Loba traicionada

Un poquito de felicidad

Aria caminaba hacia la puerta, donde la esperaba el alfa Darius. Quedó de piedra al verlo parado allí; el hombre tomó su mano y ambos salieron de la casa.
Ese simple gesto la derritió. Los ojos de muchos se clavaron en ellos, pero ella se concentró en él; nada más importaba.

—Estás hermosa. Quiero... llevarte a caminar un rato, de verdad quiero que funcione —susurró con un tono más grave de lo habitual.

Las piernas de la joven flaquearon y suspiró, idiotizada por las palabras de Darius.

—Yo también quiero que funcione. No sabes cuántas veces soñé contigo estando en la cabaña —murmuró, bajando la mirada, y él la tomó de la cintura, pegándola hacia él.

—Olvida lo malo, cariño... deja que esas cosas desaparezcan —susurró y la besó, causando un estallido de felicidad increíble. Kendra daba saltos en la mente de Aria; el beso era lento y apasionado. En ese momento, el vínculo hizo de las suyas, y se dejaron llevar por ese instante.

—Eres preciosa, cariño. Eres tan... dulce —dejó un casto beso en sus labios y continuaron el paseo.

Ese día la llevó a recorrer la manada, la mostró delante de todos. La gente no la acusaba, pero sí había resentimiento en sus miradas.
Al día siguiente fueron a cenar a la casa del antiguo alfa y su luna, los padres de Darius. La tensión fue terrible, pero la joven la soportó. Hubo pequeños comentarios malintencionados que la dañaron.
Para Aria, nada importaba; solo ese rayo de esperanza llamado Darius.

Los preparativos de la boda siguieron, aunque no era mucho lo que servía su presencia. Su madrastra, hermanastra y la decoradora contratada eran quienes elegían todo.

—Me encanta esta decoración. Creo que estos arreglos florales están divinos —anunció con emoción la diseñadora, Atenea Farris, una mujer hermosa y distinguida. Los vestidos que descansaban en su cuerpo eran hechos para hacerla brillar.

—A mí también me encantan. Creo que se queda. Ahora probemos el pastel —animó la media hermana de Aria, y su madrastra no se quedó atrás, parecía que ella no estaba presente.

—Esas flores no me gustan. Creo que todo es demasiado ostentoso; me gustaría algo más... sencillo —murmuró, bajando la mirada. El olor de las flores de muestra la aturdió; definitivamente no le gustaban mucho.

—¡Qué! De ninguna manera, Aria querida —su madrastra se acercó a ella con falsa ternura—. ¿Sabes que Darius es nuestro alfa, cierto? —preguntó con cautela.

Aria movió la cabeza, asintiendo.

—Lo sé...

—Entonces tú debes darle lo mejor: una boda a lo grande. Piensa en la manada —su tono dulce no cuadraba con su extraña mirada—. Piensa en la manada, han habido más ataques por parte de los vampiros; necesitan una distracción lujosa. ¿No lo crees así, futura luna? —La mujer compartió una mirada con Atenea y con su hija, para luego observar a Aria.

—De acuerdo, elijan lo que sea mejor —sus palabras salieron en un susurro. Ella ni siquiera entendía para qué la querían allí; ninguna de sus opiniones era tomada en cuenta.

—Yo sé lo que le gusta al alfa... —Atenea dio un paso hacia ella y luego sonrió—. Soy buena en mi trabajo y sé que todo será perfecto —su sonrisa se volvió extraña, y continuaron escogiendo todo.

Aria, al terminar, salió al jardín; quería despejar su cabeza de todo.

"Detesto a esas mujeres" —gruñó Kendra en su cabeza.

—También yo, pero ellas tienen razón; yo no sé de decoración ni de moda —contestó. Se sentó en el césped; le encantaba conectar con la naturaleza.
Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, tratando de superar el estrés de esa boda. Ya habían pasado semanas y solo quería casarse con su alfa.

—Así que aquí está mi luna hermosa —la voz de Darius la hizo abrir los párpados y sonreír.

—Qué bueno verte, amor... —murmuró ella, sorprendiendo al alfa con aquellas palabras.

—Me encanta que me digas así, cariño —se acercó y besó sus labios, arrodillándose allí en el césped. Cayeron hacia atrás porque ella perdió el equilibrio.

Ambos sonrieron entre besos deseosos.

—Me tienes loco, mi luna —ella rodeó su cuello con los brazos y le correspondió con otro beso, más intenso.

—Ya quiero casarme contigo, amor; muero porque llegue el día —ella susurró en su oído.

—No más que yo, mi luna —el hombre la apretó contra su pecho y ella se derritió en sus brazos. No había duda de que cada día de sufrimiento estaba siendo reivindicado por la vida.




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