Tomas Rain miró fijamente el teléfono abandonado en la acera. Era negro, y aunque la pantalla estaba totalmente estrellada, todavía funcionaba con normalidad. O eso esperaba al ver la luz de notificaciones parpadeando.
Había recibido la llamada de Rachel Jones hacía apenas un par de horas, y el equipo de policía se había movido inmediatamente. Por suerte, él todavía no abandonaba el país por el reciente accidente de Ever, ya que había decidido vigilarla de cerca él mismo en caso de cualquier situación.
A pesar de esas medidas, ella había desaparecido.
Y muy a su pesar, se sentía terriblemente culpable. Tal parecía que esa niña tan dulce le había hecho algo a Dios para merecer un destino así de cruel, pero Tomas sabía que eso no podía ser en lo absoluto cierto. Nadie merecía algo así.
Y Ever mucho menos. El Oficial sabía cuánto ella había sacrificado de sí misma para que su familia no sufriera más por verla tan vencida. No importo que ella se mostrara tan fría y altiva, Tomas sabía que en el fondo ella sufría.
Y a pesar de que no se consideraba especialmente afín a su religión, se había encontrado a sí mismo implorando a los cielos por su bienestar. Rezando con todo el deseo de su corazón que no recibiera más daño de ese monstruo, porque si había algo que Tomas sabía con certeza, era que ella no lograría recuperarse de nuevo.
Y esta vez, ni un cambio de aires la ayudaría a salir del pozo.
—Oficial —una voz conocida interrumpió sus pensamientos a través de su radio—.Ninguno de los residentes vio nada sospechoso. Dijeron que de haber pasado algo, tuvo que haber sido muy discreto.
—Me lo imaginaba —el Oficial respondió—. No son tan imbéciles para repetir sus errores.
Probablemente la siguieron desde que salió de la casa de Rachel.
—¿Qué hacemos ahora?
—Buscaremos en un radio cercano a la casa de Rachel, es probable que haya alguna pista cerca. Es inútil continuar aquí, nadie vio nada y esta vez fueron muy cuidadosos con las huellas. No hay un indicio preciso, y es imposible obtener un rastro sólido.
—Iremos en retroceso. ¿Verdad?
—Correcto. Tiene que haber algo allí.
—Muy bien, voy para allá enseguida.
—Bruno —Tomas le interrumpió con suavidad—-. Ten cuidado, tal vez todavía alguien esté vigilando.
Bruno resopló con furia—. Ya tienen lo que querían, no hay una razón para que se hayan quedado rondado. Además, si llego a encontrarme a alguien allí... le meteré una bala en la cabeza, no permitiré que sigan dañando así a una persona inocente. Me importa muy poco que los quieran pescar vivos.
El Oficial Rain casi sonrió—. A la mierda los interrogatorios.
Bruno soltó una risa seca—. A la mierda.
***
Bruno era todavía un novato en asuntos policiales. Pero lejos de que eso le impidiera cumplir con su trabajo, el esfuerzo que mostraba en cada caso era inigualable. Siempre había sido de esa manera, y el saber que esta vez alguien que él conocía estaba en peligro, lo hacía hacerse aún más cuidadoso y eficiente.
Costara lo que costase, él encontraría a Ever.
Se puso en camino en cuanto el Oficial Rain le indicó cómo debía proceder, y en esos momentos, con las calles iluminadas en rojo y azul por las luces de las patrullas, estaba seguro de que aquellos imbéciles debían de haber dejado un rastro, por más pequeño que fuera.
Inspeccionó los arbustos que delimitaban los jardines de las casas vecinas, deduciendo que eran insuficientes para servir de escondite.
Por enésima vez, se preguntó qué habría hecho él de estar en su lugar. Pero no podía ponerse en sus zapatos, Bruno simplemente no podía.
Barrió la calle, buscando desesperadamente un mísero punto de apoyo.
Fue entonces cuando las vio.
Allí, en lo alto de una de las terrazas de las casas, parpadeaban tan discretamente que fue un milagro que Bruno las captara.
Cámaras de seguridad.
¿Por qué los vecinos no las habían mencionado? Bruno lo averiguaría.
***
El Oficial Rain estaba terriblemente preocupado, sentía una espantosa alarma trepándole por el cuerpo. Bruno había obtenido una pista excelente, pero hasta ese momento, había sido imposible rastrear el vehículo por la ciudad. El tiempo corría, y Tomas sabía que con cada minuto que pasaba, las posibilidades de encontrar a Ever se hacían más remotas.