Ever.
¿Acaso podía estar más incómoda? Dulce cielo, me sentía terriblemente tímida y con el estómago revuelto. Como una colegiala enamoradiza y totalmente estúpida. Aquel beso había sido el detonante de todo. ¿Cómo diablos se le había ocurrido a Ryan? Quería patearme por haberme quedado allí quieta en vez de alejarme como era debido. Con todas mis fuerzas, dejé la mente en blanco intentando no mirarle.
—¿Está buena? —Rachel me preguntó directamente.
—Claro —respondí vacilante. Hablar definitivamente no era algo que quisiese hacer en ese momento. Ella bajó sus preciosos ojos al suelo sin poder disimular su desilusión—. Es la mejor pasta que he probado en mucho tiempo, en serio Rach, te has lucido—. Me apresuré a decir.
Mi tutora se sonrojó y dejó a un lado su tristeza. Se llevó un bocado a la boca y masticó lentamente. Estaba muy pensativa, lo cual no era ni por asomo un hábito en ella.
—¿Estás bien? —pregunté con seriedad—. Pareces preocupada.
—¿Qué? —la mujer tenía dotes de actriz, pero a mí no podía engañarme—. No, claro que no.
—¿En dónde te habías metido Ev? —Richard interrumpió bruscamente al ver que yo iba a contradecir a su esposa—. Rachel llamó a Casey para saber si estabas allí.
—Salí a dar una vuelta con unos amigos —dije—. Casey no trabaja hoy, está en casa con sus hijos.
—No lo sabía —Richard parecía igual de pensativo que su esposa—. Háblame de tus amigos —pidió.
Le miré boquiabierta sin poder creérmelo. Richard tratando de tejer lazos con la hija temporal de su esposa. ¿Quién lo diría?
—¿De mis amigos? —inquirí dudosa.
—Pues si —me sonrió de medio lado—. Nunca nos has hablado de ellos —al ver la cara de espanto que ponía soltó una risita nerviosa y me miró expectante—. Por favor.
—Yo… —su cara de súplica llegaba a unos niveles estratosféricos—. Está bien.
Jugueteé con la jareta de mi sudadera y tragué saliva varias veces. No entendía por qué me ponía tan nerviosa hablar de algo como eso con Richard. Es decir, no era como si le fuese a decir algo especialmente delicado.
—¿Y bien? —me alentó.
Suspiré y me puse derecha. No tenía caso darle vueltas al asunto—. Bueno, una se llama Anabelle. La conocí en la escuela el primer día de clases —me callé esperando haberle dejado satisfecho.
—¿Y? —su curiosidad era palpable. Pero como Rachel, no podía engañarme. Me estaba ocultando algo y solo quería distraerme.
—Ella es especialmente tímida —fruncí los labios pensando en que eso le costaba muchísimo. Los abusos, por ejemplo. Desvié la vista y me concentré en el techo—. Pero una vez que se abre, es sencillamente una rubia adorable. Quiero decir, tiene un sentido de humor contagioso. Su personalidad roza el encanto sin ser vanidosa o presumida. Es muy afectuosa y tiene los pies bien puestos sobre el suelo —una pequeña sonrisa se adueñó de mi boca—. Magnética. Inteligente. Comprensiva. Esas palabras le describen mejor que cualquier otra cosa.
Cuando enfoqué los ojos de nuevo en Richard, el alma se me salió del cuerpo. No me había dado cuenta de la magnitud con la que mis emociones seguramente brillaban en mi cara. Apreté la boca, enojada conmigo misma por un descuido tan evidente.
El esposo de mi tutora me veía como si fuera la primera vez que lo hacía. Algo brillaba en sus ojos. Reconocimiento, tal vez.
—Eso es la cosa más larga que he escuchado de tus labios —él alegó—. Tienes una forma preciosa de expresarte —la calidez con la que me hablaba no era fingida—. Deberías hacerlo más a menudo, te sienta bien.
Me entró el pánico. Unas ganas terribles de llorar me invadieron… y sabía la razón. Aquel comentario me recordaba como solían ser las cosas antes… de todo. Aunque era como si lo viera a través de una ventana de kilómetros de grosor. Ya ni siquiera recordaba lo feliz que había sido tiempo atrás. No lograba evocar nada de mi vida, a no ser que hablara de esos meses tan horribles. Allí sí que tenía claro lo que sentía.
—Ella es muy parecida a ti, entonces —Rachel intervino con una bonita sonrisa adornándole el rostro—. Es como si te describieras a ti misma.