Ever.
—Creí haber escuchado que la tienda no estaba lejos —Ryan musitó con las manos repletas de bolsas de caramelos a medio abrir.
—No lo está —respondí con mi propia tanda de dulces y bebidas colgando en bolsas de mis manos.
—Hemos caminado como… ¿Qué? —Ryan me miraba como si quisiera arrancarme la cabeza—. Diez horas seguro.
—No seas llorón —repliqué sin dignarme a echarle una mirada airada—. No llevamos ni diez minutos caminando.
—¿Estás segura de que puedes calcular el tiempo sin un reloj a la mano? —dijo con su acostumbrado tono medio arrogante, medio burlón. Por mi mirada de perplejidad, pude deducir que se la estaba pasando en grande haciéndome rezongar—. Oh ya sabes, una aparatito de gran utilidad en el que puedes darte el lujo de ver la hora y medir el tiempo —su sonrisa de medio lado hizo una digna competencia con mi ceño fruncido en una muestra grandísima de exasperación—. ¿Y sabes que es lo mejor? ¡Lo puedes calcular con exactitud!
Touché. Me lo había ganado después de haberlo puesto en evidencia con el asunto de «Santi es mi hermano».
No pude evitar sonreírle—. Oh cállate y camina.
—El camino parecía mucho más corto de ida Ev —exclamó metiéndose un caramelo en la boca—. ¡Dios! Este calor está matándome.
—¿Sabías que eres todo un quejica? —pregunté sacando una de las bebidas azules de mi bolsa.
—¿Quejica? —preguntó de manera burlona—. ¿Quién usa esa palabra hoy en día?
Me detuve al llegar a la esquina en la que tendríamos que doblar para llegar a la casa de mis padres, agité la bebida en mis manos y la abrí sin derramar ni una gota en la acera. Hacía meses que no la probaba, y no tenía intención de desperdiciarla.
Me la llevé a la boca y dejé que el líquido corriera por mi garganta por cinco maravillosos segundos. Miré a mi alrededor distraída, pensando con satisfacción que esa era la primera vez que me sentía segura desde mi regreso.
Con intención de seguir caminando, ajusté las bolsas en grandes nudos y las sujeté a mis muñecas. No di ni un solo paso. Ryan se me atravesó y me hizo retroceder hasta que mi espalda chocó con algo duro. Ladeé mi cabeza dándome un buen golpe en la mejilla con el borde de la cabina telefónica en la que Ryan me tenía completamente aprisionada.
—¿Sabías la gente necesita espacio personal? —murmuré llevándome una mano a la mejilla.
—¿Y tú sabías que si llevas compañía tienes que compartir? —respondió haciendo a un lado mi mano reemplazándola con la suya.
Temblé. Su cercanía era tan embriagadora que no pude evitar hacerlo. Su dulce perfume hacía que la cabeza me diera vueltas. O eso era lo que quería pensar.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté a la deriva.
Ryan se limitó a mirarme con picardía, y se acercó tanto a mi cuerpo que comencé a confundirme acerca de en dónde terminaba yo y en dónde comenzaba él.
Su rostro hizo su camino hacia el mío con una lentitud conmovedora.
¡Maldita sea, va a besarme!, pensé con el corazón hecho un puño en mi garganta. Me pregunté si estaría mal besarle de vuelta. Ya lo había rechazado una vez, y aunque no estaba arrepentida, no podía decirse que estuviera feliz de haberlo hecho.
¿Qué puede ir mal?, me dije.
Después recordé.
Giré la cara de modo que sus labios tocaran mi sonrojada mejilla en vez de mi boca. Pude sentir a Ryan tensándose y soltar un suspiro contra mi piel. De no haber estado en mis cabales, seguro me habría derretido.
Me apresuré a darle un ligero empujón y quitármelo de encima antes de cometer una estupidez que me ficharía de por vida.
—Vámonos —ordené sin atreverme a mirarlo. Caminé con las extremidades más tiesas que las de una muñeca ignorando por completo si él me seguía.
Puse una mano en el pomo de la puerta de la casa de mis padres, pero no llegué a girarlo. Mi teléfono sonó tan estruendoso como siempre haciéndome dar un brinco. Me puse blanca al ver el remitente.
—Rain —evité su Oficio por completo. Tal vez Ryan no sabía mucho español, pero la palabra seguro le resultaría conocida.