FABRIZIO
—¿Cuándo puedes darme la llave para ir revisando los detalles que quiero cambiar en la casa? —Mayte entra después de que le di el pase, ajusto las gafas sin armazón y no alzo la mirada para responder.
—¿Por qué haría eso? —Pregunto sin dejar de trabajar.
—No vamos a seguir viviendo en un apartamento, ¿no? —se ríe incómoda—. Se supone que formaremos una familia.
—Sí, sí seguiremos viviendo en un apartamento y no, no hay familia alguna, ya tengo mi familia y es mi hija. Creí que había sido explícito con los términos de este matrimonio, Mayte. —Alzo la vista, me retiro las gafas y paso los dedos por el puente de mi nariz—, si algo ha cambiado, simplemente dilo —la veo sentada frente a mí, con un conjunto de falda y chaqueta de tono uniforme, su cabello está relamido en una cola de cabello que solo de verla me provoca dolor de cabeza—, se puede cancelar todo.
—¡No! —se apresura a responder— Solo creí que querrías hacer todo más real, pensé que querías vivir en la casa de tus padres como hiciste con tu primer matrimonio. —Mis manos se empuñan bajo la mesa del escritorio al recordar aquello, las fosas nasales de mi nariz se dilatan y siento una opresión en el pecho ante el recuerdo de la corta época en que fui feliz con mi familia.
—Esa casa es de mi hija —declaro—, no pienso usarla con otra mujer cuando ahí compartí con su madre y con ella, se siente… Mal.
—No creo que a Astrid le importe en absoluto —inclino mi cuello, los huesos crujen, mi cuerpo sigue teniendo esa rara reacción cada vez que su nombre es mencionado—, ¿no crees que ella también ha retomado su vida?
—Eso es algo que no te importa a ti o a mí, no estaba pensando en ella mientras tomaba esa decisión irrevocable —mentí, si pensaba en Astrid—, solo en mi hija. No deseo que su pensamiento alguna vez sea que esa no es su casa, así que prefiero dejarla íntegra para Eli, tal cual la dejamos sus padres.
—No me has pedido mi opinión, pero a esa niña la estás consin…
—Tienes razón, Mayte, no te he pedido tu opinión, yo sabré cómo crío a mi hija, ahora, si no tienes algo más que tratar que sí sea discutible y no un punto que yo ya haya dejado claro, retirarte. —Vuelvo a mi labor, me puse de nuevo las gafas y mi vista regresó al ordenador.
—No sé si estoy haciendo bien —susurra en un tono sufrido—, hago esto por ti, por hacerte un gran favor y…
—No —detuve su oratoria—, no lo haces por mí, y no es un favor, se te está pagando por esto, es un trabajo, un acuerdo al cual tu accediste, si quieres que los ceros suban para evitarme tu tonta actuación manipuladora, solo dilo.
—¡Es que no va de eso! —se exalta, mirándome con desespero, a lo cual, yo respondo con una pose despreocupada dejándome caer en el respaldo de mi silla— Mira como me hablas —baja la voz al ver mi ceja alzada—, como me tratas, este no es el Fabrizio del que…
—Del que hace años te enamoraste y que fue tu novio, bla, bla,bla —termino con su línea mientras veo el ataque de rabia que la invade, su pie se deja caer con fuerza sobre el piso y sus pequeñas manos se empuñaron—. Eso pasa porque en primera, la gente cambia al paso de los años, segundo, ya no estoy enamorado de ti, hace mucho tiempo dejé de estarlo. Antes era un niño ingenuo con consideraciones porque pensaba que eras una de las buenas, no lo eres. Ahora eres la mujer que necesito para cierta imagen, no más, la cual, puede ser reemplazada, así que piensa bien el paso que quieres dar, porque no voy a cambiar, no voy a enamorarme de ti en el proceso, no revocaré la idea de no mantener relaciones sexuales contigo.
—¡Una vez dijiste eso y terminaste haciéndolo todo con Astrid!
—Porque de ella conocía su lado perra, no me escondía lo mala que podía ser, tú en cambio, viviste con un papel de buena chica no sé por cuánto tiempo, y cuando mostraste el verdadero, simplemente no encaja conmigo, ¿cuántas veces vamos a tener esta conversación hasta que lo entiendas? Alzaste la mano en cuanto te enteraste de mi idea, no eras una de las opciones, pero como siempre, logras meterte en lo que no te importa, tomé tu palabra porque tú tenías la pequeña ventaja que en mi juventud te prometí qué algún día me casaría contigo, súmale no quería pasar todas estas explicaciones con otra mujer y resulta que eres igual de insufrible. Por lo tanto, si sigues con este papel de chica enamorada y rechazada, prefiero cambiar de prospecto. —Cruzo los brazos en mi pecho, una cana sale en mi cabeza cada vez que tocamos el maldito mismo tema.
—No sabes como te detesto cuando te comportas de esta manera, Fabrizio. —Me da la espada y camina a pasos inseguros hacia la puerta.
—Por cierto, Mayte —la detengo, su mano sigue en el pomo, su espalda en mi vista, pero es su cabeza la que gira para mirarme—. Ninguna mujer me ha gustado como mi exesposa, es por eso que estoy muy seguro que no caeré ante tus intentos de seducción y nunca voy a amar a ninguna otra como la amo a ella, ¿lo has entendido? —Furiosa y golpeando los tacones sale de mi oficina.
Presente, maldito presente.
Han pasado los años, sí, pero el sentimiento es el mismo, solo que ahora al amor, se le une el coraje, la rabia, el odio.
Cuando acepté que Astrid no quería saber absolutamente nada de mí, me di cuenta que nunca fue por un tercero y aunque eso me alivió, en parte no entendía entonces lo que la había hecho renunciar tan pronto.
Era tiempo que no había noticias suyas saliendo con alguien, viendo a alguien, pasaba el tiempo y seguía igual de aliviado. No quería pensar en sus parejas casuales, antes, esa era la manera en la que se manejaba, y aunque los celos me consumen solo de pensar en otro tocándola, no sabía cómo iba a pegarme si en algún momento ella tuviera a alguien oficial.
No podía siquiera imaginar a alguien disfrutando a mi exesposa, observando su rostro en ese momento de éxtasis, su cabello, ahora más corto, siendo envuelto en un puño que no sea el mío.