Lo único que quedó

Capitulo 5 : "Pequeñas rendijas de luz"

Leo siempre pensó que su vida estaba dividida en compartimentos: la casa donde todo se sentía demasiado grande y silencioso, el colegio donde pasaba la mayor parte de su tiempo fingiendo que era uno más, y ese par de días de fin de semana que parecían prestados.

A veces, se preguntaba qué habrían pensado sus compañeros si supieran que mientras ellos volvían cada tarde a sus casas, él sólo regresaba los sábados. Que de lunes a viernes dormía en un edificio con literas y pasillos interminables, donde cada noche sonaba un timbre que les recordaba que debían apagar las luces.

En la habitación, revolviendo su mochila, Leo se distrajo mirando su viejo reloj digital, regalo de Clara en uno de sus cumpleaños. Recordó cómo ella se encargaba de recogerlo cada viernes cuando salía del internado. Cuando Clara se fue a vivir con Adrián, todo cambió un poco. Durante la semana, ella compartía ese departamento con él, y los fines de semana volver a la casa vieja de sus padres. Era raro pensar que hasta eso habían organizado juntos.

—Todo para que no me sintiera tan solo —murmuró, casi como si Clara pudiera oírlo.

Se pasó una mano por el cabello y sacudió la cabeza. No quería seguir dándole vueltas. Por primera vez en días, tenía ganas de salir, de hacer algo que no implicara pensar en recuerdos.

Cuando Marcos pasó por él, Leo ya esperaba en la entrada.

—¿Y ahora qué plan maestro tienes? —preguntó, intentando sonar casual.

—Nada del otro mundo —respondió Marcos con su sonrisa ancha—. Solo ir a mi casa un rato. Invité a alguien más.

—¿A alguien más? —repitió Leo, sintiendo un cosquilleo de nervios.

—Tranquilo. Es Julia, una amiga. Súper divertida.

—Ajá —dijo Leo, sin saber si agradecer o entrar en pánico—. ¿Y qué se supone que haremos los tres?

—Ya verás —respondió Marcos, poniendo un brazo sobre sus hombros mientras caminaban.

La casa de Marcos era muy cálida. Cuando llegaron, Julia ya estaba sentada en el sofá, revisando su móvil. Tenía el cabello negro, liso, que le caía hasta media espalda, y unos ojos enormes que se iluminaron al verlos entrar.

—¡Por fin! —exclamó—. Ya pensaba que me ibas a dejar aquí sola.

—Nunca haría eso —respondió Marcos, dejándose caer junto a ella.

Leo se quedó un poco rezagado, sin saber dónde sentarse. Julia le sonrió y le hizo un gesto con la mano.

—Hola, no muerdo… todavía.

Él se sentó, sintiéndose como un invitado accidental en su propia salida.

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó, con voz más aguda de lo que esperaba.

—Pues… —Marcos sacó un pequeño cuaderno—. Pensé que podríamos jugar a retos. Pero no de esos tontos de “come una galleta”. Algo un poco más… interesante.

Julia alzó las cejas, divertida.

—¿Interesante cómo?

—Ya verás. —Marcos abrió el cuaderno—. Cada uno escribe cinco retos en un papel, se mezclan y vamos sacando uno por turno.

—¿Cinco? —repitió Leo, tragando saliva—. ¿Qué clase de retos tienes en mente?

—Los suficientes para que te pongas colorado —rió Marcos, dándole un codazo.

Julia y Marcos se miraron con complicidad mientras Leo suspiraba resignado.

Cuando empezaron a sacar los papeles, el ambiente se volvió extraño: entre la risa nerviosa y algo que ninguno de los tres se atrevía a nombrar.

El primer reto fue sencillo: Leo tuvo que contar su secreto más vergonzoso. Lo dijo rápido, casi en un susurro. Julia se rio, dándole un pequeño golpe en la pierna.

Después, Marcos sacó uno que le mandaba besar a quien estuviera a su derecha. Julia. Ella fingió sorpresa, pero se inclinó con naturalidad. Fue un beso corto y suave. Leo sintió que la cara le ardía.

—Te toca, Leo —dijo Marcos.

Leo sacó un papelito con manos temblorosas.

—“Haz que los otros dos te besen en la mejilla… al mismo tiempo”. —Su voz sonaba ahogada.

Julia se encogió de hombros. Marcos se echó a reír.

—A ver, ven. —Julia se acercó a un lado. Marcos al otro.

Leo cerró los ojos mientras sentía dos besos simultáneos que le aceleraron el corazón. Al abrirlos, Marcos lo miraba divertido.

—¿Ves que no pasa nada?

—Dilo después de que se me baje este rubor —gruñó Leo, cubriéndose la cara.

Las cosas se fueron volviendo más atrevidas con cada turno. Julia sacó un reto que mandaba besar a Marcos en los labios durante cinco segundos. Luego otro donde Leo debía acariciar la nuca de Julia mientras ella cerraba los ojos. A veces, se encontraban todos tan cerca que respiraban el mismo aire.

—Siguiente —anunció Marcos, con esa chispa que lo volvía irresistible en momentos así. Sacó el papel y leyó—. “Todos se dan un beso rápido en los labios, en cadena”.

Julia soltó una carcajada.

—¿Quién escribió eso? —dijo Leo.

—No fui yo —mintió Julia con voz inocente.



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En el texto hay: juventud, dolor, psicologia

Editado: 07.07.2025

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