Es la mañana del día del esperado cumpleaños y los padres están más emocionados que su hijo. Después de todo, podrían verlo interactuar con otros niños en un entorno más festivo de lo acostumbrado y esperaban ver más facetas suyas.
No obstante, aún faltaba bastante tiempo y ahora se encuentran desayunando con un humor alegre. Aprovechan la sobremesa para confirmar los planes del día, verificar la dirección del lugar de la celebración y dejar clara la hora en que deben estar listos para salir.
Una vez terminado, recogieron la mesa, lavaron sus manos, cepillaron sus dientes y se dirigieron al antejardín para revisar las flores plantadas. Donde se encontraron con que, en uno de los espacios antes vacíos, había un diminuto tallo apenas visible por sobre la tierra.
Sin duda, había germinado correctamente y ahora empezaba a brotar. Al notar esto, los padres pudieron respirar con alivio al ver que las flores que habían conseguido podían crecer sin problemas. Su hijo también se da cuenta del reciente cambio, pero la curiosidad solo resiste unos segundos antes de desviar su atención en cumplir con la rutina diaria.
En cierta forma, para él es una fuente de mayor interés el observar las variadas expresiones en el rostro de sus padres, las cuales este día parecen ser más efusivas que de costumbre. Es así como lleva a cabo las labores de jardinería que acostumbra, para luego ir directo a lavarse las manos como había interiorizado.
En esta ocasión prefirieron quedarse en casa en lugar de jugar en el parque, para que no se agitara de más y no fuera cansado a la fiesta. Por lo tanto, dedicó la mayor parte del tiempo antes de almorzar a jugar con bloques. Causando que sus padres se pregunten si le gustan tanto como para que no se aburra de ellos.
Esto provocó una leve incomodidad en ellos. Aunque es conveniente que sea muy tranquilo y no requiera una mayor supervisión, resulta extraño que pueda jugar con lo mismo durante una hora o más, día tras día, sin sentir el deseo de hacer otra actividad. Tampoco es que luzca obsesionado o algo, pues guarda los bloques de juguete si le indican que haga algo más. Dado esto, desestimaron la situación como una simple excentricidad suya y le pidieron que los ayudara con la preparación del almuerzo para mantenerlo entretenido.
Pensando qué podía hacer para ayudar, optaron por decirle que lavara algunas verduras. Para ello, su hijo trajo un banco para niños y se subió en él para alcanzar el fregadero, mientras su padre observa esto de cerca por si pierde el equilibrio al realizar esta labor.
Primero, su madre le indicó que se remangara y lo guio lavando la primera de las verduras. Le enseña que debe frotar bien para remover la tierra que puedan traer y después colocarla en el colador que puso previamente en el mesón, sobre una toalla de papel.
Cada vez que termina de lavar una, se la muestra a su madre para que dé su aprobación antes de dejarla en el recipiente escurridor. Repite este procedimiento para cada una de las verduras hasta que termina con ellas y vuelve a mirarla, como esperando más instrucciones.
No hay más tareas en la cocina con las que pueda ayudar y que no lo consideren peligroso, de manera que el padre le sugiere que lo ayude a colgar ropa en el patio trasero. Nuevamente, él simplemente lo sigue hasta donde se dirige sin rechistar ni mostrar signo alguno de renuencia. No sin antes llevar su pequeño banco al baño, donde suele dejarse.
En primera instancia, pasaron a sacar la ropa de la lavadora y le mostró la forma en que se coloca el colgador de ropa, para que se encargara de dicha labor.
Mostrando el resultado a su padre para confirmar que esté bien hecho antes de continuar con el siguiente. Posteriormente, van a colgar la ropa en el patio trasero. Sin embargo, en esta ocasión le corresponde observar solamente, puesto que no tiene forma de alcanzar las cuerdas para tender.
Terminan rápidamente y ahora no quedan más labores para mantenerlo ocupado. Se queda pensando unos momentos, mientras su hijo lo mira, como esperando más instrucciones. Finalmente, sugiere que jueguen con autos de la caja de juguetes que tiene, pensando en lo que debería hacer si se niega.
No obstante, sus preocupaciones fueron en vano y, con la misma mirada de siempre, se dirige a su caja, la destapa y toma el primer vehículo que encuentra. Lo mira unos segundos y después levanta la vista hacia su padre. No está seguro de cómo lo sabe, pero tiene la impresión de que le está preguntando qué hacer con el auto.
Seguramente habría visto en ocasiones anteriores a sus compañeros de curso jugando con autos de juguete en los recreos, pero no quedó registrado en su memoria debido a que no les prestó suficiente atención. Sobre todo, porque los niños que se le acercan son más bien del tipo que corre de un lado para otro, en lugar de sentarse a jugar.
De esta manera, fue su padre quien toma el auto que recibe de él y le muestra la forma en que se suele utilizar, aunque un poco avergonzado. Luego de aquella demostración, le devuelve el juguete y su hijo imita lo que acaba de aprender. Lo mira jugar tranquilamente, preguntándose los motivos por los cuales aceptó con tal facilidad no jugar con los bloques de siempre y dándose cuenta de que aún hay mucho que no entiende de él. Pero tales pensamientos se interrumpieron tras el llamado para almorzar.
No había muchos temas para conversar, con excepción del reciente cumpleaños. Por lo que la sobremesa se transformó en una oportunidad para darle instrucciones sobre cómo se debe comportar y lo que debe hacer en determinadas circunstancias.
Nada demasiado complicado, solo detalles sencillos como saludar cuando se encuentre con alguien por primera vez o saber decir palabras de cortesía, tales como «por favor» y «gracias». Siguieron con el tema diciéndole que podía ir donde estuvieran ellos si necesitaba algo y que preguntara a cualquier persona de la fiesta si por alguna razón no los encontraba.