Lo que podía imitar

Capítulo 7: Regalo

La jardinería culminó y el resto del día pasó sin grandes cambios respecto de los anteriores. Si hubiera algo que destacar, sería que los padres estaban de un humor radiante, con una desbordante y contagiosa alegría. Naturalmente, el niño prestó atención a sus expresiones, tomando notas mentales sobre cómo debería ser una sonrisa, que luego tomaría en cuenta en su práctica diaria frente al espejo.

Una vez frente a este, continuó con los ejercicios de siempre y pudo ver en su reflejo que ocurría un cambio. Fue diminuto, lo suficiente como para pensar que es su imaginación. Pero su capacidad de observación, la que se ha estado puliendo desde que surgió su curiosidad por las expresiones de la gente, le indica que las comisuras de su boca están de hecho intentando curvarse.

Satisfecho con ver un avance, fue a dar las buenas noches a sus padres y luego a dormir. Por su parte, los padres seguían irradiando felicidad mientras conversaban un rato con el televisor mostrando noticias de actualidad.

Es domingo, la familia se levanta más temprano que el día anterior y disfruta de un pacífico desayuno. Posteriormente, el niño juega con los bloques de siempre, mientras está acompañado de sus padres. Durante esa tranquila forma de entretenerse, resulta inevitable sentirse agradecidos de los calmados pasatiempos de su hijo.

Tras un tiempo, le recordaron que debían ir a revisar las plantas. Ante lo cual, inmediatamente se puso de pie, ordenó los juguetes y fue con ellos al antejardín. Es imposible para ellos no enternecerse viéndolo ordenar con tanta seriedad.

En cuanto a lo que iban a hacer en el jardín delantero, pretendían revisar la humedad de la tierra donde hay flores plantadas, tal como sugería lo que habían anotado sobre el cuidado de plantas.

Dado que eran completos principiantes en esto, les dijeron que bastaba con enterrar la mitad de la primera falange del dedo índice en la tierra donde se ubica la flor. De manera que solo se debe regar si está seco. Además, solo hacerlo hasta que la tierra esté húmeda, sin que llegue a estar empapada ni mucho menos formar un charco.

Consideraron que era una buena forma de que interactúe con la naturaleza, así que sugirieron a su hijo que lo haga él. Por supuesto que sus dedos son más pequeños, por lo que pensaron que sería apropiado que usara la primera coyuntura del dedo completa y le señalaron a qué parte del dedo corresponde eso.

Además, con sus experiencias previas, han más que notado su dificultad para comprender lo que no se explica tal cual, por lo que buscaron una parte de tierra húmeda, otra que estuviera seca, y le dijeron que las sintiera para que entendiera correctamente cómo es que se reconocen.

Habiendo aprendido esto, el niño comienza a enterrar sus dedos en la tierra de las plantas, tanto de aquellas que estaban desde antes de que se mudaran como las que plantan el día anterior. Inmediatamente después, los padres corroboran, dan su aprobación, el niño toma la regadera y vierte con cuidado el agua sobre la tierra.

Tenía que hacerse de esa forma, ya que, de acuerdo con lo que aprendieron del trabajador en la sección de jardinería, no era solo debido a que las raíces son las que necesitan el agua, sino también porque mojar directamente las hojas podía favorecer la aparición de hongos.

También se requiere especial cuidado con las plantas no germinadas, pues si se deja caer con excesiva intensidad o cantidad de agua, hay riesgo de que las semillas se muevan de su lugar.

Como consecuencia de seguir viendo el rostro de su hijo desde una distancia cercana y a que la tarea se había vuelto mecánica. Los padres comenzaron a pensar con mayor detenimiento en sus expresiones.

En algún punto se habían acostumbrado a no ver gestos faciales en él, pero estos últimos días se han vuelto capaces de ver ligeros cambios en su rostro. No están seguros de si siempre estuvieron allí y sencillamente no tenían la capacidad de verlos, o si es parte de un desarrollo tardío.

Al notar esto, comienzan a preguntarse en qué momento perdió sus expresiones faciales, porque no siempre fue así. Aún podían recordar que lloró como cualquier otro recién nacido y que se reía efusivamente cuando le mostraban caras graciosas durante su etapa de lactante.

Tras regar unas cuantas plantas, deciden confiar en el criterio de su hijo y le muestran su aprobación para que termine con el resto por su cuenta. Utilizando el tiempo disponible para, entre susurros, intercambiar opiniones respecto a sus memorias, buscando el recuerdo más reciente que tienen de su hijo riendo. No obstante, tuvieron que detenerse antes de encontrar una respuesta, pues ya estaba por terminar con la tarea asignada.

Lo observaron hasta que terminó de regar, esperaron a que volteara a verlos y lo felicitaron por el buen trabajo que había hecho. Habían estado preocupados pensando en su pérdida de expresiones y buscando pistas en sus memorias que ayudaran a dilucidar el misterio.

Sin embargo, al ver esa sonrisa que parece querer formarse, sienten que de alguna manera todo terminará bien y que por el momento deberían disfrutar su tiempo con él, esperando que esa expresión que pareciera estar desarrollándose un poco cada día, pueda convertirse en una brillante sonrisa. Con tales pensamientos trayendo tranquilidad a sus mentes, le recordaron que debía ir a lavarse las manos antes de volver con los bloques de siempre.

Las horas pasan sin eventos dignos de mención, solo un día de descanso común y corriente que culmina con la práctica de un niño frente a un espejo y sus padres que comparten y corroboran sus memorias, pretendiendo encontrar el momento en que su hijo perdió las expresiones.

Sin saber que no existe tal momento, es decir, no es que haya ocurrido algún evento que cambiara su personalidad o forma de ser, puesto que su condición no es consecuencia de un trauma ni nada que se le asemeje.

En su lugar ocurrió una pérdida lenta y constante de sus capacidades relacionadas con las interacciones sociales, específicamente en la forma en que siente y expresa las emociones. Por ello es por lo que no hay forma de encontrar un punto exacto en el tiempo en que esto pasó, porque fue lo suficientemente lento y paulatino que no pudieron darse cuenta de este cambio.




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