Ryan.
¿Qué diablos me pasa? ¿Qué…qué es lo que siento?, me pregunté mientras veía pasar las escenas de la película sin prestarles atención. No podía sacarla de mi mente, y estaba comenzando a desesperarme. No podía concentrarme en lo mío, cosa que no me gustaba en lo absoluto.
Se suponía que tenía un plan que debía seguir, y lo haría. Pero necesitaba encontrar la manera de no pensar en ella de ese modo. Quería odiarla con todo mi ser, y quería que Ever me odiara. Las cosas serían más sencillas de ese modo. Yo volvería a mis actividades, y me olvidaría de ella. Sí que lo haría.
Lo que había pasado en casa de Rachel sólo era parte del plan. O eso me obligué a pensar. Todo iba a la perfección, hasta que ella sonrió. ¿Cómo puede alguien sonreír de ese modo? ¿Cómo puede hacerte sentir miles de cosas y a la vez no? Realmente estaba volviéndome loco, pero sabía que eso no podía repetirse.
A lo largo de los días, me di cuenta de que tal vez ella sólo me atraía físicamente hablando. Aunque no tenía mucho sentido. Ever era bonita, pero no tanto como todas las otras chicas con las que había estado. Además, la manera en la que vestía no la favorecía ni un poco. Quizás, solamente me interesaba por qué me ignoraba.
Y a mí, Ryan Jones, jamás me ignoraban.
Ever era un reto para mí. Uno muy grande si tenía que admitirlo, pero estaba seguro de que conseguiría lo que quería.
***
Rachel reía a carcajadas por el comentario que papá acababa de hacer. Sus oscuros sentidos del humor eran muy parecidos, por lo cual, ni Ever ni yo entendimos algo. Aunque, para ser sincero, sabía que ella no les estaba prestando atención en lo absoluto. Se limitaba a permanecer en silencio con los ojos perdidos en la nada, como si estuviese viviendo algún recuerdo en su mente, absorta por completo.
Llevaba toda la tarde tratando de entablar conversación con ella, pero estaba muy rara. Bueno, más de lo normal. Íbamos en camino al centro comercial, ya que al día siguiente tendríamos una fiesta. Rachel había insistido en comprar prendas nuevas para el evento, aunque la cosa no era del todo formal. Era una comida en honor a su prima, quien era madre de las gemelas de la boda.
Sonreí internamente.
—Llegamos —papá anunció comenzando a estacionarse en un espacio libre del aparcamiento. Me revolví en el asiento. Tenerla tan cerca me descontrolaba, y estaba ansioso por poner espacio entre nosotros.
Apenas apagó el motor, salí como poseso disparado del vehículo, ganándome las miradas interrogativas de los tres ocupantes restantes.
—Me entusiasman las compras —me excusé arrepintiéndome de inmediato. ¿Eso es lo mejor que se te ocurre Ryan?, me regañé.
Rachel sonrió sin disimular la gracia que le había hecho mi patética excusa, y mi padre me dedicó una mirada extrañada. Ever… bueno, ella desvió la vista sin esperar siquiera a que mis ojos chocaran con los suyos.
Suspiré pasándome las manos por el cabello. Mis tres acompañantes bajaron del auto con lentitud, y juntos nos encaminamos a la entrada de cristal del centro comercial.
Pasados diez minutos de pasear por los alrededores, Rachel prácticamente me arrastró a una tienda que a ella le encantaba.
—¡Oh Ryan! ¿Ves esa camisa azul? Se te vería preciosa —musitó con la voz rebosante de emoción. Sonreí con ganas. La esposa de papá realmente me agradaba. Estaba tan llena de vida, que con sólo compartir un momento con ella uno se sentía en paz consigo mismo.
—¿Te gustaría que me la probara? —pregunté sin necesidad de escuchar su respuesta. Sólo quería alentarla para que su humor no decayera.
—Me encantaría querido —respondió con los ojos llenos de brillo. Noté cómo papá la miraba embobado. Sentí algo revoloteando dentro de mí. Me alegraba muchísimo ver así de feliz a mi padre, tan lleno de amor que casi podía creer que estaba empezando a olvidar esos horribles meses de la enfermedad de mamá.
—Señorita —Rachel detuvo a una chica realmente atractiva que trabajaba allí—. ¿Podría mostrarme esa camisa en talla mediana por favor? —continuó señalando la prenda que estaba en el mostrador.
La chica asintió con pesadumbre, como si estuviese harta de atender a docenas de clientes que asistían a la tienda durante su jornada. Intenté atraparla con mi mirada. Y lo conseguí.