Lo que nos trajo el muerdago

5. Implosión… Explosión.

Malorie Vélez.

Trabajar al lado de Jacob López era un error, el más grande que había cometido en mi vida. Corrección, el error más grande fue salir con mi ex prometido, Dean; ese sí fue un error. Seguido del magnífico… Irritante beso que me dio Jacob, y no digo que sea irritante para evitar pensar en la caliente y necesitada reacción de mi cuerpo cuando él me toca. ¿Por qué actuó como una maldita desesperada al lado de Jacob? Nos odiamos, esa es la realidad de nuestra situación, así que estaré recordando el beso que te dio tu amargado y atractivo jefe-némesis. Es un error, uno muy grande.

Pero acá me encontraba, en la misma sala, trabajando al lado de Jacob López y recordando el beso bajo el muérdago. Todo fue culpa del muérdago, sí, absolutamente. Que no pueda evitar pensar en los labios de mi jefe, es culpa del muérdago; el imaginar cómo se sentirá su cuerpo sobre el mío, es culpa del muérdago; el desear su muerte a causa de mis propias manos, es culpa del muérdago. Bueno, eso último no, menos ahora que Jacob me anda ignorando y solo toma en cuenta algunas de mis sugerencias.

No sé qué estaba pensando cuando decidió que la mejor idea era que trabajáramos mano a mano. No va a funcionar. Cada hora que paso al lado del irritante y apuesto neurocirujano, no hace más que crecer la molestia que profeso hacia él.

—No vamos a llegar a ninguna parte —suspiro dejando caer la cabeza sobre la mano; los ojos se cierran y cuento hasta diez cinco veces antes de poder calmarme y no mandarlo al infierno. Debería enviarlo a un club nudista—. No sabemos cómo trabajar en equipo, tú me ignoras, yo te grito y seguimos en el mismo lugar. Esto es una pérdida de tiempo.

Jacob continúa concentrado en los papeles y datos delante de su rostro; tiene el ceño fruncido; los labios se mueven gesticulando palabras inaudibles y cuando está absolutamente concentrado se muerde el labio inferior, antes de soltarlo y sonreír. Esa sonrisa no se parece a ninguna que le haya visto. La realidad es que este hombre no sonríe, ni golpeándolo con un panal de arvejas. Así que cuando lo he pillado sonriéndole a los papeles con cada pequeño avance, me quita el aire; mis pensamientos y hormonas se alborotan ante la encantadora imagen. Porque es verdad, Jacob se ve increíblemente atractivo cuando sonríe y solo consigue que lo odie más.

No puedo encontrar increíblemente atractiva a mi némesis. Todo lo contrario, tiene que ser feo, horrible, con mal olor y una actitud machista. Vamos que esto último López lo consigue con facilidad.

—López, ten la maldita decencia de mirarme mientras te hablo—exclame perdiendo a la paciente, a punto de gritar—sé que no te agrado y piensas que soy una inútil, pero tú pediste trabajar conmigo, lo exigiste—recalque acordándome de aquel día. Ese día donde solo quería encerrarme en lo más profundo de la tierra—. Entonces no me trates como un maldito ayudante cuando estamos a la par en esta investigación, López.

Continúa sin hacerme caso; ojea las páginas, dejando una encima de las otras, las que ha terminado de revisar. Sus movimientos son medidos y tranquilos, ajenos al mar de rabia que ha provocado en mí.

—Maldito hombre amargado —chillé histérica—, por esta y muchas más razones no quería trabajar contigo. Tengo demasiadas responsabilidades para jugar al tirar y aflojar con un idiota que no es capaz de dirigirme la palabra o aceptar un simple saludo. Te odio—Una lágrima de impotencia se desliza por mi mejilla; la rabia ha escalado niveles incontrolables.

Cuando me levanto para salir corriendo del laboratorio, Jacob alza la cabeza fijando su mirada en mí. Sus ojos me recorren con lentitud, quedando atrapados en los míos que no son capaces de detener las lágrimas, contenerla detrás de los párpados y no regalarle una imagen lamentable y penosa al médico. Lucho con todas mis fuerzas para detenerme, para no pasar más vergüenza delante de este hombre. Pero las lágrimas continúan fluyendo con libertad, anonadando a López, quien no sabe qué hacer conmigo.

—¿Qué está sucediendo, Vélez? —cuestiona quitándose los audífonos; por eso no me respondía; por esos pequeños aparatos llevaba una hora hablando sola. Por ellos mi llanto aumenta y Jacob se lanza hacia delante atrapándome entre sus brazos—. ¿Por qué lloras? ¿Qué sucede, dulzura?

—Eres un idiota.

— ¿Disculpa?

—Sí, eres un idiota —afirmé llorando contra su pecho, ensuciando la pulcra camisa blanca de lágrimas y mocos, mientras continúo insultándole como si mi vida dependiera de ello.

Jacob intenta hablar y saber qué ha sucedido para que esté llorando de esta manera. Pero no respondo ninguna de sus preguntas. Solo continúo llorando, quejándome de cada pequeña cosa que encuentro molesta en su persona y manera de actuar. Nunca he sido una de esas personas que guardan odio en ellas; siempre es amor, dulces y regalos conmigo; cuando se trata de López me convierto en esta bola de odio que no hace más que lanzar veneno y esperar que sus golpes surtan efecto. Causen el mayor daño posible. Pero nunca he visto a López lastimado con mis comentarios; todo lo contrario, le divierte. Él vive para hacerme enojar y que me sienta mal por odiarle, porque no soy esa.

—Idiota.

—Soy un idiota, dulzura, pero necesito que me digas que hice mal —indaga con voz suave, dando pequeñas caricias reconfortantes en mi espalda que no surten efecto. Porque nada de lo que haga logrará calmarme.




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