Lo que nos trajo el muerdago

16. Mi cliché favorito de romance

Malorie Velez.

Jacob me hace obedecerle. Cuando las callosas y masculinas manos rodean la cintura, apretándome contra un duro pecho; me rindo al juego inclemente de sus labios; dejo pasar aquella lengua tentativa que toca la mía con confianza, invitándome a caer en las alternativas del placer que este hombre puede brindarme; y si la manera en que nuestros labios chocan, las lenguas se envuelven y gemidos necesitados llenan la habitación; la forma en que las manos diestras recorren las curvas de mi cuerpo, deslizándose con suavidad y dureza sobre ellas; tocando los lugares necesarios para robar lágrimas y lloriqueos necesitados, que son acallados en su boca. Ese placer es inimaginable.

—Dios, Malorie, quiero profanar esa boca tuya —gruñó contra los labios, mordiendo el inferior con fuerza; jadeó, esperando con desesperación otro beso—. Me encanta cuando me maldices, cuando esa boquita se abre para desearme la muerte, dulzura; me enciende que no tengas miedo de colocarme en mi lugar.

—Jacob.

—Sí, dulzura, gime mi nombre de esa manera y tendrás más que unos besos —gimoteó con contenido las lágrimas sin mucho esfuerzo. Las caderas se arquean, buscando la necesaria fricción que alivie el punzante dolor entre las piernas.

—Necesito más, te necesito.

—Me gusta que ruegues, dios, me vuelve loco —farfulla—. Debemos detenernos, no quiero terminar entre tus piernas—sus labios se alejan de los míos. Sus palabras me desconciertan, cuando aún me sujeta con tanta fuerza contra su pecho y uno de los gruesos muslos del cirujano se encuentra entre los míos, dándome la fricción necesaria para calmar el dolor punzante del clítoris; aun así, me siento vacía, muy vacía—. Aún no, necesito que crees en mis sentimientos. Lo que siento por ti, Malorie, es real. No solo excusas para llevarte a la cama; te quiero en mi cama desnuda; soy un hombre, obvio que lo deseo. Pero no solo quiero una aventura de una noche, dulzura, te quiero todas las noches. Cada maldita noche de mi vida; solo te tocará cuando me quieras de la misma manera, mientras tanto serán solo besos.

—Jacob.

—No, nada de Jacob y no me mires así, dulzura —hago un puchero, aguantando la bobalicona sonrisa que lucha por salir; sus palabras me han hecho feliz, muy feliz—. Solo te tocaré cuando me ruegues por ello, cuando me quieras de la misma manera que te quiero. Ruégame, Malorie. Ruega con esa boca que me maldice.

—Eres odioso.

—Soy tuyo, dulzura.

Escuchar a Jacob López, el mejor neurocirujano del país; el hombre más apuesto que ha visto mis ojos y un amargado que odia cada cosa que me define. Es demoledor, que este testarudo e indiferente hombre declare como si nada que es mío, solo mío, es jodidamente increíble. El muérdago cambia nuestra relación, o va más allá de ese muérdago en el hospital, ese deseo que pedí a la madame, aquel hombre de mis sueños.

—Ya es tarde —susurre, mirando la nieve caer y fijándome en la oscuridad de la ciudad. Jacob asiente, entiendo mi necesidad de cambiar de tema—. Será mejor que me vaya a casa.

—No.

—¿No? —cuestionó con el ceño fruncido, sin entender qué quiere decir.

Debo irme; no hay manera que duerma en el mismo apartamento que Jacob, cuando se niega a meterse entre mis piernas hasta que le quiere; puede que el neurocirujano tenga el autocontrol necesario para detenerse, pero todo mi cuerpo arde de anticipación; las hormonas revolucionadas se han puesto de acuerdo con mi anhelante corazón para saltar sobre el médico y quitarle la ropa. La ropa se ve bien en su cuerpo. Esconde un conjunto de músculos que he tenido el placer de tocar; pero mi ardiente y excitada cabeza solo puede pensar en darse un festín con su piel morena desnuda y sudada, mientras jura no tocarme. Y veo desvanecer ese autocontrol con cada segundo de mi boca, besando cada centímetro de piel expuesta.

—Está nevando, no vas a irte con este clima, es peligroso.

— ¿Dónde me voy a quedar?

—Acá —sugiere sin dudarlo, él no tiene el mismo problema con su ropa—. Tengo una cama para que la uses; no hay ningún problema con que te quedes esta noche y otras en mi apartamento; al final estarás más tiempo acá que en tu casa.

—Bien, si no tienes problema alguno, tomaré tu palabra. Muéstrame donde dormiré.

Jacob sonríe y me guía hacia el pasillo tenuemente iluminado del lujoso apartamento minimalista. Si consideraba la sala aburrida y seria, el pasillo que lleva a las habitaciones y baños es aún más aburrido y sobrio que la sala; se nota que es un apartamento de soltero; no hay ningún cuadro que decore las paredes y los pequeños detalles que tiene se pierden en la inmensidad de las paredes blancas.

El apartamento es aburrido, para mi gusto. Todo es blanco y negro, demasiado serio y sombrío, a comparación de los espacios que he habitado; todos cargados de decoración y colores fuertes, vibrantes y llenos de vida. Jacob se detiene delante de un dormitorio con la misma decoración minimalista; la cama King ubicada en el medio de la habitación luce elegante y cómoda, con las sabanas sedosas negras. Deslizo la mirada por el interior de la habitación lentamente, analizando los detalles que delatan el uso continuo de ella; las pertenencias de Jacob están en cada centímetro del lugar. Su reloj, de cuero marrón hecho a mano; zapatillas de correr, con un acolchonamiento especial que siempre recomienda a los que están entrando al mundo del senderismo; el traje que use en la gala se encuentra sobre la silla. Aquel traje trae una ola de lujuria a mi necesitado y sediento cuerpo.




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