Aria caminaba de la mano de Herodes, ambos recorrían el reino. Los ojos de la chica, por primera vez, apreciaban la belleza del lugar; antes, el dolor no la dejaba.
Por fin, desde que llegó al reino, una sonrisa genuina apareció en sus labios al detallar los amplios campos verdes llenos de flores de distintos colores. Varios olores reinaban en el lugar; se le hacía difícil identificarlos todos porque eran demasiados.
El canto de las aves y los pequeños ruidos de otros animales la tenían embelesada; su rostro estaba radiante y Herodes no se perdía ese momento.
—Pensé que no te había gustado; cuando llegaste aquí no te inmutaste ante este paisaje —comentó sin siquiera verla, tenía la mirada fija en el horizonte.
—No estaba pensando en nada, por eso una especie de tanta belleza —respondió bajo, con un poco de vergüenza en su voz, aunque el reproche de parte del hombre.
El rey le iba enseñando cada lugar, contándole una pequeña anécdota de todo. Los lugareños se acercaban a saludarlos, y la emoción que sentían de ver a su futura reina era única; nadie jamás había tratado a Aria así, y significaba mucho para ella.
Después de recorrer casi todo el reino, Herodes la guía hasta el bosque. Allí se entrenan los guerreros: había hombres con uniformes negros peleando entre sí; también había un pequeño grupo de magos haciendo levitar cosas, y entre ellos se encontraba Kael. Al verlos, el hombre se acercó a ellos.
—Sus majestades, bienvenidos al entrenamiento de hoy —le sonrió muy amable a Aria, y esto no le agradó a Herodes para nada.
—Creo que tus sonrisas estúpidas están de más —esa fue la respuesta del rey Herodes, aunque lejos de hacer molestar a su amigo, lo hizo sonreír; ya lo conocía.
—Me han dicho que quieres entrenar tu magia —comentó el joven sin dejar la amabilidad de lado.
—Sí, me encantaría aprender y ayudar a proteger mi reino —le devolvió la sonrisa y se alejó de su futuro esposo para seguir a Kael.
Los guerreros se detuvieron un momento para observar a su monarca. Era realmente digno de belleza, pero quitaron la mirada rápidamente al ver el rostro enfadado de su rey, así que siguieron entrenando.
—Venga, su alteza —comenzó Kael, y ella negó.
—Solo dime Aria.
—De acuerdo, Aria, esto es muy fácil. Solo tienes que concentrarte; el poder es tuyo. Visualiza lo que quieres —indicó Kael con naturalidad; lo menos que quería era asustarla.
Aria observó el cielo brillante y azul, pero de repente sintió ganas de saber qué se sentía verlo nevar, así que cerró los ojos y pensó en eso. Al principio no sucedió nada, y la voz del joven que la estaba entrenando llegó a sus oídos.
—No te preocupes ni te desesperes si no te sale a la primera. Respira hondo, relájate y hazlo.
La joven hizo caso, cerró los ojos y extendió las manos hacia el cielo. De repente, comenzó a sentir la energía vibrando en su cuerpo y, de repente, en su rostro caía algo frío. Al abrir los ojos, había una pequeña nube nevando donde estaban.
Era tanta su alegría que intentó abrazar a su entrenador, pero sintió la presencia de Herodes a su lado y este soltó un gruñido feroz.
Así que no tuvo más remedio que abrazarlo a él. Nadie se atrevió a ver cómo la falda se le levantó un poco cuando el rey la alzó para besarla; todos quedaron atónitos mirando una faceta totalmente nueva del rey Herodes.
—Viste lo que hice. ¡Yo lo hice! —ella siguió sin darse cuenta de lo que estaba haciendo; su emoción no la dejaba.
—Lo vi, cachorrita. Lo vi —la volvió a bajar, y ella quería seguir practicando. Necesitaba aprender a manejar toda la magia que poseía.
Después de ese día, a la misma hora, llegaba a entrenar su magia, y después pasaba la tarde entrenando cuerpo a cuerpo con Herodes. Cada día se llevaban mejor, y los momentos incómodos aumentaban cada vez más.
La hermana pequeña del rey, la princesa Dalila, estaba algo celosa porque no había podido pasar tiempo con su amiga, aunque de vez en cuando se la robaba para que viera cosas de la boda, a pesar de que ella se negaba porque aún no quería saber nada de eso.
—Aria… hoy estás hermosa, y quiero que veas pasteles conmigo para el día de la boda —anunció Dalila feliz, pero Aria se tensó; no quería saber nada de preparativos.
—Hija, creo que ella aún no está lista para escoger nada —la madre de la princesa dijo con dulzura, pero una voz grave salió desde su espalda, y Aria volteó su mirada para encontrar a su futuro esposo.
—Tranquila, yo acompaño a mi prometida a escoger todo eso.
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Editado: 02.11.2025