Lo que no conoces de mí.

Capítulo 15.

Ever.

—¿Ever? —Sam murmuró.

No pude responder. Estaba totalmente atolondrada y verdaderamente a punto de tener un ataque de pánico. Mis ojos estaban abiertos como platos, cristalinos  y vulnerables, y mi mandíbula apretada era el único estimulo que me obligaba a no dejar rodar las lágrimas por mis mejillas.

—Lo siento —susurré—. No puedo… sólo no puedo —mascullé alejándome lo más que pude de él. Me giré en busca de la tranquilidad que suplicaba poder encontrar en la brisa que golpeaba a los árboles, y que hacía que sus ramas sueltas se balancearan. Todavía estaba temblando como gelatina, y mi corazón no me ayudaba a alcanzar la paz que tanto deseaba.

Escuché un suspiro a mis espaldas, pero no me di la vuelta. No podía enfrentar al muchacho que había estado a punto de besarme, y que se detuvo por el evidente miedo que me produjo su cercanía.

—Qué imbécil —murmuró—. Ever, lo siento tanto. Eso fue demasiado rápido. ¿Verdad?

—No es eso.

No pasaron ni dos segundos cuando él ya estaba justo a mi lado. Me miró preocupado, hizo amago de tomarme de la mano, y como vio que no retrocedía ni me resistía de ninguna manera, lo hizo.

—Está bien —con el pulgar de una de sus manos hizo círculos en la mía, y con la otra libre, acarició mi mejilla, limpiando la solitaria lágrima que había logrado escaparse de mis ojos—. Fui un idiota, perdóname por favor.

Me negué a mirarle rotundamente. Me sentía muy avergonzada por mi comportamiento infantil, que sin embargo, era totalmente aceptable considerando el infierno que había vivido. Pero obviamente eso era algo que no podía ir contando por allí a quien fuera. Y Sam todavía era un completo desconocido para mí.

En aquel momento me di cuenta de que él realmente estaba allí. Es decir, en la fiesta de la familia de Rachel. Me pregunté por quién había sido invitado.

—¿Sam? –me abracé a mí misma en un intento por apaciguarme de una maldita vez—. No es que no me alegre de verte, pero… ¿Qué haces aquí? 

El aludido me miró ceñudo por un momento, pero después su expresión se relajó dejando una traviesa sonrisa en sus labios.

—¿Qué? ¿Crees que me colé? —preguntó sin abandonar la clara diversión que le estaba causando.

—Es una posibilidad —le seguí el juego tranquilizándome ante la comprensiva actitud de mi acompañante.

Sam rio con ganas, hasta el punto de que sus hombros parecían tener pequeños espasmos. Rodé los ojos simulando fastidio. Él se detuvo y me observó por un brevísimo segundo, pero cuando se dio cuenta de que estaba bromeando con él, sus labios juguetearon entre una cálida y pícara sonrisa.

—Mi mamá es vieja amiga de una de las invitadas —aclaró hablando con lentitud—. Rachel, tal vez hayas hablado con ella alguna vez.

Reprimí una expresión de asombro. Vaya. ¿Quién lo diría?

—Si bueno, sería extraño que no le hablara —musité sarcásticamente. Sam abrió mucho los ojos sin comprender mi oscuro sentido del humor—. Ya sabes, considerando el hecho de que vivo con ella —aclaré haciendo desaparecer la intriga de su rostro.

—¿Hablas en serio? —preguntó con la emoción brillando en sus ojos, como un niño esperando ansiosamente los regalos de navidad.

—Ajá —afirmé perezosamente.

—Qué coincidencia —exclamó sonriéndome de oreja a oreja—. Aunque… —me escaneó con la mirada de arriba hacia abajo—. Debo admitir que no te pareces mucho a ella.

—Es lógico —mascullé secamente.

—No, no lo es —protestó.

—Sí que lo es.

—Claro que no, siendo tu madre deberías ser idéntica a ella —se explicó.

Reí sin humor—. Rachel no es mi madre. Es mi tutora.

La comprensión invadió su cara—. Entiendo. ¿Cuánto tiempo hace que lo es? —preguntó curioso.

—Unos cuantos meses —respondí con total sinceridad.

—Ajá —exclamó—. ¿En dónde estabas hace un año entonces?




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