Lo que no conoces de mí.

Capítulo 30.

Ever.

Seis semanas después.

El Doctor examinó mi rostro con detenimiento, buscando cualquier señal que indicara que lo que sostenía en sus manos llenas de arrugas era una broma de mal gusto.

Pero no lo era, y el cielo sabía que yo, más que nadie, deseaba que ese fuera el caso.

—Hablé con tus Doctores anteriores —comentó, colocando la carpeta sobre el escritorio con elegancia—. Fueron bastante vagos respecto a la situación.

—Es privado.

—No para mí, señorita Sandoval —alegó poniéndose tieso ante mi silenciosa negativa de revelar más información—. No cuando estoy a cargo de su salud.

—Fue un accidente automovilístico, no veo dónde quiere meter lo que pasó antes.

—Puede ser importante.

—No lo es —alegué perdiendo un poco los estribos—. No tiene nada que ver.

—Ever…

—¿Debería pedirle a mi padre que entre? —pregunté con la cara seria.

El Doctor suspiró sin dejar de observarme con cautelosa atención—. ¿Debería exigir al hospital de México su historial completo?

Touché.

—Está protegido —dije con una sonrisa—. Lo siento, pero eso no va a cambiar. Tendrá que apañárselas con lo que tiene.

—Las lesiones que presentaste fueron muy graves —intentó persuadirme. Lo que él no sabía era que podía evadir perfectamente esos impulsos gracias a la insistencia que mis padres habían tenido conmigo.

—Lo fueron, sí —acepté sin inmutarme—. Pero estoy mejor, como ya lo ha visto.

—Hablé con su madre ayer —él anunció—. Sin embargo, tampoco quiso hablar sobre el asunto.

—Ya.

—¿Hay algún problema familiar de que deba estar informado?

—Mis padres nunca me han golpeado, si eso es lo que me está preguntando.

El Doctor asintió con gesto ausente—. Muy bien, entonces, si no hay nada más que discutir, nos veremos en un par de semanas para revisar esas costillas.

—Perfecto —repliqué con aire satisfecho.

Me levanté de la silla forrada de cuero, y antes de salir del inmaculado consultorio, me giré y con una pequeña sonrisa amable me despedí—. Nos vemos, gracias.

No recibí más respuesta que una mirada evaluativa.

Papá estaba esperándome fuera con esa expresión de fatiga que últimamente cargaba con tanta evidencia—. ¿Cómo fue todo? —preguntó.

Con toda tranquilidad le expliqué cada palabra del Doctor, sosegándolo y alegando que no le había dejado intimidarme en ningún momento, y que todo estaba tan seguro como siempre.

Debí saber que las cosas no se quedarían así.

***

—¿Ya viste aquel azul? —Ryan señaló un suéter azul marino que se exhibía en el escaparate de la tienda.

Lo miré por un segundo y de inmediato lo descarté. El escote era bajísimo y era más ajustado que mi propia piel.

—Es bonito —comenté siguiendo con mi tarea de revolver entre las sudaderas de las tallas más grandes que encontraba.

Ryan me disparó una mirada exasperada, pero llena de curiosidad—. ¿No vas a probártelo? —preguntó.

—No —negué rotundamente. No había absolutamente ninguna posibilidad de que accediera a ello.

—¿Por qué?

—Ryan —mascullé distraída—. ¿Estás borracho o qué?

El muchacho entornó los ojos y me sonrió con desgana —. Por supuesto que no.

—Bien.

—¿Sabes? Estoy empezando  a pensar que quieres desviar el tema —comentó inocentemente poniéndose de pie. Se estiró de una forma—muy, muy a mi pesar—extremadamente seductora, con los brazos por encima de su cabeza, provocando que su ligera playera azul se levantara.

Un terrible rubor me coloreó la piel de la cara, y tuve suerte de voltearme a tiempo para que él no viese lo mucho que aquello me había incomodado.




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