Lo que no conoces de mí.

Capítulo 11.

Ever.

—¿Estás segura de que no quieres quedarte aquí? —Rachel me preguntó con cierto brillo de esperanza en sus ojos.

—Lo estoy —afirmé absolutamente convencida. No quería permanecer un minuto más en esa casa. Y no porque la odiara, sino porque tenía miedo de perder el control y de que el pánico me ganara.

Además, ya no tenía nada que hacer allí, inmediatamente después de que llegamos, me vi obligada a tomar una ducha para calmar los horribles temblores que no me dejaban disimular ni un poco el frío que tenía.

En ese momento, llevaba puesto un simple pantalón de pants color gris oscuro, hecho de una tela bastante cálida que le brindaba a mis piernas el calor que necesitaban para desentumirse. El único problema, había sido encontrar una prenda para la parte superior de mi cuerpo. Las blusas que Rachel tenía para mí en casa de su esposo, eran demasiado descubiertas; no fui capaz de usarlas ni siquiera con algo más encima.

Así que la cosa se había puesto aún más rara.

Ryan me sorprendió ofreciéndome y casi obligándome a aceptar prestada una de sus playeras, ante la negativa que había impuesto para hacerlo. Pero al final, el frío me ganó. Además, era perfecta, ya que me quedaba igual de grande que las mías. Y por si fuera poco, tenía impregnado el maravilloso—aunque no lo admitiera—olor de Ryan.

Todo era demasiado confuso. No sabía que pensar del joven hijo de Richard.

No me agradaba ni un ápice lo que creía que empezaba a sentir por él, y era mejor simplemente descartar la idea.

Rachel suspiró resignada y le hizo una seña a Richard que no podía decir otra cosa más que: “Lo intenté”—. Muy bien, entonces te llevaré a casa —espetó tomando su pequeño bolso negro de la encimera y avanzando hacia la salida con su esposo pisándole los talones.

Solté el aire que tenía contenido, y cuando estaba dispuesta a seguirles, una voz a mis espaldas me detuvo.

—Oye… —Ryan habló haciéndome girar para observarle. Él estaba recargado en el respaldo del sillón, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón y sus hombros estaban echados ligeramente hacia atrás, en una clara señal de cansancio—. ¿Puedo hablarte un segundo? —continuó reteniéndome con la mirada.

Asentí en señal de respuesta, y esperé con curiosidad sus palabras.

—En… en verdad siento mucho lo de hoy —dijo con la vista clavada en el suelo. Al no haber respuesta de mi parte, él alzó sus ojos esmeraldas y los fijó en los míos. En su mirada, pude ver que él esperaba que le comenzase a gritar nuevamente como en la tarde, pero eso incluiría enseñarle mis emociones.

Y en definitiva, aquello no hubiese estado bien.

Alcé una de mis cejas como si no supiera de lo que hablaba, y con total indiferencia me encogí de hombros. Ryan me miraba como si en cualquier momento fuera a explotar, y destruir todo a mí alrededor. La ironía del asunto, era que eso ya había sucedido, y no había necesitado de su contribución.

—En serio, en serio lo siento, de haber sabido…

—No importa —le corté rápidamente—. Olvídalo.

—¿Qué? —su expresión de incredulidad era digna de un cuadro—. Pero…

—Sólo olvídalo. ¿Quieres?

Ryan cerró su boca de golpe, y se limitó a quedárseme viendo fijo durante unos cuantos segundos, a continuación, se encogió de hombros y me regaló una sonrisa deslumbrante.

No se la devolví.

Que le pidiera a él que olvidara no significaba que yo también lo haría, ya que no había sido él quien había estado mojado durante casi cuatro horas seguidas. Por supuesto que no.

Me di la vuelta sin despedirme y salí con un poco de prisa por poner distancia entre nosotros. Subí al auto de Rachel, y justo me dio tiempo para al girar de soslayo, ver a Ryan parado en la entrada de la casa viendo fijamente en mi dirección, antes de que Richard acelerara y nos perdiéramos en la calle.

***

Me debatía entre gritar o guardar silencio. Ganó la segunda opción. No tenía caso gritar, sabía que nadie acudiría a ayudarme, y como si fuera posible, eso lo hacía aún peor de lo que ya era. Me recordaba una y otra vez que estaba protegiendo a una de las personas que más amaba en el mundo, y también a pequeños seres que no tendrían que estar allí, pero, de alguna manera, sabía que no duraría mucho más. La frecuencia había aumentado y seguiría haciéndolo.




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