a él. —Los veré luego.

Ambos observamos cómo se llevan a la señora Rosa en la silla de ruedas, luego Anthony me toca el brazo. —Gracias por acompañarme.

Anthony siempre me agradece por ir con él a entrevistar personas pero no se da cuenta que, en realidad, a mí me está ayudando mucho todo esto. —Gracias por invitarme.

—Vamos, por hoy hemos terminado —anuncia, recogiendo todo finalmente.

Caminamos hasta la puerta y antes de salir, me giro y veo que al fondo hay dos ancianos hablando con enormes sonrisas en sus rostros. Una mujer y un hombre. Quizás se conocieron aquí y se hicieron amigos, o tal vez, se conocieron de adolescentes y desde entonces no se han separado.

Cualquiera de esas opciones es igualmente tierna.

 

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—Leí el libro que me diste —le digo a Anthony mientras estamos sentados en una de las cuatros escaleras que da a su jardín trasero. El clima ha empezado a volverse más caluroso pero por suerte hay un poco de viento, así se siente más fresco—. No es cursi, tenías razón pero estoy triste por el perro, ¿No podía vivir?




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