Lo que nos trajo el muerdago

4. Raton, ratoncito.

Malorie Vélez.

Vuelvo al laboratorio, sumergiéndome en las montañas de trabajo teórico. Jessica, la morena del cubículo izquierdo, me saluda con un simple movimiento de manos. Sus ojos se mantienen fijos en el matraz. El líquido translúcido y burbujeante se agita suavemente en un bambaleo constante. Los labios de la morena se encuentran fruncidos en una ridícula mueca, el entrecejo contraído con concentración y, cuando agrega el tercer elemento a la mezcla burbujeante, ella maldice por el humo que escapa del matraz.

—Esto es tan frágil, desespera —su dedo hunde el botón de grabación, y la voz sale en un tono monótono y controlado. Un tono casi robótico, eso que escuchar al descolgar un contestador—. Experimento número 15, prueba 65. El líquido B reaccionó tres segundos y medio antes de lo que debía. La mezcla no dio el resultado deseado.

—Agrégalo más suave —sus ojos grises son enmarcados por rizos apretados; la sonrisa sensual se ensancha durante unos segundos, antes de guiñar el ojo y continuar con sus anotaciones.

—El goteo se interrumpió por nanosegundos; el líquido B no tuvo un flujo constante…

Deslizó las carpetas de una pila a otra. Las letras dan vueltas a mi alrededor. Los datos se van acumulando, y los resultados de la última carpeta no son muy esperanzadores. Uno de los cirujanos ha trabajado en un procedimiento experimental, para ayudar a las personas que han perdido miembros y sufren el síntoma del miembro fantasma. Pero el síntoma sigue presente y los pacientes no han podido mejorar. Lo cual solo nos lleva a un lugar, la derrota, el final de las esperanzas y la única oportunidad que esas personas tenían para ser normales. Para una vida de normalidad.

—Jessica, Malorie, buenos días, investigadoras.

—Buenos días, jefa. —Jessica cabecea y se estira en la silla como un gato, quitando la bata de sus hombros, antes de salir del laboratorio por un bocadillo después de seis horas de trabajo continuo—. ¿Qué la trae por acá?

—Vas a trabajar al lado de Jacob López, durante una investigación.

—No, no, puede hacerlo Jessica o Mónica, son buenas investigadoras. Con más años de experiencia.

—Eres la indicada para trabajar en este caso, eres buena en esto. Necesito que estés al lado de Jacob y le des ese lado humano y sensible que le falta al neurocirujano. Es bueno, pero necesita sensibilidad con las personas afligidas. Él no lo entiende. Tú sí.

—No.

No, nunca estaré de acuerdo en trabajar al lado de Jacob. Es un error, no importa cuántas bonitas y elegantes palabras usé para atraerme al lado del neurocirujano. Para sumergirme en una investigación que tienta cada fibra de mi ser, ese lado al que le encanta perseguir la ciencia, los nuevos proyectos y tener un nombre en un bonito artículo.

—No importa lo que digas, no aceptaré, no trates de venderlo. No importa cuantas palabras uses y qué descripción adorable des sobre López. No trabajaré al lado de Jacob López; sabes que no lo soporto. Lo odio. Me niego.

Mi jefa sonríe, Dannah Spencer, sonríe como si encontrara graciosas, mis replicas. Ella puede que le suene como insignificantes quejas, solo bromas entre colegas o una pequeña riña que tiene arreglo. Pero, lo que Dannah nunca entenderá es que prefiero perder el trabajo antes de trabajar al lado de Jacob López; el hombre es irritante, atractivo, pero un dolor en el trasero. Y no hace nada para ser más tolerante, no; López consigue todo lo contrario. Él es como la lactosa, para los intolerantes a los lácteos.

Cada fibra de mi cuerpo se revela ante la idea de trabajar codo a codo con el cirujano. Miento; no se están revelando ante la idea de pasar más de veinticuatro horas al lado de Jacob López; el principal problema que tiene mi cuerpo hormonal es lo que sucederá cuando estemos solos y las paredes caigan. Cuando vuelva a rendirme ante el médico, porque sucederá, esa tensión no se quedará en el aire demasiado tiempo; en algún momento estallará y nos llevará a ambos a una situación comprometida.

Ya lo dije, prefiero renunciar antes de estar al lado de Jacob López; estoy huyendo y escondiéndome del hombre como un criminal, por el miedo que tengo de saber qué sucederá cuando nos enfrentemos. No quiero enfrentarlo, así que prefiero renunciar, dejar todo.

—No puedes renunciar.

—Lo mataré —Dannah niega con una sonrisa compasiva, tan compasiva que irrita. Luce como una mamá que está viendo a su hija adolescente tener una rabieta; no soy su hija y Dannah apenas es doce años mayor.

—No puedes hacerlo—repite con calma—Jacob López me cuesta una increíble suma de dinero para que muera en tus manos; ambos son caros. Así que no quiero ver a mi investigadora principal cometiendo un crimen y no deseo explicar cómo fue que mataron a mi neurocirujano.

—Pero…

—No hay peros que valgan, Malorie, vas a trabajar al lado de Jacob. Es una orden.

Dannah sale del laboratorio. Un grito enfurecido se enerva desde el fondo del estómago, un grito cargado de veneno y rabia. Lo he intentado, he intentado mantenerme alejada del hombre; pero ninguna de mis excusas ha terminado y que Dannah haya usado esa artimaña, esa tan vil de decir que era su mejor investigadora. Dio justo en el ego; Dios, todos los trabajadores del área de la salud somos egocéntricos; nos creemos dioses mortales, que tienen todas las oportunidades en la palma de la mano. Así que Dannah sabía que su declaración me haría caer. Sería tan tentativa y jugosa que aceparía estar al lado de López sin matarlo en el proceso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.