Lo que nos trajo el muerdago

10. Tambaleante.

Malorie Vélez.

Mis sentimientos se encuentran heridos otra vez, el superficial comentario que ha conseguido derribar todos mis muros y esa sensación de verme hermosa, en un vestido que solo resalta todos los lugares donde me causan inseguridad. Lo difícil de amar lo dulce es lo que causa en tu cuerpo recordar los comentarios egoístas de tu prometido, recordándote que no ibas a caber en un hermoso vestido de novia para tu momento especial.

Las inseguridades se deslizan lenta, pero constantemente, debajo de la piel. De pronto ya no te ves con los mismos ojos, esos que adoraban cada centímetro de la piel donde te encontrabas; ya no había amor para lo que reflejaba el espejo, si no, decepción y vergüenza. Todo crecía lentamente, hasta llegar al punto de tapar el espejo, dejar de comer para no ganar más peso y caber en el estúpido vestido.

Luche contra las inseguridades, después de romper con Dean. Me di cuenta de cuánto daño me había hecho aquella relación, cuanto había perdido en el proceso de complacerle, de darle la mujer que él quería mantener a su lado. Perdí lo que me hacía única, para encajar en el estándar de Dean; y no lo noté hasta que fue tarde, hasta que tenía el corazón partido y era incapaz de reconocer a la persona que me devolvía la mirada en el espejo.

Perdí más que un prometido, que un novio y un sueño. Perdí demasiado con esa relación. La terapia ayudó, pero aún hay huecos en mí, espacios con los cuales no he conseguido reconciliarme, aceptarme totalmente. Y hoy, en este evento pomposo, donde todos lucen como celebridades, Jacob ha mellado en la autoestima; sus palabras fueron golpes certeros y crueles.

Laiya podrá decir que me veía hermosa, sexy y atractiva con todos los hombres. Pero el espejo no mentía; la imagen deforme y horrible del otro lado no era más que una obscenidad. La tela delgada, y pegada a cada curva, solo resaltaba mis miedos ocultos. Los senos a punto de estallar, los pulmones congelados; el aire escampado, la asfixia envolviéndome y los latidos desenfrenados, guiando los pasos acelerados. Huyo de la gala; corro sin mirar atrás, buscando un lugar para esconderme. Para hundirme en las palabras del neurocirujano, y avivarla con cada pensamiento y voz maliciosa que susurra en el fondo de mi ser.

—Vaya, espectáculo, Lori —la voz de Hannah me detiene; las piernas dejan de bombear hacia delante con fuerza. El ruido de la música elegante hace tiempo ha desaparecido, pero el ardor en los pulmones, el rastro húmedo en las mejillas y la mirada cristalina no han desaparecido.

Esa voz desaprobatoria continúa aumentando, tomando cada vez más fuerza, reemplazando los comentarios de apoyo; esos que son reales, esos que dicen la verdad, se ven apagados detrás de los pesimistas. Esos que solo mellan mi seguridad y me hacen llorar con fuerza.

—Oh, cariño, ¿qué sucedió? —su voz suave solo consigue las lágrimas. Hannah se levanta, dejando de lado todo, antes de cobijarme entre sus brazos de hermana mayor—. ¿Por qué estás llorando? Te ves tan jodidamente bonita, en este vestido, Lori, que ni deberías llorar. Todo lo contrario, sonríe.

—No todos piensan que me veo bonita en el vestido —susurre escondiendo el rostro en el hueco del cuello.

—Solo un idiota diría eso —gruñe; Hannah tiene la decencia de un guerrero con un par de cervezas encima. Su manera brusca y descuidada de hablar es un claro contraste entre nosotras—. Mira a estas bellezas; solo un ciego no las alabaría.

—Hannah —chillo avergonzada, mientras ella da toques burlones a mis senos. Alabándolas desde arriba, con un guiño—. No todo se resuelve por un buen escote.

—Todo se resuelve con un buen escote, Lori, lo único es que no sabes usarlo a tu favor. Si supieras todo lo que he conseguido con un escote.

Una sonrisa perversa y maliciosa se desliza en sus labios. Aquellos ojos iguales a los míos me devuelven la mirada con un cierto brillo conocedor en ellos. Hannah no solo lo dice de manera sexual, aunque se niegue a contar sobre su trabajo; todos tenemos suposiciones de lo que le ha tocado hacer en los operativos. No obstante, Hannah se niega rotundamente a hablar de lo que hace, siempre aludiendo a que es por nuestra seguridad.

Pero la verdad es que Hannah tiene un problema con el control. Siempre desea que las cosas salgan a su modo, de su forma y en su horario. Hannah es una controladora, por eso corre detrás del peligro, casando narcotraficantes y criminales; porque nadie puede salirse de su orden y esas personas lo hacen.

—Dudo que, al idiota malhumorado, le guste mi escote.

—Siempre hay idiotas, Lori, solo toca hacer que se traguen sus palabras —ella ríe a carcajadas; su risa escandalosa y descuidada arranca una—. Te ves aún más bonita sonriendo, Lori. No dejes que otro idiota te robe la confianza. No merecen tus lágrimas, ni que te hundas.

—No sucederá—prometo—de nuevo.

Una promesa que va en dos caminos, tanto para ella, como para mí. Necesito mantenerme en esas palabras; reconocer que existe algo más allá de las voces que siempre me hunden, de los comentarios maliciosos o el poco amor que le tuvo Dean. Porque hay más, una verdad que estoy comenzando a descubrir, una verdad que está curando poco a poco mis heridas.

—Vi a Arthur Kendris, estaba en el evento luciendo un traje a medida.

— ¿Arthur Kendris? Tu amigo del doctorado —alcanza a recordar—, ¿sigue siendo un nerd? —asiento. Arthur puede vestir como un intimidante empresario, colocar la mejor cara de póquer, y parecer indiferente ante las personas ricas.




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