Es lunes por la mañana y están preparando la mesa para servir el desayuno. El día anterior lo pasaron relajadamente en casa y al ver las plantas notaron que había más brotes que antes. Una vez sentados, comen manteniendo conversaciones mínimas y solo se explayan más durante la sobremesa. Son temas mundanos, pero se toman en serio la estimulación social de su hijo y esta es una de las instancias que aprovechan para ello. Su padre se despide para ir al trabajo y un tiempo después es turno del niño de ir a la escuela, acompañado por su madre. No sin antes revisar que trae todo lo que tiene que llevar en su mochila.
Llegan un poco antes de la hora de entrada y esperan unos minutos a que venga el resto de las familias. Los padres intercambian saludos cordiales y sus respectivos hijos los imitan. Entre ellos estaba el pequeño extrovertido con el que interactúa regularmente y que saluda con energía a todos los presentes. También se encuentra el resto de los infantes que fueron al reciente cumpleaños, incluido el entonces festejado, quienes saludan a su manera.
Esta breve reunión es algo recurrente que ocurre de forma natural, como consecuencia de que las familias llegan generalmente a la misma hora y algunas prefieren esperar un rato sentados en los bancos que hay en las inmediaciones del edificio. Sin embargo, esta es su primera vez participando de esta improvisada situación social. Esto debido a que viven lo suficientemente cerca como para ir caminando y pretender llegar justo antes de la hora indicada.
No obstante, en esta ocasión la madre quiso hacer uso de este evento diario para interactuar un poco con el resto de los apoderados y que su hijo pueda saludar a sus compañeros de clase, o al menos a aquellos con los que se encontró en la fiesta de anteayer.
Se alegra al presenciar que responde adecuadamente los saludos e incluso dice «hola» a aquellos que no se atreven a tomar la iniciativa. Esto último la tomó por sorpresa, pues no había visto ese comportamiento en él. Lo que es más, no parece estar haciendo un esfuerzo adicional por hacerlo.
Ciertamente, hasta ahora el niño se había limitado a saludar como respuesta ante el saludo de otra persona, de manera que no iniciaría una conversación si no tuviera un motivo para ello. Esto es debido a que ha visto a muchos infantes como él, quienes tampoco lo hacen. En conclusión, hasta ahora no lo había interiorizado como una costumbre social.
Pero ahora se ha generado una ligera diferencia en su infantil proceso de pensamiento, como consecuencia de hechos puntuales. El primero fue que sus padres le remarcaron la importancia de saludar a las personas cuando se hace una visita. Esto por sí solo no habría sido suficiente para que comenzara a saludar a las personas de forma proactiva. No obstante, hay otro factor clave en esto. La observación de las reacciones de sus padres cuando lo ven hacerlo de forma correcta.
El inexpresivo y observador niño se da cuenta de que hacen expresiones satisfechas o incluso felices cuando lo ven interactuar con otros pequeños de su edad. Se fija además en que esto ocurre también cuando cumple con sus instrucciones o sugerencias. No por un cálculo consciente, sino que su mente asocia de forma intuitiva las acciones y comportamientos que generan la mencionada respuesta en sus padres.
Por supuesto, ni siquiera su subconsciente podría determinar el motivo por el cual quiere cumplir con las expectativas de sus padres y alegrarlos. Eso ya entraría en el ámbito de la biología o la psicología y podría estar relacionado con la búsqueda de encajar en la sociedad denominada «familia», tratando de obtener el afecto de las personas en quienes depende para su supervivencia. Sin embargo, puede sonar frío pensarlo de esta forma, por lo que en su lugar es mejor pensarlo como el deseo de querer hacer felices a las personas que son importantes para uno.
Una vez comenzada la primera clase, esta transcurre sin cambios remarcables. No así en el caso del subsecuente recreo, donde ha ocurrido un pequeño pero significativo cambio, esto es, ahora hay más compañeros de curso que se le acercan para interactuar. Es de esperarse que aquellos dos con los que jugó en la reciente fiesta de cumpleaños estuvieran dispuestos a pasar tiempo del receso con él. Pero no son solo ellos, sino que también es el caso de otros niños.
El motivo es sencillo, a saber, intercambiaron saludos al encontrarse mientras esperaban con sus familias a que fuera la hora de entrar a clases. Puede sonar como algo trivial, pero muchos infantes pueden sentir renuencia a hablar con alguien cuya expresión no comprenden, sobre todo porque este no se aproxima a ellos por su cuenta. Por supuesto que siempre hay excepciones, como el caso del pequeño extrovertido que no se intimida por su rostro o aquel que parece no prestar atención, por estar compartiendo su afición.
Además, dicha situación solo fue posible gracias a la presencia de las familias de cada uno. Es debido a esto que en ese momento se sintieron más proclives a decir «hola» al niño inexpresivo, mientras que incluso los más tímidos pudieron al menos contestar cuando este se dirigió a ellos.
Ni siquiera fue algo que sus respectivos padres tuvieran que decirles, pues entienden en algún grado el hecho de que es algo positivo que se saluden al encontrarse. Por lo tanto, al sentirse seguros junto a ellos, la incomodidad que normalmente sienten sobre él fue menor que su deseo de cumplir con las expectativas sociales o en algunos casos, sencillamente fue mayor la curiosidad por lo desconocido.
Sea como fuese, el hecho es que en los dos recreos que tiene su jornada escolar, tuvo la oportunidad de interactuar con varios otros compañeros con quienes no había hablado antes. Ampliando su círculo de amistades y uniéndose a distintos grupos de juego. Finalmente llega la última clase del día, la cual comienza con la profesora diciéndole a sus estudiantes que les recuerden a sus padres acerca de la reunión de apoderados que está fijada para este miércoles.