Lo que nos hace humanos

Capítulo 3 – Cosas que no se dicen

Los lunes siempre han sido una especie de broma pesada del calendario. No por las clases. No por madrugar. Sino porque todos parecían tener ganas de hablar... menos yo.

Y justo ese lunes, al entrar al instituto, Clara venía como una ráfaga de viento con chisme fresco.

—¿Sabés lo de la profe de Filosofía?

—No —dije, aunque tampoco me importaba mucho.

—¡La han pillado ligando con un tipo en una cafetería! ¡Con el profe de Educación Física!

—Clara... ¿y si solo estaban tomando algo?

—¿Alguna vez viste a dos personas “tomando algo” con esa sonrisa de “me muero por sacarte la ropa”?

—Tengo cosas mejores en las que pensar, Clara.

—Y una imaginación floja.

Nico llegó unos minutos después, oliendo a colonia barata y con el flequillo rebelde de siempre. Llevaba una camiseta con un Pikachu que sostenía un cuchillo. No preguntamos.

El pasillo olía a desinfectante viejo y a bocadillo de chorizo. Típico. Nos metimos en clase como si entráramos a una cueva: resignados pero sin alternativa. El aula estaba llena de esa luz blanca de fluorescente que hace que todo parezca más triste de lo que es.

Ese día fue raro. No por nada en especial. Raro como cuando te olvidas una palabra que usas todo el tiempo. Como cuando juras que dejaste las llaves en un sitio y no están. Algo dentro de mí no encajaba.

Estaba más cansado de lo normal. No el típico “me acosté tarde”. Era más... profundo. Como si tuviera los huesos empapados de algo que no sabía nombrar.

En gimnasia, cuando hicimos la primera carrera, terminé con el corazón como si se me fuera a salir por la garganta. Me mareé un poco. Nadie lo notó. Ni quise que lo notaran.

—¿Estás bien, Leo? —preguntó Nico mientras tomábamos agua.

—Sí, solo dormí poco.

Mentira número mil. Y conté otra más en casa, cuando mamá preguntó si tenía hambre y le dije que sí, aunque el estómago me daba vueltas.

Esa noche fue distinta.

No por un gran evento, sino por algo mínimo.

Estaba volviendo a casa, caminando solo porque Clara tenía que ir al dentista y Nico se quedó “a estudiar” (que en su idioma significa “ver vídeos de gente armando maquetas de Star Wars”). La ciudad estaba llena de esa luz amarilla de las farolas que siempre me hace pensar en las cosas que uno no dice.

Pasé frente al escaparate de una librería cerrada. Había una postal con una frase en cursiva: "Hay batallas que nadie ve, pero se luchan igual."

Me detuve. Un segundo. No sé por qué.

Me dolía un poco el costado. Como un pinchazo sordo.

Nada grave.

Nada que contar.

Otra de esas cosas que uno prefiere ignorar. Porque si no lo dices en voz alta, no existe. ¿No?

En casa, mamá me preguntó si quería cenar algo caliente. Dije que no. Solo quería una ducha rápida y meterme en la cama.

Me miró raro, como si hubiera un detalle fuera de lugar. Pero no dijo nada.

Nosotros hablamos mucho... sin hablar.

Y esa noche, el silencio fue más largo de lo normal.

Me acosté temprano. Con la persiana medio bajada podía escuchar los sonidos de la calle.

Gente volviendo de trabajar.

Un perro ladrando a la nada.

Y mi corazón… latiendo fuerte. Como si quisiera avisarme de algo.

No lo supe entonces, pero lo que estaba por llegar ya había empezado.

Y se parecía mucho a nada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.