Loba traicionada

Capítulo 1 – Bajo la sombra de la luna.

La brisa fría entraba por la ventana rota del ático, levantando las cortinas que colgaban en silencio. Aria Valenor abrió los ojos lentamente. El amanecer apenas despuntaba, pintando con tonos pálidos las paredes blancas de la habitación. Afuera, los aullidos marcaban el cambio de guardia de la manada. Ella no necesitaba relojes; su cuerpo se había acostumbrado a despertar antes que todos para evitar las miradas y los murmullos.

Su vida siempre había sido una línea torcida dentro de la manada Moonshades. Era hija del beta, Alaric Valenor, y de una bruja elythar con sangre Voltaris, una unión que nunca fue bien vista. Su madre murió al darla a luz, y con su muerte cualquier posibilidad de afecto desapareció. Alaric jamás la perdonó. Para él, ella era el recordatorio viviente de la pérdida. Liliana su madrastra y Lilith, la media hermana, se aseguraban de que no olvidara su lugar.

—¡Baja ya! —la voz de Liliana resonó por la casa—. Deja de hacer esperar a los demás.

Aria se vistió en silencio con la ropa sencilla que le habían asignado. Bajó las escaleras de madera, que crujían bajo sus pasos. En el comedor, Liliana la esperaba con los brazos cruzados y Lilith sonreía desde su asiento; su sonrisa demostraba burla y le hacía saber que siempre ganaba.

—La hija del alfa lleva esperándote más de diez minutos —comentó Liliana rodando los ojos—. Te crees importante, pero solo haces perder tiempo.

—No… me dormí tarde —respondió Aria con la mirada baja

—Excusas —intervino Lilith—. Aveline es gentil al esperarte. Cualquier otra ya te habría dejado atrás —hizo una mueca con desdén.

Antes de que pudiera replicar, Alaric entró con paso firme. Su sola presencia llenaba la sala de tensión.

—Aria —su voz era un látigo—. La hija del alfa no debería perder ni un segundo de su tiempo por ti. No eres nadie. Cada retraso tuyo me hace quedar mal ante Lucien. No quiero problemas con él por tu culpa —apretó su mandibula y entornó sus ojos.

—Lo siento… —murmuró Aria, bajando la mirada; se sentía pequeña delante de él, jamás entendió por qué tanto odio.

—Haz lo que debes y deja de darme motivos para arrepentirme de no haberte echado —soltó antes de girarse y salir.

Aria tragó las lágrimas y salió de la casa. En el patio, Aveline Ashford la esperaba apoyada en una cerca, con una sonrisa tranquila. Su cabello oscuro ondeaba con el viento, y sus ojos verdes brillaban con esa calidez que nadie más le daba. Hija menor del alfa, líder nata, adorada por todos, y aun así, siempre encontraba tiempo para Aria.

—Otra vez te retuvieron —dijo Aveline, cruzándose de brazos, aunque sin reproche.

—Liliana… —empezó Aria para contar su tortura diaria.

—Ya sé —la interrumpió—. Vamos, no vale la pena darle vueltas. Tenemos cosas mejores que hacer.

Caminaron juntas por los senderos de tierra que llevaban al bosque del norte. Aria adoraba esos momentos. Cuando estaba con Aveline, no sentía las miradas ni escuchaba los susurros. No importaban los años de rechazo ni los insultos a escondidas. Con Aveline podía reír sin miedo.

—Hoy practicaremos con las dagas —dijo Aveline mientras avanzaban entre los árboles—. Quiero ver si logras dar en el blanco a la primera.

—Lo lograré, siempre lo hago —respondió Aria, sonriendo por primera vez en días.

El claro donde entrenaban estaba oculto entre árboles altos, un lugar secreto que habían descubierto cuando eran niñas. Allí no existían jerarquías ni nombres importantes, solo dos amigas compartiendo su propio espacio.

Aveline lanzó la primera daga y atravesó el tronco marcado. Aria respiró hondo y lanzó la suya. El filo se clavó a pocos centímetros del centro. Aveline aplaudió y se rió con orgullo.

—¡Eso fue genial! —exclamó.

—Todavía me falta —dijo Aria y lanzó otro, que sacó la daga de su amiga y quedó totalmente clavada en el blanco.

—Ya eres mejor que yo, creo que mi trabajo está hecho —respondió Aveline, dándole un empujón juguetón.

Entrenaron durante horas. Aria movía sus brazos con precisión, esquivaba, lanzaba y volvía a lanzar. Aveline no la trataba como a una inferior. Nunca lo había hecho. Por eso su vínculo era tan fuerte. Los recuerdos de una infancia compartida, los juegos, las escapadas nocturnas… todo eso había tejido una relación que no necesitaba palabras. Aveline era la única que celebraba su cumpleaños; para su padre, ese día era una desgracia.

Mientras descansaban sentadas en la hierba, Aveline miró al cielo entre las ramas.

—A veces quisiera quedarnos aquí para siempre —dijo—. Sin reglas, sin deberes. Solo nosotras.

Aria la observó con ternura. Aveline era la única razón por la que no se había rendido ante el desprecio de los demás.

—No es imposible, Aveline… —susurró con melancolía.

—Y si lo fuera… ¿tú vivirías el resto de tu vida a mi lado, así tal como somos hoy? —había un brillo diferente en los ojos de la chica.

—Sabes que sí, pero no es posible… —se rió Aria y ambas suspiraron mirando el cielo.

Un rato más tarde, Aveline se levantó emocionada.

—Vamos al bosque denso, vamos a practicar como si tuviésemos lobas —su rostro se iluminó.

—Estás loca, Aveline… Es muy peligroso y, además, las lobas salen a los dieciocho.

—Vamos, Aria, no seas cobarde. A mí solo me faltan meses, tampoco la voy a forzar; sería arriesgarme a perderla.

—Bien… vamos, tú siempre ganas —Aria estiró su mano y su amiga la arrastró al bosque denso. Ese era un lugar prohibido, era frontera y cualquier criatura podía aparecer.

—¿Qué llevas en ese bolso, Aveline? —Aria miró curiosa a su amiga.

—Las dagas y los cuchillos, nada más —abrazó su hombro mientras la zona boscosa las rodeaba.

—Ahora sí, corre —gritó Aveline, montándose en un tronco caído y lanzándose, rodaba de un lado a otro mientras Aria sonreía.

—¿Por qué tanto afán? Eso solo te conseguirá un “mate” rápido y me vas a dejar —Aria hizo un puchero triste.




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