Aria sonríe con cara bobalicona, suspirándole a la luna y contándole todo a su amiga Aveline. Ella piensa que están conectadas por la luna y, por eso, cuando quiere se sienta afuera y le cuenta sus pesares.
—¿Puedes creerlo, Aveline? Ojalá estuvieses aquí, sé que me molestarías con esto. Tú lo dijiste una vez, que haríamos una excelente pareja —lágrimas gruesas cayeron por su rostro, aunque morían en una de las esquinas de su sonrisa. Lamentó no tenerla, pero eso no le quitó celebrar la maravillosa novedad.
—¿Qué harás ahora que serás luna de la manada, Aria? —Kendra le preguntó emocionada a través de la conexión.
—No lo sé, Kendra. Lo único que deseo es ser feliz —sonrió y se tiró hacia atrás, dejando que el frío nocturno rozara su piel.
—¿No harás nada en contra de los responsables de tu encierro? —preguntó su loba, y ella negó fervientemente.
—Jamás lo haría. Soy su luna y debo enseñarles que lo más importante es el amor y el perdón —susurró, aunque fue escuchada perfectamente. Su cabeza voló al imaginar su nueva vida junto a su mate. Su alfa.
Esa noche le costó conciliar el sueño; ya entrada la madrugada fue que pudo cerrar los ojos. Estaba impaciente; la ansiedad la consumía, los dedos le temblaban mientras los entrelazaba, jugando con ellos.
Su corazón tenía un ritmo acelerado y hasta sus sueños eran en torno a él: a Darius.
Mientras estaba en ese mundo de tranquilidad, apareció en su mente su cabeza hermosa, tan verdes como los de su amiga, su amplio pecho y esa aura que desprendía poder e imponencia.
Al día siguiente volvió a sus tareas diarias; no pretendía tampoco quedarse esperando, porque tal vez a él le costaría un poco más, a pesar de que ella era su mate.
Pero la sorpresa la golpeó al verlo de frente: imponente, hermoso. Llevaba una camisa blanca abierta que dejaba ver su pecho brillante, ligeramente bronceado.
Varios guardias lo acompañaban y la joven no sabía qué decir.
—Nada de “señor”. Ayer te diste cuenta de que éramos mates. Eres mía —sus ojos se volvieron amarillos y ella sabía que el que tenía el control ahora mismo era su lobo—. No puedo permitir que sigas quedándote aquí. Mi futura luna debe estar en un lugar mejor.
Hablaba pausado, pero no dejaba de tensar su mandíbula; sus manos estaban ligeramente apretadas y ella pudo notarlo. Pero lo entendió, porque era algo nuevo para ambos; ninguno se imaginó que se pertenecerían por mandato de la luna.
Ella no sabía qué hacer, si acercarse o salir huyendo, pero no se puede huir de tu destino, y ella lo deseaba. Fue su amor de infancia, la ilusión primaria que algunos llegan a poseer, y el vínculo no ayudaba para nada.
—Ven conmigo —estiró su mano en dirección a ella; sus esmeraldas redondas estaban clavadas en sus ojos.
Aquel simple gesto estremeció el cuerpo de la joven, que no podía con su corazón acelerado. Su loba aullaba de felicidad en su cabeza.
—Mía —pronunció aquellas palabras Kendra, dejando ver unos ojos de un azul neón, parecidos a un cristal intenso.
—¿Has recuperado a tu loba? —preguntó, y ella asintió con la cabeza.
—No del todo, pero siento su presencia —respondió esta vez la joven, tomando el control de su cuerpo.
Ella se acercó y tomó su mano; para ella fue el momento más maravilloso de todos. Fuegos artificiales imaginarios aparecieron frente a ella; una emoción increíble la arropó. Sentía ganas de llorar: felicidad, emoción, todo junto.
Darius apretó su mano con fuerza; solo la soltó cuando ella se quejó del dolor.
—Disculpa, es la emoción de haberte encontrado, mi luna —aquellas palabras derritieron a la joven—. Ahora vamos. Por el momento regresarás a casa de tu padre hasta el día de la boda; ellos te ayudarán con cada preparativo.
—¿Boda? —la pregunta salió de su boca sin querer, aunque era obvio que debían casarse.
—Sí, boda —soltó con los dientes apretados—. Mi mate no puede ser menos que mi esposa y la luna de esta manada —se tensó antes de tomar sus dos manos y mirarla de nuevo—. Sé que hemos tenido problemas, pero te prometo que voy a resarcir todo eso. Empezaremos a conocernos antes de casarnos, todo el tiempo que duren los preparativos.
Aria no podía creer lo que estaba viviendo; miró al cielo e imaginó a su madre al lado de su amiga.
«Por fin seré feliz».
#12 en Fantasía
#65 en Novela romántica
magia y amor, lobos vampiros y brujas, fantasía romance y magia
Editado: 02.11.2025