Loba traicionada

Votos

El rey Herodes tomó las manos de su futura esposa con la delicadeza con que se debe agarrar una vasija frágil, aunque él sabía muy bien que no lo era.

Sus ojos fríos y oscuros conectaron con los de ella; entonces se suavizaron de inmediato. La calidez la llenaba de esa seguridad que tanto necesitaba.

—Aria, mi pequeña cachorra sin familia —comenzó, haciendo que sus palabras hirieran a Cedric.

El padre de Aria bajó la mirada. Se lo merecía.

—No soy de palabras, así —gruñó—, pero quiero declarar delante de todos que eres mía... —sus palabras rompieron el silencio—. Lo eres desde el momento en que te observé, desde el instante en que tu dolor se convirtió en el mío —su agarre se apretó más sobre sus manos sin hacerle daño—.

—Aria, mi pequeña cachorrita y reina de todos los lobos, prometo darte el equivalente de tus lágrimas en alegría. —Soltó una de sus manos para acariciar su rostro.— Prometo poner el mundo a tus pies y acabar con quienes me digas.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, aunque no las dejó caer; solo su labio temblaba por el cúmulo de emociones que experimentaba.

—Te acepto como mi esposa para venerarte y honrarte hasta que nuestras almas desaparezcan. Cuidaré de ti igual que lo he hecho con mi reino, porque ahora somos uno solo.

No esperó nada y la besó, dejándola sin aliento. Eros carraspeó, pero a él no le importaba y solo disfrutaba de los suaves labios de Aria.

Cuando se separaron, había sonidos de ternura llenando el aire, aunque un pequeño grupo de tres mujeres era consumido por el odio.

—Suéltala, hijo, es el turno de ella —indicó Eros, pero Herodes la mantuvo cerca de su pecho.

Aria sonrió ante su posesividad. No sabía qué decir; todo su mundo gris pasó a ser de colores gracias a ellos, y ni siquiera se había percatado de su antigua manada ni del hombre que la quebró.

—Herodes Nightwolf, aquí, delante de todo nuestro reino, quiero darte las gracias —levantó la voz, y a pesar de lo cerca que él estaba, no le molestó su tono—. Me hiciste vivir por primera vez, me regresaste las fuerzas —sonrió, perdida en su mirada—. Tú y tu maravillosa familia me dieron el cariño que jamás tuve. —Ahora era ella quien lo tomaba de las mejillas.—

—Mi rey Herodes Nightwolf, prometo cuidarte y respetarte, serte fiel siempre y amarte hasta que ninguno de los dos respire. —Se olvidó del resto.—

—Te amo, Herodes —susurró, pero los oídos sobrenaturales lo oyeron claro—. No sé cómo, pero pasó, y desde hoy eres tan mío como yo tuya. —Fue directa a sus labios, y mientras el beso se hacía más intenso y los aplausos estallaban en cascada, algo ocurrió: Aria se separó y suspiró hondo; sus ojos azules se tornaron de un rojo intenso.

Herodes aspiró el aire y sus ojos dejaron ver a Zeus presente.
El aire se llenó de algo diferente; había una tensión que todos sintieron.

Darius no entendía lo que ocurría. Solo apretaba los puños, porque no podía creer que esto estuviese pasando. Ella era la destinada que le regaló la Luna, y debía haber algo que se pudiera hacer. Caminó unos pasos, decidido a cometer una locura; se la iba a llevar, y después se encargaría de ganarse su perdón. Aunque el siguiente paso que intentó dar no lo pudo hacer; lo que vio y escuchó lo devastó.

—Mate... mío —la voz de Aria era grave, y había dos seres allí.

—Mía —contestó Zeus, y sin esperar nada acortó la distancia. La catedral retumbó por los aplausos.

—Por fin conozco a mi cachorrita —Zeus murmuró en sus labios.

La madre del rey lloraba de emoción. Su hijo tenía otra oportunidad, y era la mejor de todas.
Los ojos de ambos monarcas cambiaron nuevamente, y Aria lo abrazó por el cuello, emocionada.

—Regresó... Kendra regresó... —ahora lloraba sin más, y su esposo la rodeaba sin querer apartarse de ella.

—Mía... mi cachorrita, y sí, Kendra volvió, cariño —susurraba para ellos; estaban a solas y no delante de mucha gente el día de su boda.

El olor a licor y chocolate hacía emocionar a la novia.

Dalila aplaudía y gritaba al igual que la mayoría de los presentes.

De pronto, la voz del antiguo rey Eros los hizo salir de su burbuja de embeleso.

—Por el poder que se me confiere como antiguo monarca, los declaro marido y mujer. —Sonrió fuerte.— Puedes besar a la novia... ¡Que viva la reina Aria y el rey Herodes! —vociferó, y en manada los demás hicieron lo mismo.

—¡Que vivan el rey Herodes y la reina Aria, que vivan! —seguía una y otra vez.

El rey la arropó con su cuerpo y no abandonaba sus labios. Eran una droga, y más ahora que ella había resultado ser su hermosa destinada.

—Felicitaciones, hija —la madre del rey se acercó a la reina, llenándola de besos.

Dalila también saltó encima de Aria, pero cuando tocó el turno de Kael y Elías, él puso una mano frente a ellos.
—Basta de abrazos por hoy, eso la cansa.

Entrelazó sus dedos y la sacó de allí para caminar por el pasillo. Todo el reino, toda la manada, aplaudía alto, estremeciendo las paredes del gran lugar.

Cedric, el padre de Aria, se acercó colocándose frente a ellos, ya en la salida.

—Felicitaciones, hija, yo... —murmuró con voz temblorosa, pero ella ya no era la misma y no quería serlo.

—Amor... —comenzó, sin dejar de ver al hombre que debía amarla y solo la odió—. Él es el beta de la manada Moonshades, tiene una hija y una esposa. —Sus palabras golpearon al hombre que la engendró; eran cuchillas.

Herodes clavó sus ojos en él, y de solo recordar el infierno por el que pasó su cachorrita, quería arrancar su cabeza.

—Suelo ser poco paciente y cero hipócrita. Si no estás muerto ahora mismo es porque Aria no me lo permite, pero necesito que te apartes antes de que no me controle —gruñó con un sonido gutural que lo hizo temblar.

Él no dejaría que le arruinaran el día a su pequeña. Ya no.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.