La habitación estaba en total silencio. Aria acababa de terminar su comida y dejó el plato a un lado. Trató de bajar de la cama, pero eso fue imposible.
—¿Tienes problemas de oídos? Te dije: quieres algo, me dices; te vas a bajar, me llamas —gruñó Herodes, y Aria volteó los ojos hacia arriba. Ese hombre la estaba frustrando.
—Iré al baño, no piensas entrar conmigo, ¿verdad? —Por primera vez en mucho tiempo se había permitido tratar a alguien mal, pero ya había colmado su cuota de dejar que la lastimaran.
—Sí lo voy a hacer. Seremos esposos, créeme que te voy a ver más que... Bueno, yo te llevo al baño —Herodes tenía un tono tenue y oscuro. Su voz era ronca, pero quedaba perfectamente con su cuerpo de casi dos metros, bien dotado.
—Pero todavía no somos esposos. Por favor, necesito ir al baño —trató de usar una mirada tierna con él, pero antes de que esto sucediera el hombre ya la tenía en sus brazos. En unas cuantas zancadas ya estaba en el baño. La dejó cerca de la taza y se dio la espalda para darle privacidad.
—No voy a poder hacer nada contigo allí —bufó, ya un poco irritada.
—Pues necesito ver que no te vayas a caer, estás muy débil —a pesar de su tono y de la manera como hablaba, ella sabía que no estaba siendo grosero.
—Sabes, es extraño que alguien se preocupe por mí. Por eso no estoy acostumbrada a que estés parado allí. ¿Puedes salir, por favor? —Su voz salió baja, pero era firme.
Herodes sintió su cuerpo estremecerse, no por la firmeza de sus palabras, sino por lo de que nadie se había preocupado por ella. Él no era el ser más amable del mundo, pero podía reconocer que ella sí lo era. No entendía la razón por la cual alguien trataría mal a tal persona.
Sin decir una palabra, salió de la habitación y se posó afuera de la puerta, esperando y activando su audición de lobo para escuchar hasta el más mínimo movimiento que diera. Jamás quiso casarse. La diosa luna le mandó una oportunidad: su destinada. Ella sería su luna, era lo que mandaba la ley. Pero no había un vínculo tal que lo hiciera volverse loco con ella; simplemente el olor intenso a canela, pero no había otra cosa que le gritara que era ella.
El mismo día que descubrieron que eran destinados, ella decidió rechazarlo. Dijo que jamás se casaría con un ser cruel como él, que vivía recolectando esposas, y ella no quería. Simplemente lo rechazó. También tenía un prometido y no lo quiso dejar. Herodes aceptó el rechazo sin inmutarse; no le importó absolutamente nada. Su condición de rey apenas le permitió sentir dolor.
La segunda chica fue regalada a él como una ofrenda de paz. El padre de la joven juraba que era la segunda oportunidad del rey, y en cierta manera él así lo sentía: estaba el olor, la atracción y el deseo de estar con ella, pero todo moría allí, en deseo.
Aquella mujer, por alguna razón, no le caía bien a ninguno de sus familiares, pero él la aceptaba porque era su destinada. Hasta que un día Kael descubrió un pequeño collar en el cuello de la joven. Ella tenía algo que a él no le gustaba, y al hacer un hechizo para revelar lo que escondía se dio cuenta de que no era la segunda oportunidad del rey, pero eso lo querían hacer creer.
Cuando se rompió en dos el embeleso que tenía, Herodes también pasó, y desde ese tiempo no ha querido casarse.
—Estoy lista —comentó muy bajito Aria, pero fue suficiente para que Herodes entrara sin más y la volviese a cargar.
Sus brazos fuertes la rodearon y ella solo pudo mantenerle la mirada. Era enorme, su cabello negro caía y se ondeaba con cada movimiento. Era realmente guapo.
Herodes la dejó en la cama y ella no le quitó la vista de encima. No encontraba por ningún lado esa maldad que le habían colgado. “Tal vez a él también le pasó como a mí... ¿será que no es como lo pintan?”, pensó la joven, recordando todas esas mentiras que habían dicho sobre ella.
—¿Por qué me ves tanto? —El hombre se sentó en la cama y se cruzó de brazos, queriendo parecer intimidante. Pero ya ella no tenía nada que perder, así que miedo no le tenía.
—Porque vas a ser mi esposo y tengo derecho de verte —alzó su barbilla con desafío, pero lejos de molestarle, le gustó su actitud. Primera vez en mucho tiempo alguien llamaba su atención, a pesar de que no sentía ningún vínculo con ella.
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Editado: 02.11.2025