¿Quieres saber cómo es que luce la miseria?
Échale un vistazo al espejo.
—I.A.M.
Ever.
¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me dejaste sola? ¿Por qué?
Esas eran las preguntas que no paraban de rondar en mi mente, las repetía una y otra vez, un ciclo interminable de culpa rondándome en la memoria. Quería saber sus razones, aunque de momento ya las imaginaba y estaba casi segura de que habían formado parte de su horrible decisión, pero… ¿Acaso había olvidado la promesa que hicimos? ¿En serio no tuvo ningún significado para ella?
Por supuesto, no recibí respuesta alguna.
Hacía poco más de tres horas que el entierro había terminado, y yo era la única que seguía allí. No podía dejarla sola, no allí, aunque ella ni siquiera había pensado en mí al hacer lo que hizo.
No pensó en nadie además de sí misma.
—Aquí estás –-alguien puso su mano en mi hombro arrancándome de mis pensamientos. No medí mi reacción, me alejé bruscamente al contacto y me di la vuelta para ver a Santiago, mi hermano, quien estaba con su brazo estirado en mi dirección.
—Lo siento —dijo apenado—. No era mi intención asustarte.
—Está bien —musité secamente—. ¿Pasa algo?
Él me miró por primera vez en días a los ojos, y me di cuenta de que no sentía más que lástima por mí. Desvié la mirada a sus manos, que se movían de un lado hacia otro. Estaba nervioso, y también tenía miedo. Yo lo sabía, no podía engañarme por más que lo intentase.
—Yo… estaba preocupado —anunció—. Sé que quieres estar sola, pero… creo que lo que ahora necesitas es compañía —me sonrió forzadamente—. Además mamá y papá quieren hacer algo con nosotros.
—No creo que hoy sea un día adecuado —susurré—. No me iré de aquí —lo encaré y puse una expresión serena—. Estoy bien. ¿De acuerdo? Sólo necesito tiempo.
Me senté sobre la tierra, justo en el cobijo de un enorme y frondoso árbol—. Llegaré para la cena —con eso di por concluida la conversación.
Había hablado más de lo que ahora usualmente hacia desde poco más de cinco meses atrás, y comenzaba a exasperarme… el ruido me molestaba y sentía que no tenía ningún caso hablar si la mayoría de mis verdaderos pensamientos, por no decir todos, me los quedaba solo para mí.
—Bien, pero por favor regresa con cuidado —recompuso un poco su expresión—. Ánimo Ev.
Santiago era un año menor que yo, sin embargo yo apenas y le llegaba a los hombros, además de que siempre había actuado como un hermano mayor, sobreprotector y celoso, lo cual lo hizo ganar popularidad entre las chicas, incluso mayores. Las cautivaba con sus hermosos ojos color miel y sus largas pestañas, además de su remarcado atractivo, alto, de cabello corto castaño obscuro, una nariz recta y masculina, y por supuesto esa sonrisa que hacía que se le marcaran coquetos hoyuelos en sus mejillas.
Asentí casi imperceptiblemente, y él se dio media vuelta y se marchó.
Sola de nuevo, pensé, sintiendo cierta nostalgia al verlo irse, pero a la vez aliviando un poco mi ansiedad. Al estar sola no lastimaba a nadie más que a mí misma, por lo tanto podía dejar de lado el teatro y sumergirme de lleno en mi dolor.
No pude evitar que algunas lágrimas salieran de mis ojos.
—Te hecho tanto de menos —sollocé, tocando con las yemas de mis dedos aquella lápida de mármol blanco.
Apenas había llegado a los dieciocho años. ¿Acaso eso era justo?
No. No lo es, pensé. Ocho, nueve, once, doce, y por supuesto seis años, recordé de repente.
Para, me ordené. Los recuerdos galopaban en mi mente y no podía soportarlo, cada día luchaba por olvidar, sin embargo, yo sabía que iba a quedar marcada para siempre y que ya nada sería como solía ser antes.
Las horas pasaron y cuando miré mi reloj que ya marcaba pasadas las ocho me levanté para ponerme en marcha.
Cerré mis ojos y evoqué una imagen de ella sonriéndome y musitado: Nos vemos Evey. No deseaba abrir mis ojos, pero tenía que aceptar mi realidad, y mi realidad era que Rony ya no estaba.