Lo que vive entre los dos

3. PREPARATIVOS

FABRIZIO 

—Lamento no poder confirmarte mi asistencia —alza la invitación de mi boda y mis cejas se juntan, al menos por ahora, necesito revisar mi agenda. —Me da una sonrisa forzada, la idea de que me case no me gusta, sin embargo, no puedo concentrarme mucho en ello, porque mis pensamientos están en otro lado. 

Las invitaciones estaban hechas, pero ninguna había sido enviada, el compromiso era de dominio público, los detalles de la boda no, y por supuesto, no enviaría una de esas a Astrid, la acción era baja, yo sabía lo tenso de la relación con Mayte. 

—No te preocupes, yo no… No es necesario…

—¿No me quieres ahí? —Cielo aparece de la nada, tomando en brazos a Eli. 

—Ven, cariño, vamos a tu habitación a alistarte.

—Hubieras pensado eso antes de invitarme, ¿no? —Dice Astrid una vez que nuestra hija ha desaparecido. 

—Yo no, yo… —No sabía cómo decirle que no la había invitado, que no estaba contemplada porque simplemente… Ni siquiera yo quería asistir a mi propia boda— ¿Estás molesta? —Pregunto de la nada, parpadea un par de veces, su espalda se yergue. 

—¿Por qué lo estaría? —Responde tratando de no parecer a la defensiva, tomo valentía y me acerco a ella, lo suficiente solo para estar a un par de pasos frente a mi exesposa. 

Sigue cansada, aún así, no hay quiebre alguno en su expresión, sigue teniendo la misma entereza de siempre. 

—No lo sé, tú dime —alzo mis hombros—, quizás no te agrada la idea de que me case. —Sonrío, pero la respuesta, como siempre, no la esperaba.

—No me importa en absoluto tu matrimonio, Fabrizio, sin embargo, sabes que Mayte nunca fue de mi agrado —hace una mueca de obviedad—, lo único que no me gusta es que mi hija tendrá que convivir con ella más de lo necesario, es todo. No puedo opinar nada más, tu esposa, debe gustarte a ti, no a mí, debes soportarla tú, no yo, así que no tengo nada más que opinar.  

—Astrid… 

—Solo quiero advertirte algo —da un paso más, alza su barbilla y sus ojos grises convertidos en tormenta están por acabar conmigo. Su dedo índice se alza, pero en lo único que puedo concentrarme es en su bonito rostro—, no quiero saber que le hace algo a mi hija, que le toca un cabello o le habla mal —sus palabras me sacan de mi ensoñación—, porque entonces, sí tendrás problemas. 

—¿Piensas qué expondría a nuestra hija —enfatizo ese par de palabras— a qué le hagan daño? —Pregunto molesto. 

—Solo digo que siempre estuviste cegado por esa mujer, no ves cosas que los demás sí, y no lo digo por ardida, celosa o lo que sea que tu mente retorcida esté pensando, tu amor por ella siempre… 

—Para —advierto—, para Astrid.

—¿Qué pasa? —se ríe con ojos brillantes— ¿Vas a amenazarme para qué no hable mal de ella? 

—¿Por qué me dices todo esto como si yo hubiera elegido…? 

—Papi —Elizabeth aparece y mis ojos se empuñan, su tierna voz aligera la furia que estaba invadiendo mi torrente sanguíneo—, estoy lista. ¿Qué hacían? —Pregunta con una sonrisa en el rostro, imagino que al vernos tan cerca. 

—Me estaba despidiendo de tu mami —respondo atrapando a Astrid en un abrazo. Cierro los ojos ante el contacto, aspiro su aroma en silencio y mis dedos empuñan la tela de su sudadera. 

—¡Se están abrazando y no es mi cumpleaños! —Exclama alegre. 

—Claro —Astrid me devuelve el abrazo con una sonrisa falsa— mi amor, ya sabes que papi y yo nos queremos mucho —siento el pellizco en mi espalda y somos muy cordiales. 

—¡Esto me pone muy feliz! —Mi hija brinca moviendo las coletas— Les tomaré una fotografía con mi tablet. —Nos hace posar frente a la cámara, así que aprovecho y meto la mano bajo la blusa de Astrid, ésta da un respingo y suelto los broches de su sostén. 

—Vamos princesita —tomo la mano de mi hija—, se nos hace tarde. La sopa está lista, espero que se mejoren. 

—¡Espera, papi! —Eli se gira— Olvidé mi oso. —Desaparece como un rayo.

—¿Por qué mi… miércoles hiciste eso? —Astrid y yo hemos tratado de desaparecer las groserías de nuestro vocabulario, ya que cualquier cosa que mi hija escucha lo repite como grabadora. 

—Porque parece qué olvidas cómo fue todo, es un recordatorio de que yo no tengo memoria corta.

—Listo papi, vamos. —Mi hija aparece de nuevo, se acerca a su madre y le da un beso y abrazo de despedida. 

—Fue un placer verte, Astrid. —Beso la mejilla de mi exesposa con fuerza, ella no se quita de inmediato y me llevo impregnado en los labios lo terso de su piel. 

Maldición como la extraño.

Pero necesito aunque sea una maldita señal, solo una palabra, solo algo que me indique que se arrepiente de haberme dejado. 

Creí que tras recibir su título, Astrid me diría que ya era nuestro momento, incluso intenté hablar con ella, pero no pasó, así que no podía hacerme ilusiones. 

Quizás no iba que estuviera celosa, quizás simplemente no me quería con Mayte, o era el hecho de que aún no tenía a nadie, si tan solo se imaginara que en realidad yo tampoco.

❥∙ʚ♡ɞ∙❥

—¿Qué haremos hoy papá? —Eli de nuevo me hace sacudir la cabeza y concentrarme en ella. 

—Mayte quiere que vayamos a pedir tu vestido para la boda, ¿quieres? —Pregunto con una sonrisa. 

—Si no hay otra opción. —Alzó sus pequeños hombros.

—En realidad no preparé otra cosa, pero si no quieres, no pasa nada, lo hacemos otro día. 

—¿Podré elegir el color? —sonrío de lado ante su cuestionamiento— ¿Puedo pedirlo cómo yo quiera? 

—Por supuesto, princesita. 

—¿Y los zapatos? —Suelto una risa con ganas. 

—Todo lo elegirás tú.

—La idea no es tan mala, entonces. 

Mi pequeña hija no podía resistirse a un día de compras, aunque Astrid quisiera mantenerla en un nivel medio para enseñarle ciertas cosas en la vida, mi hija siempre me pedía a mí lo más caro sin saber el costo, lo más bonito y lujoso, porque simplemente, lo traía en la sangre. Y yo nunca podía resistirme a darle un sí. 




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.