Ever.
—¿Qué clase de cosas? —pregunté con el corazón en la boca. Sentía como todo iba más lento a mí alrededor, el avanzar ocasional de los autos por la calle parecía ir en cámara lenta, el volar de las aves y el suave sonido de sus aleteos al montar vuelo parecía tan frágiles que me daba miedo romperlos.
—Una caja —el oficial Rain respondió con la voz cargada de cansancio.
—Maravilloso, eso me aclara todo —musité con sarcasmo. No soportaba que me hiciera esperar por noticias. Si tenía algo que decir… ¿Por qué no ir al grano?
—Lo que quiero decir —hizo una pausa—. Es que son cosas que la policía no ha podido ver… la señora Elena no nos lo ha permitido.
¿La señora Elena?
—¿Por qué no los ha dejado? —pregunté temerosa sin disimular el miedo que me daba escuchar su respuesta.
—Porque Renata dejó una nota, que especifica que solo tú puedes recibir y abrir el paquete. —el hombre explicó dejando que me diera cuenta de la frustración que sentía.
Por supuesto. Rony siempre hacia ese tipo de cosas. Algunas veces, me llegaban cartas al buzón, o telégrafos que venían con mensajes nada más y nada menos que de mi mejor amiga, a quien le fascinaban esos tipos de comunicación. Según ella, eran algo que jamás debió de haber desaparecido, porque era lo más romántico del mundo.
Sentí a mi interior quebrarse por enésima vez ante la mención de su nombre. Se sentía como si pequeñas—pero afiladas—dagas de plata se clavaran en mi corazón, sin dejar de hundirse hasta que prácticamente no dejaban indicio de haber estado allí.
—Vaya —mascullé empezando a temblar por el frío que empezaba a hacer en la calle.
—Necesitamos que vengas para poder revisar el contenido.
—Oficial Rain usted sabe que no puedo ir y venir a México como se me dé la gana, Rachel está en medio, y tampoco puedo dejarla sola. La policía debería…
—No podemos hacer nada, la señora Elena custodia el paquete como si fuera su propia hija. Es imposible que ella nos deje ver su contenido —Tomas dijo resoplando al otro lado de la línea.
—Pero, entonces… ¿Qué harán? —pregunté con la voz una octava más baja. Una pareja de jóvenes—tal vez uno o dos años mayores que yo—se acercaban conforme los segundos pasaban. Iban tomados de la mano, la chica con un suéter que evidentemente era del muchacho rubio, y que le quedaba grande y bombacho.
—Te enviaremos el paquete —aseguró rebosante de convicción.
—¿Qué? —gruñí con el miedo creciendo a medida que pronunciaba cada letra—. No veo que eso sea algo bueno en lo absoluto.
—Es la única solución… tenemos que saber que hay dentro, podríamos encontrar alguna cosa que nos indique el porqué del suicidio de Renata.
El hombre se interrumpió al escuchar el gimoteo que yo había dejado salir de mis labios. No podía pensar en la palabra suicidio sin sentir que el mundo se me venía encima. Simplemente no podía. Las escenas de ese fatídico día me inundaban, pero hice lo posible por mantener la calma.
—No quiero saberlo —murmuré con las lágrimas a punto de salir de mis ojos. Suspiré y me obligué a hacerlas regresar. No debía alterar a Rachel.
—Es algo necesario.
—Bien —dije de mala manera, sabía que él no dejaría de insistir hasta que aceptara. Después de todo, era su trabajo, y lo comprendía.
—Lo enviaremos hoy en la tarde, posiblemente te llegará mañana a eso del mediodía. ¿Entendido?
—Entendido.
—En cuanto lo abras debes informarme acerca del contenido, puedes mandarme fotos y videos —el Oficial Rain exclamó con una nota de ansiedad en la voz.
—De acuerdo —dije solo para rellenar el silencio. No sabía si sería capaz de hacer lo que me pedía.
—En ese caso, creo que es todo por ahora.
—Oficial. ¿Hay algún avance? —pregunté como siempre, con la esperanza de escuchar un sí.
—No todavía —mi corazón decayó—. Pero pronto lo habrá.
—Está bien… entonces, hablaremos mañana —dije a modo de despedida.