Ryan
—Los declaro marido y mujer —el sacerdote anunció con un aire de tedio en su voz. ¿Y cómo no? Debía aburrirle repetir lo mismo una docena de veces.
Mi padre y mi ahora madrastra, se dieron un apasionado beso frente al altar de la iglesia, haciendo caso omiso de la presencia de los invitados, y por su puesto de la mía. Me sentí completamente abochornado.
¿Quién iba a decirlo?
El recatado y serio señor Richard Jones, besando de esa forma tan entusiasta a su esposa.
Resoplé. Todavía no acababa de creer que Ever no estuviera allí, compartiendo mi incomodidad. Pero no, se había ido a quien sabe dónde para entender asuntos “familiares”, según nos informó Rachel. Aunque no acababa de creérmelo.
¿Asuntos familiares? ¿En el día de la boda de su madre? ¿Evento al cual, irónicamente, toda su familia asistiría? Era en toda regla una excusa. Bastante pobre de hecho. Ni en sueños mi padre me habría dejado faltar en ese día tan importante para él.
Todos comenzaron a salir de forma pausada al exterior de la iglesia, para, en los escalones recibir a la pareja con vítores y exclamaciones de felicidad, lanzándoles arroz encima.
Yo les seguí. Me había quedado embobado viendo los elegantes arreglos de rosas blancas que adornaban todo el largo del pasillo. Eso había sido sin duda una idea de Rachel, papá no era tan propenso a los detalles.
El sol, brillando en lo alto del cielo calentó mi piel enseguida, y suspiré, expulsando toda la ansiedad que había estado acumulando a los largo de los últimos tres días.
Sentí unas palmas en mis hombros. Rodé los ojos. ¿Qué no podían dejarme disfrutar de mi paz por unos minutos? Pero al girarme y ver de quien se trataba, el enfado desapareció dejando en su lugar una gratitud de dimensiones enormes.
—Vaya amigo, no tienes buena cara —Liam Cross expresó con un deje de burla en su voz. Mi mejor amigo me lanzó una sonrisa llena de simpatía que evidenciaba que estaba bromeando.
—¿Debería? —repliqué de forma mordaz. En mi mente todavía rondaba la ausencia de mí ahora hermanastra. No era raro, pues desde que la había visto por primera vez me traía completamente intrigado. Con todas sus extrañas reacciones y su forma tan seria y simple de hablar, sentía que estaba entablando conversación con alguien mucho mayor. En conjunto me parecía una persona demasiado rara e insensible, yo no habría dejado tirado a mi padre aunque hubiese estado a punto de morir. Muy melodramático, pero cierto.
No pude evitar recordar aquella noche de la cena.
Inevitablemente mis ojos recorrían sus facciones cada vez que pensaba que ella no se daba cuenta, y me sumergía de lleno en ellas como un completo idiota. Suaves. Delicadas. Sensibles.
Es bonita, pensé. Me sorprendí un poco con mis ideas, pero no tuve suficientes armas con las cuales contradecirme. Ella en serio me parecía bonita, bueno, su rostro lo era, ya que con su horrible ropa no podía distinguir nada más.
Pero… ¿De qué le servía tener una cara así de linda? Si su personalidad era todo lo contrario. Viéndola más analíticamente, parecía el tipo de chica tímida, dulce e inocente. Y yo odiaba a personas como ella.
Pero yo no le daría el gusto. No caería en su juego.
Al terminar la cena, mi padre y yo nos retiramos a nuestra casa dejando a la chica y a su madre en la suya.
El camino lo pasamos en silencio. Ambos aturdidos
Aparqué en la entrada, suspiré y me bajé del coche, dando zancadas en dirección a la puerta.
—Es extraña. ¿No? —papá habló rompiendo el silencio—. Es decir, no se parece en nada a su madre.
—Lo sé, es bastante pequeña para su edad —dije distraído. Ever apenas y me llegaba al hombro. En respuesta mi padre rodó los ojos.
—No creo que solo te hayas fijado en su estatura, además de lo físico, no tiene nada de Rachel en ella.
—Tal vez se parece a su padre —repliqué rápidamente.
—Tal vez ¿No notaste algo raro? Es… ¿Cómo decirlo?
—¿Totalmente insolente? —le interrumpí antes de poder contenerme.
Mi padre soltó una energética carcajada mirándome de una forma extraña.