Ryan.
—¿Quieres hacerme el favor de explicar qué pasó? —mi padre preguntó hecho una furia.
No podía responderle. ¿Qué se supone que tendría que decir? Bueno papá, lo que ha pasado es que la he dejado tirada a propósito, quería hacerla pasar un mal rato, eso es todo, pero no es para tanto. ¿Verdad?
—Pues… —titubeé un poco—. Supongo que se ha venido caminando bajo la lluvia —respondí tratando de aligerar un poco el ambiente. La cosa es que no me salió como esperaba. Mi padre, ya de por si furioso, se puso rojo de la rabia, y de Ever ni hablar, me miraba como si fuese un insecto al que quería aplastar.
—Si crees que es gracioso, te aconsejo que esperes sentando a que me ría —papá dijo con las manos hechas unos puños apretados—. ¿Qué, por todos los cielos, pasó?
No dije nada, me limité a mirarlo fijamente suplicándole con la mirada que dejáramos el asunto para más tarde, cuando solo estuviésemos él y yo. No quería que me regañara frente a Ever.
Repentinamente, su expresión cambió, de furia a horror absoluto. Parecía estar a punto de entrar en shock, pero no supe porque hasta que habló nuevamente.
—Pero Ever… ¿Qué te ha pasado? —preguntó totalmente lívido y con los ojos agrandados por la sorpresa.
Me giré en redondo y la miré con atención. Su mejilla derecha estaba hinchada con muchos diminutos raspones; y ni hablar de su ropa, estaba hecha un desastre con totalidad, además de que escurría por lo mojada estaba, una de sus mangas estaba cubierta de sangre y llena de hoyos, como si hubiese rodado por una pendiente con muchas piedras sin poder detenerse.
Ever abrió mucho los ojos al escuchar a mi padre, y por un momento, parecía que ni ella misma sabía que responder. Tenía el ceño fruncido, y temblaba de frio.
—Me he caído —respondió tranquila, pero de alguna manera, supe que no decía la verdad. ¿Acaso alguien la había atacado en la calle? ¿Alguien quiso lastimarla? Sentía a mi interior arder en llamas sólo de pensarlo, y entonces, sí que me invadió la culpabilidad.
No debí haberla dejado, me reprendí mentalmente.
—¿Qué te has caído? —papá repitió la frase como si no diera crédito a lo que escuchaba. Él tampoco le creía.
Ever asintió levemente, y luego desvió la mirada clavándola en mí. No pude deducir o siquiera adivinar qué demonios estaría cruzando por su mente, pero al ver sus colorados y apetecibles labios apretados en una fina línea, supe que no quería enterarme.
—¿Pero qué diablos pasa contigo? —Ever me preguntó con una voz de lo más apacible y calmada. Era peor de esa manera, casi prefería que me reclamara a gritos—. ¿Tienes la más mínima idea de cuánto tuve que caminar? ¿O de lo perdida que me encontraba? —continuó con los ojos centelleantes de luces rojas y peligrosas.
Papá la veía con la boca abierta, y al comprender sus palabras, lo único que atinó a hacer fue a mirarme con dureza y reproche.
—Yo... —vacilé poniéndome colorado. Por un momento, la dureza que encerraban sus ojos se evaporó, pero casi como si hubiese leído mi mente, de inmediato regresó a su incalculable furia—. Yo no lo sabía.
—¿Qué no sabías? —preguntó ahora si alzando un poco la voz—. ¿Qué yo no conozco la cuidad tan bien como tú? ¿Qué es la primera vez que voy al Instituto? ¿Qué no sabía el camino de vuelta, ni a esta casa ni a la de Rachel?
—¿Y cómo iba a saberlo yo? ¡Si nunca hablamos! ¿Qué, crees que soy adivino? —contrataqué con ferocidad. Lo único que deseaba era que ella se fuera a poner ropa seca. Sabía que si llegaba a caer enferma sería culpa mía.
Ella me miró con los ojos entornados, y en aquel momento, realmente pensé que me saltaría encima.
—¿Acaso me crees tonta o algo por el estilo? —gritó claramente haciendo un esfuerzo por permanecer en su lugar, y no encima mío golpeándome o sacándome los ojos.
La miré con la boca abierta y con los ojos heridos por su comentario. ¿Porque creía que mentía?
—De haberlo sabido… ¿En serio crees que te habría dejado allí sin más? —argumenté tratando de hacerla entrar en razón, pero ella era más testaruda incluso que yo.