Ever.
A veces es imposible no tener miedo. No temblar, o sucumbir a las lágrimas. Y sin embargo, a pesar de las circunstancias, pude ocultar lo que sentía.
—¿Ev? —Ryan me tocó la mano reclamando mi atención.
Quise quitarme de su alcance. Quise gritarle que se alejara. Pero no pude hacerlo. Era tan egoísta que lo dejé prolongar el contacto tanto como quiso, y sentí la suavidad de su piel ligeramente bronceada, cada articulación que lo hacía tan hermoso a mis ojos tristes.
Le sonreí forzadamente, y lamenté en lo más profundo de mi ser que lo último que el vería de mí, era esa sonrisa falsa y llena de esperanzas rotas.
—Ever —Alan dijo mi nombre. No. Lo saboreó con un tono ansioso y posesivo. Él observaba mi mano entre las de Ryan sin ocultar ni un poco su malestar. Sus ojos grises parecían taladrar al muchacho a mi lado sin piedad—. Es hora de irnos —ordenó.
—¿Irse? —Ryan preguntó apretándome hacía él.
Asentí apenas perceptiblemente, con el miedo subiéndome por la garganta y queriendo formar una súplica.
—Es tarde —Alan anunció con una expresión que me apremiaba a darme prisa. Recordaba esa cara tan bien que podía decir con exactitud que su paciencia estaba en el límite.
—¿Quien es usted? —Ryan exigió mientras me jalaba un poco más cerca de él.
Alan sonrió, pero no fue una sonrisa amable en lo absoluto—. ¿No te ha dicho Ever quien soy?
Ryan se limitó a mirarlo con desconfianza.
—No pasa nada Ryan, él es sólo un empleado de mi trabajadora social —respondí. Clavé mi mirada en Alan, retándolo a confesar la verdad. El muy cobarde sólo sonrió.
—Cierto —corroboró—. Ever y yo nos hicimos bastante cercanos durante aquellos meses.
Arrugué la nariz sin poder ocultar la repugnancia que sentía.
—¿Qué? —Ryan inquirió sin dirigirse a nadie en específico.
—Lo conocí cuando tramité mi cambio de tutores —mentí, y la mentira se sentía ácida en mi boca.
—¿De verdad? —preguntó.
Asentí sintiéndome miserable.
—El tiempo apura Ever —Alan volvió a presionarme sin percatarse de la iracunda mirada que Ryan le lanzaba… o quizá no le importaba.
Tragué saliva buscando cualquier excusa que retrasara el momento de mi partida, pero Ryan intervino tan deprisa que ni siquiera pude poner a funcionar mi cerebro—. ¿No te ibas a quedar en casa para descansar? Estás pálida Ev, la verdad es que no creo que sea una buena idea salir a pasear si no te sientes bien.
—Yo…
—Ever sabe que es un asunto bastante urgente. ¿Verdad cariño? —Alan anunció en un tono que gritaba que más me valía hacerle caso.
—No pasa nada —traté de tranquilizar a Ryan, aunque con la expresión de desasosiego en mí cara no estaba segura de poder conseguirlo—. No tardaré más de media hora, lo prometo.
Me miró escéptico, pero asintió. Me acerqué a él, y le rocé la mejilla con mis labios intentando trasmitirle lo mucho que me importaba. Y también lo mucho que lamentaba no haberle besado cuando tuve la oportunidad.
Sentí un agarre en mi brazo, jalando y obligándome a alejarme de Ryan. Fue como volver a ese infierno de nuevo, con sus manos sobre mí sin ninguna piedad, y por supuesto sin mi consentimiento. Rogué en mi mente que el Oficial Rain se diera prisa.
Ryan me contempló extrañado, como si sintiera todo el miedo que me asfixiaba silenciosamente. Desvié la mirada, porque no era capaz de contemplarle mientras Alan me arrastraba consigo.
A mi fin, eso era seguro.
—Adiós —alcancé a murmurar antes de alejarme demasiado. Pensé en la reacción de Ryan al enterarse de la verdad, en lo mucho que querría regresar al pasado y detener este momento y hacer algo. Sólo esperaba que entendiera que no era culpa suya. Nada de esto era culpa de nadie.
Solamente había tenido la desgracia de haber caído en las manos de un monstruo.
***
Ryan.
Algo no estaba bien.
Había una voz que no dejaba de advertirme y urgirme por hacer algo. No sabía qué, pero no podía quitarme la sensación de encima. El camino estaba demasiado tranquilo, como si algo horrible fuera a pasar en cualquier momento.