Lo que sabe la reina mosca

3: Entre personajes

Bien es sabido que en este mundo todo es posible. Más todavía, si hablamos de las cosas que pueden llegar a pasar entre las paredes de la redacción de La libreta lila.

Antes de trabajar aquí, hubiera creído que los magos eran solo parte de los shows de niños y que las brujas nada más aparecían en los disfraces de las fiestas de fines de octubre. Ni qué hablar de los hombres lobo, príncipes hechizados, viajeros del futuro y gente que puede lanzar bolas de fuego por las manos. Ahora sé que todo eso existe. En una realidad paralela que tiene límites con la nuestra tan delgados y frágiles, que a veces parece un colador.

Ya sé lo que van a decirme. «Sienna, ¿estás tomando de ese licor verde otra vez?». Les juro que no. Bueno, a veces, solo una copita. Pero todo el que trabaje aquí ha debido firmar su acuerdo de confidencialidad por culpa de los dragones que, de vez en cuando, amenazan con quemarnos enteros si no les dejamos unos caramelos azucarados cerca de la puerta del ascensor los días viernes, al finalizar la jornada.

Acúsenme de loca, si quieren. Ya me he acostumbrado. Serán cosas del oficio, cuando una nace para ir en busca de la aventura, y la verdad es la aventura más grande y más peligrosa que puede haber en este mundo. Sé lo que es que mis palabras sean puestas en duda. Hasta que es muy tarde. Por eso hoy voy a hablarles de Elisa.

Elisa Mores, la encargada de la sección más exitosa de nuestra publicación, llegó a estas oficinas más verde que la alfombra que cubre toda esta planta. En realidad, no tenía nada de experiencia, ni siquiera había sacado su matrícula de psicóloga y ya pensaba en aconsejar gente. Yo me hubiera opuesto, pero cuando la reconocí de la época de la adolescencia nerd de mi primo-barra-jefe-barra-bully, supe que no había mucho que hacer. Me senté a esperar la catástrofe. Y los observé, atenta a cualquier incendio que tuviera que apagar.

Si les soy sincera, fuego hubo unas cuantas veces. Sin embargo, Santiago nunca hizo nada contra aquella loca. De las advertencias no pasó.

Así que hemos aprendido a convivir con lo sobrenatural. Con mucho respeto (barra temor) por las criaturas que van y vienen por el consultorio amoroso. Al fin y al cabo, es la sección que nos da más ventas y que mejor ubicada está con las publicidades, según los de Marketing.

Por eso, muchas veces, me ha tocado rellenar los espacios vacíos de conocimiento entre ambas dimensiones.

Ese mes, por ejemplo, mi tarea fue escribir un artículo sobre adónde iban los personajes olvidados de las historias de amor. Pensé convertirlo en una metáfora de autoayuda para nuestros lectores humanos que se encontraran pasando por un mal momento sentimental. Quería animarme, digo, animarlos un poco.

Me puse a investigar en la web, sin muchos resultados. Claro que todo lo que iba a encontrar serían cosas sobre los protagonistas de las historias más conocidas. En los mejores casos, vería las teorías de los fans sobre cuál habría sido su futuro. Pero no había suficiente para escribir mi propio artículo. Yendo de una idea a la otra, terminé invocando a quien fuese que pasara por el hueco del ascensor el viernes por la tarde, luego de que la mayoría de mis compañeros se marchase a sus casas.

Prendí velas y escribí varias cartas, pidiendo una entrevista con cualquiera de esos extraños que tuviese un corazón roto sin remedio. Elegí la que consideré que era mejor y la inserté entre las hojas cerradas de las puertas metálicas, esperando que no solo cayese al vacío. La idea era que alguien del otro lado la leyera y le sirviera de algo el hablar conmigo.

Ya me reía de mi ocurrencia, cuando la puerta comenzó a abrirse, y el indicador del ascensor todavía estaba encendido en el número -1. Un escalofrío me recorrió entera. O el aparato se había descompuesto y yo tendría una cita con el de mantenimiento, o mi pedido estaba siendo respondido.

No importó, ya que no tuve mucho tiempo de pensar en eso. Lo último que sentí fue que algo me arrollaba hasta dejarme sobre la alfombra. Luego, mi cabeza hizo cortocircuito y mi consciencia dijo adiós.




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