Están en el auto camino a la celebración. Su padre conduce, mientras su madre le pregunta sobre lo conversado anteriormente, respecto de la forma en que debe comportarse. Luego sonríe satisfecha al ver que recuerda correctamente las palabras que debe decir en cada tipo de interacción social.
Llegan a la calle indicada, se bajan del auto y revisan por última vez que su ropa no esté desordenada. No conocen el sector, pero agradecidamente solo una de las casas está decorada con globos y, al acercarse, pudieron confirmar que tenía el número indicado en la tarjeta de invitación.
Es la hora exacta mostrada en esta y al parecer son los primeros en llegar. Entonces ven a más autos estacionarse en las cercanías y los esperan unos momentos para entrar en grupo. Se acerca un par de familias invitadas y su madre le dirige la mirada, para que se prepare para contestar como le enseñaron, cuando lo saluden a él o a la familia en su conjunto.
Son solo unos segundos los que pasan entre la mirada de su madre y la llegada de dichos invitados. Un lapso muy corto, pero en el cual repite constantemente en su mente una de las instrucciones recibidas: «Si saludan, di hola». Una indicación sencilla que incluso alguien de su edad puede seguir, sobre todo si se le recuerda.
En realidad, los saludos y despedidas son algo a lo que está acostumbrado y sabe hacer, ya que lo ha visto en otros niños en la escuela y el parque. Sin embargo, dada su característica seriedad, decide que es importante llevarla a cabo y pone especial atención en ello, porque se lo dijo su madre.
Dicho eso, la primera familia termina de cerrar distancia para después iniciar la conversación con un ligero saludo para los presentes en general. Entonces, espera un momento a que sus padres respondan y dice de forma casi cronometrada un llano: «Hola».
Con eso basta, es suficiente para dar por cumplida una de las indicaciones recibidas. Si se mantiene callado, respondiendo solo cuando le hablan directamente a él, puede sencillamente verse como un niño serio y callado, sin parecer extraño.
Por supuesto, no ocurre este tipo de pensamiento calculado en su mente, sino que solo actúa de la forma en que ha aprendido que debe comportarse en situaciones sociales. Sin ser consciente de que es por ello que su forma de ser no levanta sospechas en quienes no lo conocen lo suficiente.
Los saludos se repiten entre cada una de las familias reunidas en la entrada del lugar y finalmente deciden tocar el timbre para alertar su llegada, charlando mientras esperan a que abran la reja. Es probablemente la primera vez que el niño observa desde cerca las interacciones de otras familias.
Para empezar, las situaciones sociales que frecuenta son bastante limitadas. En la plaza ve a otros adultos interactuar entre sí, mientras él mismo juega con otros niños. Por otro lado, en la escuela solo ve cómo se comportan los niños unos con otros. Por ello es por lo que esta es una oportunidad que le permite ser testigo de la dinámica que ocurre en otras familias y compararla con la suya.
Esta breve charla es interrumpida al ver que la familia del cumpleañero viene para hacer que pasen al lugar arreglado para recibirlos, intercambian breves saludos con la familia y el niño repasa en su mente lo que dijo su madre. Aquello sobre lo que debe decir primero al encontrarse con el festejado y darle el obsequio que ha estado sosteniendo en sus brazos desde que vieron que abrían la puerta de entrada.
Lo que debe hacer ahora es dar un simple «feliz cumpleaños». Una frase corta, sencilla y autoexplicativa. Utilizada para expresar buenos deseos a una persona que celebra el aniversario de su nacimiento. No obstante, esto es algo nuevo para él. Por lo tanto, espera unos momentos para ver la manera en que otros niños lo llevan a cabo. Haciendo uso del tiempo extra para repetir en su mente la frase, para no olvidarla.
Debido a esto es que pudo ser testigo de una situación que no había esperado, sonreír mientras se da el regalo. Incluso si antes estuvieran distraídos haciendo otras cosas. En el momento en que se acercan para entregar el obsequio, sin falta hacen una sonrisa en el momento en que dan sus felicitaciones.
Sin embargo, su estupor duró solo unos momentos, puesto que al frente está el último niño que falta por entregar el presente, además de él mismo. Entonces, toma rápidamente la decisión de mostrar su falsa sonrisa. Aún no se encuentra completa ni mucho menos perfeccionada, ya que todavía falta mucho para lograr una verdadera. Pero en ese instante de tiempo, su cerebro sopesó las alternativas y decidió que es preferible cumplir torpemente con la costumbre social que no hacerlo en lo absoluto.
Es su turno, se acerca al cumpleañero y repite las acciones que vio en cada uno del resto de pequeños invitados. Recuerda las sensaciones que tiene durante el entrenamiento que realiza cada día sin falta y coloca toda su atención en mover los músculos adecuados. Luego estira ambos brazos para acercar el regalo hacia su destino. Finalmente, con quizás la mejor sonrisa que ha hecho hasta ahora, dice: «Feliz cumpleaños». Para después seguirlo hacia la zona preparada para jugar, junto al resto de los niños.
Fue un buen resultado, puesto que hizo lo que se propuso. Sin embargo, el tono de voz utilizado fue completamente plano. Naturalmente, si bien ha practicado su sonrisa de mentira a un grado mínimamente aceptable, aún no ha cruzado por su mente la idea de emular la entonación correcta de la voz, una que corresponda con las emociones que pretende mostrar en su rostro ensayado. Evidentemente, pasará bastante tiempo antes de que preste atención a la importancia de expresar no solo con su cara, sino también con la manera en que entona la voz.
En cuanto a los adultos, estos son guiados por los padres del festejado hacia una mesa con bocadillos, bebidas, té y café. Están junto al lugar en el que dejaron los regalos y desde donde se puede ver a los niños jugar. Agradecieron la consideración, pues algunos estaban preocupados en un principio, respecto a parecer sobreprotectores al querer mantenerse relativamente cerca del área de juego.