Ever.
Era una tarde bonita, y yo estaba sentada en ese tranquilo parque, cuando un sonido proveniente de mi celular me hizo pegar un brinco. Demonios, pensé, cuando vi el remitente de la llamada: Rachel.
—¿Si? —contesté poniendo el aparato en mi oído derecho.
—¡Ever! Gracias al cielo que respondes. Ya son siete treinta. ¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien? ¿Ya vienes a casa? —habló tan atropelladamente que me tomó al menos dos segundos procesar sus preguntas.
—Estoy en el parque de la cuidad, me encuentro bien, y ya estoy en camino —respondí de la manera más corta posible, poniéndome en pie y caminando en dirección a su casa.
—Oh bien, lo siento. Estoy algo nerviosa —no hacía falta que me lo dijera. Lo notaba a la perfección en el tono ansioso de su dulce voz.
—Todo saldrá bien, no hay de qué preocuparse —repetí con el mismo matiz con el que ella me había hablado en la mañana—. Ahora por favor, trata de calmarte, seguro Richard no tardará en llegar.
—Escucha, hay algo que no te he dicho, yo…. es decir Richard…
La llamada se cortó. Intenté marcarle de vuelta pero la señal en esa zona de la ciudad era terrible. Suspirando, apreté el paso. Tardé al menos veinte minutos para llegar a donde estaba mi futura familia. ¡Familia! Si claro…
Saqué la pequeña llave de mi bolsillo y la introduje en la chapa de la puerta. Sacudí un poco mi cabeza para aclarar mis pensamientos, y con ellos mi expresión.
Entré silenciosamente, tratando de apaciguar mi interior, y a los pocos segundos oí pasos de tacones acercándose en mi dirección.
La función comienza, pensé con el agotamiento ya encima. Levanté mi rostro y me topé con Rachel. Estaba deslumbrante. Usaba un vestido rojo cereza con un ligero escote en v, ajustado en la parte de arriba y algo holgado en la de abajo. Le quedaba esplendido y remarcaba perfectamente su voluminosa silueta.
—¿Te encuentras bien cariño? —preguntó acercándose lentamente a mí. Asentí en respuesta y me encogí de hombros—. Ellos ya están aquí, vamos.
Le seguí a mi paso lento, tenía en mente como seria conv…. un momento. ¿Había dicho «ellos»? Mi cabeza era un completo caos. ¿Acaso se le habían juntado las visitas? ¿Richard venía acompañado?
Cruzamos juntas hacia el gran comedor, y al llegar quedé absolutamente estática.
¿Qué demonios?
Frente a mi estaba un hombre de unos cuarenta años, bastante apuesto para su edad. Llevaba puesta una camisa azul cielo, del mismo tono de los ojos de mi tutora. Unos pantalones de vestir, pero de corte informal. Sus zapatos eran negros y estaban relucientes. Por último, encima de su camisa, llevaba una chaqueta negra que hacia resaltar sus ojos del mismo color.
Pero ni su atractivo ni su ropa fueron lo que me dejaron quieta por completo. Junto a él, estaba un chico que lucía un poco mayor que yo, aunque no podría mi mano en el fugo afirmándolo. El parecido con Richard era asombroso. Era como verlo en una versión adolescente. Sus únicas diferencias eran el tono de sus ojos. El chico tenía los ojos más hermosos que había visto en mi vida entera. De un color verde esmeralda demasiado inusual. Unos ojos tan expresivos que, al mirarlo de reojo, pude darme cuenta de las emociones que albergaban: confusión, sorpresa y tal vez… ¿Decepción?
En ese momento me pregunté si al igual que yo con él, no había sido informado de mi existencia.
Él no desviaba su mirada de mí, me estaba analizando. Automáticamente mis defensas subieron, controlando mi expresión y movimientos sin dilación. No debía dejar que este chico me leyera. Ya tenía de sobra con Rachel.
Él estaba tan concentrado en su examen, que su futura madrastra tuvo que carraspear delicadamente para llamar su atención. Inmediatamente cambió su expresión, mirándola con una disculpa palpable en el aire.
Giré mi rostro hacia Rachel, mirándola suspicazmente. ¿Qué sucedía aquí? ¿Por qué no me lo había dicho?
Ella no soportó mi inquisidora mirada por más de tres segundos, y giró hacia los invitados.
—Les quiero presentar a mí... hija –sentí sus manos apretar ligeramente mis hombros, aplicando una fuerza apenas perceptible para hacerme avanzar. Y perdí el control por un segundo.
Recordando…
Tenía frio, mucho frio. Estábamos en medio de noche, parados en la entrada de un restaurante de nombre “Francis”. Desde afuera se podía deducir que era un establecimiento elegante. Mis dientes castañeaban, chocando entre sí. Llevaba puesto un vestido de color rojo sujetado a mis hombros por unos delgados tirantes, y que me llegada más arriba de media pierna. Se ceñía totalmente a mi figura.