Lo que no esperaba encontrar

5

Cuando llego a la hacienda son las diez de la noche he tardado en llegar, no hay nadie afuera así que salgo rápido del auto y cargo al hombre que esta medio dormido. Giro la perilla de la puerta y entro en mi casa, camino por el pasillo y subo lo más rápido que puedo las escaleras hasta llegar a mi habitación, acostándolo en mi cama. Tengo frío pero eso puede esperar.


Lo acomodo en mi cama, le quito los zapatos y los calcetines, lo cubro con unas sábanas, María, se asoma en la puerta de mi habitación, se adelanta a traer el botiquín que tienen aquí. Él no se ha mojado así como yo, me quito los zapatos quedándome descalza, le acomodo las almohadas y ella vuelve.

 

 

 


—Aquí está el botiquín — lo tomo y mojo un algodón con el alcohol.

 

 

—¿Conoces a este hombre? — pregunto seriamente en lo que limpio la herida de su ceja derecha.

 

 

 

—Sí, es el dueño de la hacienda Los potros — me detengo para mirarla y levanto una de mis cejas — Si bien la hacienda de don, Jorge, está a la derecha, la de este señor está a la izquierda — comprendo.

 

 

 

—Dile al capataz que suba — el hombre está un medio despierto le pongo un algodón limpio cerca de la nariz para que lo huela.

 

 


—Enseguida

 

 

 

Se va dejándome sola con el hombre, tiene la piel algo bronceada, barba y bigote de varios días perfectamente recortado, cabello castaño recortado de atrás y largo al frente, acerco mi mano derecha para sentir su cabello pero él sujeta mi muñeca con fuerza.
Me jala hacia el quedando un poco más cerca, observa mi rostro y mi cabello, baja su mirada para ver el resto de mi cuerpo aun cubierto por la ropa mojada. Jalo mi muñeca porque me está doliendo su agarre, me parto un poco y en ese momento el capataz toca la puerta y entra sin esperar respuesta.

 

 

 


—Me mando a llamar — me levanto de la horilla de la cama y me acerco a él.

 

 

 

—Necesito que vayas a la hacienda Los potros y avises que su dueño está aquí.

 

 

 

Luis, mira al hombre, asiente con la cabeza, cierro la puerta, pongo mi muñeca derecha en mi cuello para darme un ligero masaje. Lo miro de nuevo, permanece en la misma posición cuando lo deje en la cama.

 

 

 

—Comprendo que desconfíes — hablo tranquilamente — Rosana Villavicencio — le tiendo mi mano estando de pie al lado de la cama, pero el hombre no la toma así que la bajo — te encontré atrapado en tu camioneta cuando venía de regreso y te traje a mi hacienda.

 

 

 

—No creo que pueda irme hoy — su voz es fuerte truenos y relámpagos hacen que se corte la luz.

 

 

 

Saco mi teléfono y activo la lámpara, me acerco a mi closet y tomo un pijama. María vuelve y enciende las velas que ha traído dejando unos cerillos también, entro ene le baño y lo único que quiero es bañarme, despejar mi mente por un momento.
Se ve que es un hombre desconfiado, duro y firme al hablar y quizás al actuar también. Apoyo mi cabeza en la pared mientras el agua cubre cada parte de mi cuerpo, no tardo mucho pues debe necesitar descansar, así que me seco rápido el cuerpo y me visto tomo mi teléfono y lo dejo en el tocador mientras seco mi cabello.

 

 

 

—Te traeré algo de comer — digo mientras peino mi cabello.

 

 

 

No dice nada nada, vuelvo a tomar mi teléfono para iluminar el camino a la cocina, busco en el refrigerador algo que pueda calentar y por suerte encuentro un caldo le vendrá bien, en lo que se calienta en la pequeña cacerola que he encontrado, suspiro será una larga noche y está algo fresca, no hay calor.
Sirvo el caldo en una taza, coloco unas servilletas y un vaso con agua, todo en una bandeja de madera, camino con cuidado y subiendo de lado los escalones de la escalera al entrar en la habitación dejo la charola en el buró. La lluvia se ha hecho más fuerte y con cada trueno las paredes tiemblan.




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