Lo que nos trajo el muerdago

22. Te amo.

Malorie Velez.

—Puedes tomar un baño mientras preparo la comida.

—Gracias, tomaré la oferta—asiente con una sonrisa tensa; son las primeras palabras que hemos compartido. Ambos estamos esperando a ver si la situación vuelve a descontrolarse o ya ha pasado por completo el momento de frenesí, pero creo que lo deseo más que Jacob—. Me voy.

Jacob asiente sin soltar mi mano; sus dedos se mantienen envueltos alrededor de los míos; el calor de nuestras palmas se combina; uno de sus pulgares se encuentra sobre la arteria radial, midiendo el pulso, sintiendo cada latido desbocado de mi corazón. Este toque tan pequeño e inocente me mantiene nerviosa y exaltada. No sé cuando comencé a desearle o si lo llevo haciendo en secreto durante todos estos años que jure odiarlo; pero tengo tantas ansias de obtener un bocado del cirujano.

—Ve—murmura contra mis labios, robándome un beso suave e inocente. Jacob se aleja después de aquel suave contacto; se dirige hacia la cocina sin darse la vuelta ni una vez a lo largo del camino, mientras mi corazón late desbocado y emocionado. Exaltado por un pequeño y simple roce de labios.

Sonrió caminando hacia la cocina, guiándome por el delicioso aroma que se extendía lentamente por el apartamento, guiándome de la única manera que un depredador atrae a su presa; tentándola con la promesa de algo delicioso y exquisito. La boca se hace agua; apenas noto los platos acomodados en el comedor; vajilla pequeña y delicada, repleta de comida con una hermosa apariencia. El suave y constante tintineo de la cocina atrae mi atención hacia ese lugar donde se encuentra el cirujano cocinando. Aquella imagen será incapaz de borrarla de la memoria; Jacob se mueve con una gracia ridícula en el confinado espacio, luciendo solamente un par de pantalones y el delantal negro que he visto todas las veces que me ha invitado a su apartamento. El cabello oscuro y la piel morena se encuentran humedecidos por la alta temperatura que le rodea. Su frente perlada con gotas de sudor adhiere mechones rebeldes de cabello a ella.

Tomo profundas respiraciones, llevándome el exquisito aroma de la comida hasta los pulmones; deleitándome con los sutiles aromas que se mezclan con otros.

—La comida está lista —exclama Jacob dándose la vuelta; la frase quedó suspendida en el aire cuando me ve a unos pasos de él. Sus mejillas se tiñen de un intenso rojo, como si estuviera avergonzado o sorprendido que lo hubiera captado en esta situación.

Las mejillas se oscurecen aún más bajo mi atenta mirada; Jacob gira la cabeza ligeramente, tratando de escapar de la atención que le estoy dando. Sonrió, recordando cómo se movía por la cocina con confianza, tarareando en voz baja y afinada una canción; los pies se movían al son de la letra, dándole ritmo a lo que estaba cantando. Todo eso, acompañado de la imagen de piel morena y músculos, que se tensionaban o relajaban según la acción que hiciera; era algo que se tenía que admirar con detalle.

—Vamos al comedor, ya todo está servido —camino detrás de él con emoción a lo que vamos a comer. Jacob se queda al lado de una silla jalándola con suavidad. Inclina la cabeza como gesto para que me siente; niego ante su caballerosidad y cuidado desmedido que me brinda—no deberías esforzarte tanto.

—¿Te molesta? —pregunta sentándose a mi lado. Sus ojos negros me observan con una intensidad que provoca desviar la mirada. Su pregunta me toma con la guardia baja. No esperaba esas palabras de su parte.

—No lo hace, pero… —los ojos oscuros adquieren la misma nota de picardía que hay en su sonrisa. Esa pequeña sonrisa juguetona es suficiente para que no me enoje ante su interrupción.

—Si no te molesta, no hay problema con que lo haga. No tienes por qué pensarlo tanto, dulzura. —Oh, él es tan jodidamente dulce y encantador; no importa lo que hago, qué palabras salgan de su boca o con qué mirada me esté observando; debilita mi resistencia a no lanzarme apresuradamente a todo lo que promete.

—Estás debilitando mi resistencia, López —me quejo, aunque realmente no me importa.

—Tengo que hacer todo lo posible para demostrarte que vale la pena estar conmigo, para que me elijas. Y si tengo que usar toda la artillería, lo haré, dulzura —sonríe con suficiencia; suspiré, tomando un bocado de comida, ignorando esa molesta sonrisa y mirada—. Te quiero, dulzura.

Siento como las mejillas se sonrojan con fuerza, y las hormonas se unen a la fiesta que está llevando a cabo las mejillas. Tengo un revoltijo de emociones en el interior, que empeoran cada vez que Jacob López abre la boca soltando alguna de sus frases cursis. Frases que tiran abajo con facilidad las murallas que me rodean. No entiendo, porque debe decir todo eso. Porque es tan jodidamente dulce e irresistible.

Él me está jodiendo y no se da cuenta.

—Te quiero —anuncio mirándolo por el rabillo del ojo. Tomo el último bocado de comida, sintiendo como los movimientos bruscos de Jacob se detienen ante la sorpresa.

—¿Cómo? —pregunta con una sonrisa torcida en sus labios. Sus ojos se han agrandado, brillantes y extasiados ante lo que ha oído, pero quiere que lo confirme; necesita volver a escucharlo para saber si es verdad o solo una ilusión. Lo miro fijamente con las mejillas calientes por el continuo sonrojo. La sonrisa en sus labios se va enderezando y con cada segundo que pasa no es capaz de permanecer quieto.




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