Lo que no conoces de mí.

Capítulo 3.

Ryan.

—Llámame pronto Jones —Melissa Travis me susurró al oído, dejándome sentir su aliento recorrer todo su trayecto a lo largo de mi cuello.

Asentí con mi mirada fija en su escultural cuerpo y ella me respondió besándome desenfrenadamente en los labios, acariciando mi cabello con sus manos. Tuve que separarme a tomar un poco de aire y aclarar mis ideas, de lo contrario me obligaría a tomarla nuevamente.

—Te veré luego —anuncié desviando mi mirada en dirección a la calle, dando por finalizado encuentro casual, uno de los mejores, pero al fin y al cabo, casual.

Ella me miró con sus ojos cargados de decepción, pero lo contrario a muchas otras, entendió mi gesto y se bajó del coche, no sin antes guiñarme juguetonamente uno de sus ojos castaños y darse la vuelta contoneando sus caderas al son de su atractivo avanzar.

Miré mi reflejo en el espejo retrovisor y acomodé mi cabello, pasé mi mano derecha por él, haciéndolo ver un tanto descuidado. No es que fuera un muchacho promiscuo, pero aprovechaba mi libertad a todo lo que daba. No era algo de lo cual me avergonzara.

El tono de mi celular me sacó de mis pensamientos, miré la pantalla y maldije interiormente.

Papá.

—Ryan, tienes diez minutos para estar en casa, tenemos que estar listos para las siete treinta —su voz gruesa denotaba que era una orden.

Suspiré y recargué mi cabeza en el asiento—. Papá cálmate, falta más de una hora —dije lo más tranquilo que pude.

—Hablo en serio Ryan, esto es muy importante para mí, así que más te vale estar a tiempo, no me obligues a tomar medidas —contestó atropelladamente. Notaba lo nervioso que se encontraba, y no era para menos, ya que hoy me presentaría a su prometida.

—¡Respira! Saldrá bien papá, no te preocupes —dije en un tono conciliador que pretendía calmarlo. ¡Pobre hombre! Había estado fuera del juego durante casi media década, y un día de la nada llegó a casa diciendo:

—Qué clima más perfecto. ¿No te parece? —estaba lloviendo a cantaros y toda esa agua hacia un ruido infernal al rebotar con la acera. Miré a mi padre lleno de extrañeza. ¿Perfecto? ¿Acaso estaba sordo? Lo examiné más a fondo y me di cuenta de que sus ojos tenían un brillo singular que los hacía parecer soñadores.

—¿Estás bien? —pregunté un tanto asustado.

—¿Qué si estoy bien? Estoy mejor que bien Ryan, ¡no creerás lo que paso hoy! —cerró sus ojos y suspiró—. Hoy conocí a la mujer más divertida y risueña que mi mente pudiese crear —comentó abriendo sus ojos y mirándome con una completa felicidad.

Al principio había estado un poco reacio a aceptar la relación que llevaba con esa mujer, Rachel Standley, pero al ver la ilusión que ella había sembrado en él, me di cuenta de que tenía que rehacer su vida, se lo tenía bien merecido. Él nunca dejó ni a mi madre ni a mí solos, al contrario. Cuando ella enfermó y le diagnosticaron aquella horrible enfermedad, en ningún momento se separó de su lado, incluso había semanas en las que no asistía a su trabajo, para poder hacerle compañía. Su vida no recobró la normalidad, hasta que ella falleció.

Mi madre se había marchado, y papá estaba absolutamente desolado, no comía a pesar de que yo le insistía, ni siquiera se movía, se la pasaba sentado en el sofá que tanto le gustaba a mamá con la mirada perdida en la nada. Era como si su mundo se hubiese derrumbado por completo, y llegué a pensar que incluso ni yo, su hijo, sería capaz de traer de vuelta a ese hombre divertido, cariñoso, dedicado y apasionado que había sido siempre.

Con el tiempo fue mejorando poco a poco, recuperando incluso su sentido del humor, sin embargo al mirar directamente a sus ojos negros, cualquiera podría haberse dado cuenta de la tristeza y el vacío que los invadían, y aunque trataba de disimular y aparentar que todo estaba bien, yo sabía que le faltaba algo, ese algo que hacía que al sonreír su mirada se iluminara con ese brillo tan especial que lo caracterizaba.

Y luego apareció Rachel, con ella lo volví a oír riendo a carcajadas, volví a apreciar esa chispa anhelante que no tenía desde que mi madre faltaba en nuestras vidas, al verlo ser tan feliz de nuevo, supe que era la hora de seguir adelante, y que debía apoyarlo pasara lo que pasara. Nunca nadie reemplazaría a mi madre, eso era seguro, pero él merecía tener a alguien que lo amara a su lado. Si él era feliz, yo lo sería también.




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