Lo que nos trajo el muerdago

21. El miedo a perderlo todo.

Malorie Vélez.

—No—niego rápidamente. Cayendo en la trampa de la cirujana. Ella sonríe con soberbia, dándose cuenta de que estoy mintiendo—son ideas tuyas, no está sucediendo.

—No mientas, Lori, estás enamorada. Te he visto enamorada, con el corazón roto y en muchas más situaciones; conozco cómo te ves cuando estás enamorada. — Se queda durante dos minutos en silencio, con el ceño fruncido y la mirada más crítica que le he visto. — ¿Volviste con Dean?

—No, por dios, no he vuelto con ese idiota infiel.

—Menos mal —suspira aliviada— ¡No los has negado! ¿Quién es el afortunado? —sonríe como un zorro astuto y travieso. Laiya avanza acortando la distancia que nos separa; sus ojos fisgones y extasiados me encierran en una situación sin escapatoria—. Dime, dime, Lori.

¿Estoy enamorada? ¿Laiya tiene razón sobre mi estado? Tengo esa expresión que ha descrito a detalle; poseo una mirada esperanzadora y carga de emociones a causa del cirujano. ¿Jacob López ha conseguido enamorarme? No estaría lejos de la verdad; él tiene todo lo necesario para hacerme caer en las artimañas del amor; sin embargo, no creía que mis sentimientos hacia mi némesis fueran tan profundos.

Me he enamorado de Jacob López. Me he enamorado de un hombre al cual juré odiar. Me he enamorado, cuando no debía suceder.

Me he enamorado, y aunque tengo miedo, se siente jodidamente bien.

Jacob me sonríe con genuina felicidad al salir del hospital. Sus ojos me detallan de pies a cabeza, me observan de una manera profunda y pura devoción; aquellos ojos me devoran con lentitud, tomándose el debido tiempo que necesita para detallar cada una de las curvas que poseo. No importa cuánto tiempo le tomó deslizar la mirada de un lugar a otro, él se ve emocionado con tomarse todo el tiempo del mundo para admirarme. Bajo sus ojos me siento como una obra de arte; me observan como los fanáticos observarán a las siete maravillas del mundo; no tengo duda. Estoy usando el pijama quirúrgico, ese que no se moldea a mis curvas y es lo suficiente cómodo para dormir con él. No hay nada estimulante en mi atuendo; aun así, él sigue observándome con deseo y amor.

Anhelo, uno que no había reconocido. La mirada de Jacob me hace sentir cosquillas en cada centímetro del cuerpo, alterando los nervios y sensaciones; la excitación va tomando fuerza y cuando nuestras bocas se rozan solo puedo dejar escapar un gemido ahogado, un sonido de pura necesidad.

—No me mires así —susurré en un gemido lastimero, sin poder seguir soportando. No tengo la resistencia necesaria para no caer ante la tentación y él solo continúa provocándome, llevándome hacia sus manos ágiles y tentativas que no me dejan tocar el cielo.

Lo hace ver tan fácil el retenerse y no sucumbir al deseo. Siempre tan controlado y seguro de sí mismo. Lo odio, odio que siempre parezca tan pulcro y controlado; nunca lo he visto perder el control, enloquecer por un deseo incontrolable e insaciable.

— ¿Cómo te estoy mirando?

—Como si no me hubieras visto en meses, me ves con hambre y deseo —respondo sin morderme la lengua, sin experimentar un poquito de vergüenza.

—Te estoy viendo cómo se debe hacer; es tu culpa que no pueda dejar de observarte, dulzura —gruñe contra el lóbulo de la oreja; el aliento caliente deja un rastro de cosquillas. La piel se eriza y engancho los brazos alrededor del cuello del médico, tirando de su boca sobre la mía, reclamándola en un beso desenfrenado—. ¿Vas a ir en uniforme a la cita? —cuestiona cuando dejamos de besarnos y nuestras respiraciones se estabilizan.

—Me dijiste que nos iríamos juntos; traigo ropa para alistarme en tu apartamento —Jacob gruñe.

Las manos que sujetaban con delicadeza mi cintura hace un segundo, ahora están apretándome, tirándome sobre el asiento del carro y golpeando las caderas contra las mías. Él vuelve a gruñir escondiendo el rostro en el hueco del cuello; el retumbar del gruñido provoca una sensación adormecedora en todas las funciones neuronales de mi cuerpo. Solo soy capaz de sentir y estar preparada para el siguiente movimiento del médico, el cual nunca llega.

—¿Quieres matarme, dulzura? —pregunta en tono bajo y ronco—, ¿acaso piensas torturarme? Sabes todo lo que quiero hacerte al tenerte en mi apartamento; desnuda, mojada y dispuesta para mí. Solo para mí. No, no lo sabes, maldición. Eres perversa, Malorie, muy mala —respira, su mano se envuelve en el muslo derecho y aprieta, cortando el flujo de sangre—. Deja de tentarme, dulzura.

Las caderas se quedan quietas, dejan de golpear hacia delante y los foquitos de mi cerebro se prenden. Aun así, solo soy capaz de meditar en lo excitada y mojada que me encuentro. En este momento solo tengo cabeza para sus palabras y para la denotación sexual en ellas.

—Vamos a tu apartamento, me quitaré la ropa lentamente y desfilaré para ti hacia la ducha. Después abriré el chorro de agua y esperaré por ti, mientras me preparo—gimoteó—. Imagínalo, Jacob, imagíname apoyada contra una de las paredes, esperándote.

Su boca reclama la mía con fervor; nos movemos a un ritmo acelerado, descontrolado y caótico. Nos consumimos, por el deseo y la necesidad, de hacer realidad todas nuestras fantasías, donde el otro es el centro de ella.

—Maldición—gruñe entre besos; intenta encontrar la fuerza para detenerse, pero sus besos siguen siendo salvajes y cargados de deseo. Intensos, sin poder saciarse. Jacob continúa besándome con fervor, ataca mi boca y exige que salga a cada uno de sus encuentros, que me doblegue ante sus demandas y deseos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.