Al regresar, papá solía decirme a menudo que la vida es como una rueda de la fortuna. A veces uno está arriba, disfrutando de la vista, del sol, de la comodidad de estar contemplando un mundo que parece propio. Y que otras, toca estar abajo, aguantando la terrible espera de poder volver a las alturas. Tolerando el frío, el miedo y la soledad de no verse rodeado más que por sombras.
Yo sabía que eso era una mentira.
Porque de ser cierto, entonces desde un principio mi destino había sido estar abajo.