Zeus volvió a su forma humana, dejando ver el cuerpo de Herodes totalmente desnudo; los vampiros comenzaron la retirada despavorida.
—Kael, aquí —gritó el rey, y este se agachó para revisar a Aria.
Uno de los sirvientes que estaba cerca le entregó al rey una muda de ropa que no tardó en colocarse; al parecer, estaban preparados para esto siempre.
Herodes, una vez vestido, le tomó la mano y la llevó a sus labios, rogando en silencio que despertara. No podía verla así, le quemaba por dentro hacerlo.
—Cachorrita, despierta, debes abrir tus ojos —pedía una y otra vez al cuerpo inconsciente de su futura reina.
—Está bien, su majestad; fue solo el esfuerzo que hizo, está perfecta —informó Kael con una expresión de alivio, y Herodes no tardó en tomarla en brazos.
Todos estaban preocupados por el estado de la futura reina, pero no más que el rey, que sentía su pecho doler al verla así.
—Despierta, cariño, abre tus ojitos —seguía murmurando mientras caminaba de regreso. Cuando por fin llegó al castillo, los gritos de su madre y Dalila no se hicieron esperar.
—¿Qué ocurrió? ¿Qué tiene mi niña? —la madre de Herodes se escuchaba desesperada.
Eros, el antiguo rey, no tardó en abrazar a su esposa; él también adoraba a la pequeña.
—¿Qué sucedió, Kael? —Dalila preguntó al hechicero; sabía que en este momento su hermano no le iba a dar explicaciones.
Mientras este le contaba todo a los presentes, Herodes se dirigió a la habitación que compartían y la dejó descansar.
Por dentro, Zeus estaba enloquecido y furioso; quería arrancar la cabeza de cada uno de esos desgraciados, pero ya habría momento para eso.
—Cariño, despierta, hazlo, que no aguanto más —los puños del hombre estaban tan apretados que sus nudillos se habían palidecido. La puerta se abrió de pronto y la voz de Elías, su hermano, retumbó en la habitación.
—¿Cómo está mi chiquita? Necesito saber —también se oía desesperado; el estar en la pelea no le permitió acercarse antes porque estaba terminando de ahuyentar a esos desgraciados.
—¿No ves que está mal? Y no es tu chiquita, imbécil —su voz salió con un gruñido fuerte, pero Elías solo quería saber de ella. Todos en el reino estaban con el alma en un hilo por no saber de la futura reina.
Ese día pocos durmieron; cada quien esperaba noticias de la joven, que no despertó sino hasta la mañana siguiente.
—Herodes... Zeus... —murmuró Aria algo adormecida. Herodes de inmediato la ayudó a sentarse; él ni siquiera había dormido un segundo esperando este momento.
—¿Cómo te sientes? ¿Quieres algo? —soltaba una pregunta tras otra, y ella se aferró a su cuello; necesitaba sentirlo. En n su cabeza algo le había ocurrido, y eso no era una cosa que iba a permitir. No volvería a dejar que lastimaran a las personas que quería, y Herodes era una de ellas. Lo quería mucho.
—¿Estás bien? Pensé que te habían hecho algo... La última vez que me desmayé fue el día en que mi mejor amiga... —bajó la mirada, y él le levantó la barbilla con la punta de sus dedos.
—Yo estoy bien, tranquila. Me preocupé mucho; no vuelvas a hacer eso, no me asustes.
Herodes no esperó para plantar un beso en sus labios tanto que a ella le faltó un momento el oxígeno para respirar, aunque tampoco se quejó. Necesitaba ese contacto, saber que era querida y que se preocupaban por ella. Por eso no le importaba sebtirse mal si eso los haría quererla, por más que sabía que estaba mal, no le importó; había pasado tantos años sin afecto que ahora que lo tenía, quería cada vez más.
—Todos están preocupados por ti; si quieres, baja a verlos antes de desayunar y descansar. No quiero que te exaltes —murmuró con un tono extrañamente suave, muy poco habitual en el rey.
—No, Herodes, los quiero ver ahora. Diles que entren —susurró, y él no tuvo más remedio que cumplirle, porque no había nada en el mundo que él le negara.
Esa pequeña mujer lo tenía hechizado sin usar una gota de magia.
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Editado: 02.11.2025