Aria bajó con ayuda de Herodes al comedor, y allí se encontraban todos esperando por ella.
—Hermanita, despertaste —sonrió Dalila abrazándola, y ella le correspondió; esa gente era su familia, la única que había considerado como tal.— ¿Te sientes bien? —preguntó de nuevo sin dejar de revisarla; necesitaba darse cuenta de que lo estaba.
—Estoy muy bien, no te preocupes; usé mucha energía. —Se separó de ella y después la madre de Herodes la abrazó.
La mujer acariciaba el cabello de Aria sintiéndola cerca; sabía que esa joven era muy dulce y no merecía más que la felicidad.
—Nos asustaste mucho, pequeña; sé que eres la próxima reina, pero no te expongas así: tu reino no se puede quedar sin una monarca como tú —acarició su pequeña mejilla, y Aria solo podía sonreír con los ojos cristalizados que le entregaban; era demasiado.
—Eres nuestra hija también, Aria; trata de no darle más sustos a estos viejos padres —agregó Eros, y ella también lo abrazó. El hombre era unos centímetros más alto que Herodes, y eso hacía que la joven se viera más pequeña de lo que era.
—¿Dónde está mi niña linda? No sabes cuánto me asusté al verte allí, porque yo estaba allí —Elías, quien apenas entró al lugar, se le acercó sonriendo.
—Sí, él estaba; era el lobo marrón aullando de dolor en el suelo —soltó el rey Herodes con ironía mientras observaba a su hermano.
—¡Idiota, yo estaba luchando! —trató de defenderse, pero ya todos estaban muertos de risa.— La próxima vez te quedas aquí, ¿entiendes, mi pequeña? —en un movimiento rápido la abrazó porque sabía que no duraría mucho.
—Ya búscate una novia y cásate —Herodes colocó la mano en la frente de su hermano y lo alejó de ella; toleraba a su padre, pero no le gustaba que nadie más se le acercara que no fuese él.
—Bueno, ahora a comer; hay que anunciarle a la manada que estás bien. El reino entero está con los nervios de punta —explicó la madre de Herodes con una voz dulce.
—¿Qué mejor manera de decirle que está bien que con la boda? —Quiero que sea en dos días; ya no la quiero postergar más, ¿te parece? —le preguntó a su futura esposa, y esta asintió, aunque también se tensó un poco.
—Bien... yo... estoy de acuerdo —las palabras de la futura reina hicieron que los presentes compartieran una mirada preocupante; sabían que todavía no había superado el miedo a ser dejada en el altar de nuevo.
—Cachorrita... ya hablamos de esto, ¿no? Trata de no compararme con nadie —le tomó la mano frente a todos sin importarle lo que pensaran y se la llevó a los labios para besarla.
—Está bien, nos casamos en dos días —declaró la joven, y la mesa estalló en murmullos felices; ellos deseaban ver a esos dos juntos porque se lo merecían.
—Mandaré el anuncio a todas las manadas para que vengan. El gran rey supremo se casa y el reino de Luna Escarlata por fin tendrá una reina —Dalila aplaudió llena de emoción; adoraban mucho a esa pequeña joven y sabía que esta mujer había hecho feliz al amargado de su hermano.
Kael llegó hasta ellos veinte minutos después de que terminaran de comer; su rostro estaba algo serio y Herodes no dudó en preguntarle.
—¿Sucede algo? —su voz volvió a ser grave y no baja como cuando le hablaba a su prometida.
—Los vampiros están atacando las manadas con más frecuencia; ahora están buscando descendientes de elitar o cualquiera que tenga su sangre —explicó el hombre y Raia dio unos pasos hacia ellos.
—Yo soy un descendiente de elitar y creo que ya lo saben ellos —murmuró bajo.
—Lo saben, y por eso están buscando a quien puede contrarrestar tu magia; no les importa a quién se lleven: están matando a todos.
Esa confesión hace que el corazón de Aria duela; no le gusta que lastimen a los demás por su culpa, pero está dispuesta a acabar con ellos para que le paguen todo el daño que le hicieron.
—Perfecto, debemos estar atentos; si quieren atacar al reino, después de la boda los entrenamientos para aprender a utilizar mi magia deben ser más fuertes.
—Cachorrita, no; es muy peligroso que te enfrentes a ellos.
—Lo sé, pero no podemos dejarlos seguir dañando.
—Tienes razón, cachorrita; después de la boda iremos a cazarlos a ellos —declaró Herodes con su mirada ensombrecida; nada iba a dañarles el momento.
Mientras en el reino de Luna Escarlata todo era alegría y preparativos, un poco más allá, a kilómetros de distancia, se encontraba la manada de Moonshades; la gente estaba aterrada: se escuchaba un ataque inminente porque estaban buscando algo.
El alfa Darius yacía en su despacho con un vaso de whisky en la mano; se había vuelto rutina desde que se casó: su esposa vivía más en las tiendas que con él, atendiendo la manada, y su cabeza no dejaba de pensar en esa pequeña loba que rechazó. Todos los días sueña con su mirada abatida y también con la última mirada que le dio, llena de vacío y dolor.
—Alfa, ha comenzado el ataque —Cédric, el padre de Aria, entró corriendo y agitado para avisar del ataque.
—Alisten a los guerreros; sabía que esto llegaría, jamás no los habían atacado, pero era cuestión de tiempo para que lo hicieran —anunció Darius partiendo el vaso de cristal contra el suelo y saliendo a defender a los suyos.
—Espera, hijo... Voy con ustedes —el padre del alfa no dudó en ir con ellos.
—Creo que vinieron por Aria —informa Cédric mientras camina.
—¿Qué? ¡Esa desgraciada asesina, sigue dañándonos aún sin estar aquí! —espeta el antiguo alfa con la vena en su cuello palpitando de rabia.
—Sí, están atacando a todas las manadas para encontrar a una elitar; imagino que ya descubrieron que aquí hay una, y por eso vinieron por ella, pero ya no está —sigue dando la información Cédric y Darius aprieta los dientes.
—Tal vez ya está muerta; el rey supremo le gusta matar mujeres —comentó con desprecio mientras se adentraban en el bosque, ese mismo lugar donde desapareció la hija del antiguo alfa.
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Editado: 22.11.2025