Loba traicionada

Antes del gran día

El día en la manada Moonshades había amanecido muy alegre. A pesar de los ataques constantes de los vampiros a las manadas, aún no atacaban de lleno, aunque podían destruirlos si quisieran gracias a la piedra que robaron el día de la muerte de Aveline.

Aria se observó al espejo. Su vestido rosa pálido decoraba su cuerpo y hacía que su piel se viera más delicada y hermosa.
Sin ánimos de arruinar su vida, bajó a desayunar. Su padre estaba allí, con el ceño fruncido y una mirada de reproche: esa que jamás le quitaba de encima desde su nacimiento.

—Buenos días —saludó de forma amable; jamás era descortés a pesar de cada desaire que recibía.

Una mirada fue todo lo que recibió, pero ya no le importaba mucho, o al menos no le dolían tanto. Una vida de desprecios por su parte la preparó para esto.

Su media hermana no paró de hablar de la boda; ya todo estaba listo. Aria no agregó nada, porque en realidad esa boda parecía de todos menos de ella, pero lo único que le importaba era saber que, en poco tiempo, sería la esposa del hombre que amaba.

Al terminar el desayuno decidió salir un rato al jardín; era el único lugar que tenía para respirar tranquilidad.

«¿Cómo te sientes con la boda? Espero que igual de ansiosa que yo», habló Kendra a través del link mientras aullaba de alegría.

—Me siento dichosa. Darius es… perfecto. Es el único hombre que amaré siempre —respondió en voz alta con tanta ilusión; sus ojos brillaban y sus mejillas estaban enrojecidas.

—Espero y eso sea cierto —un sonido grave y ronco se escuchó a sus espaldas, y ella se levantó para abrazarlo.
Estaba vestido con un pantalón negro y una camisa blanca que dejaba su pecho al descubierto. Su cabello estaba bien peinado y el aroma que desprendía era lo que más la embobaba.

—Mi amor… —suspiró, sintiendo la manera en que se tensaba. La apretó por la cintura y dejó que su boca tomara control de la de ella.
Los labios de Aria eran un manjar delicioso para ese hombre. Su beso fue delicado, aunque apasionado, pero después fue desmedido y feroz: su lengua recorría sin piedad cada rincón y, al terminar, mordió su labio inferior, causándole una leve cortada.

—Ay… —ella se quejó, y una gota de sangre escandalosa rodó desde sus labios.

—Lo siento, cariño, mis ganas por ti son una locura —besó de nuevo sus labios para parar la sangre; sin embargo, a ella no le importó.

—Te amo, Darius. Tú… eres lo único bonito que me queda —lo abrazó, abriendo su corazón, y él la tomó en brazos dándole un giro que hacía que todo desapareciera a su alrededor.

—Mañana es un día que espero jamás olvides, cariño —susurró él en su oído sin parar de girar, y ella sabía que era así; después de todo, el día de tu boda es algo que jamás se olvida.

El ambiente conspiraba a su alrededor. El olor suave de algunas flores y la hierba, más el suave cantar de los pájaros, hacía que el momento fuera único.

—Darius… —ella comenzó, una vez ambos estaban tirados en el césped: ella acostada en su pecho y él con un brazo doblado debajo de su cabeza y el otro rodeando la cintura de su futura luna.

—Dime, cariño —su tono era tan delicado que podría enamorar a cualquiera.

—Quiero pedirte perdón por lo de tu hermana —susurró.

Los ojos de Darius se oscurecieron y apretó el agarre en la chica.

—No pude salvarla, pero juro que lo intenté. Por eso mi loba quedó sellada… —su voz se volvió temblorosa y lastimera.

Los dientes del hombre chirriaron, aunque suspiró profundo.

—Ya… no importa. Por favor, no hablemos de eso —él se levantó y le dio un beso aún más intenso.— Debo irme. Nos vemos mañana, cariño. Mañana serás una mujer casada y tendrás lo que siempre has merecido.

Después de decir aquello, se alejó y ella quedó allí, enamorada y ansiosa por casarse con su alfa.




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