Los brazos del rey Herodes tomaron a su esposa y la levantaron, dejando a todos los presentes anudados; estampó sus labios con los de ella en una clara declaración de que ella era de él y de nadie más.
Zeus gruñía en lo profundo de su mente; podía sentir la presencia del antiguo mate de su cachorra y no estaba dispuesto a arriesgarse. No quería que estuviese cerca; el solo imaginarse el dolor por el que pasaron Kendra y Aria por causa de esos idiotas lo tenía al límite, tanto que quería tomar el control y arrancarles la cabeza.
Un jadeo bajo salió de la boca de la reina, quien no apartó la vista de él en ningún momento.
—Nos están viendo, rey —susurró con las mejillas rojas, y algo que jamás pensó escuchar de parte de él brota del pecho del rey.
Una carcajada baja y ronca escapó de sus labios; el sonido se grabará para siempre en los oídos de la reina, quien queda anonadada por lo que él le acaba de regalar.
—Wow... —susurró, porque no podía decir nada más; la emoción no la dejó.
—No me importa lo que piense la gente, me importa lo que piense mi esposa, mi reina, mi pequeña y dulce cachorrita —volvió a estampar sus labios contra los de ella, causando murmullos de asombro y de felicidad en la mayoría de las personas presentes.
Darius se acercó hacia ellos, se soltó con rabia del agarre de su padre; sentía el corazón palpitar igual que lo harían miles de caballos galopando una gran sabana. No podía describir el dolor tan grande que sentía al verla a ella así; miraba sus ojos brillando porque otro la besó, dejándose amar por alguien más que no era él. Y ahora, ¿qué podía hacer? Yo nada era válido; la mate que le regaló la diosa Luna ha sido entregada a otro, y ella se veía más que complacida por estar en sus brazos.
Herodes sintió la presencia del alfa de la manada Moonshades; de inmediato llevó a su mujer hasta el centro de la pista. La decoración brillaba; había luces, cristales por todos lados, fuentes que brotaban colores ligados al agua. Pero él se detuvo en el medio y levantó su mirada hacia arriba para que ella hiciera lo mismo.
—Disfruta, cachorrita —cada palabra salía grave, con un tono que hacía vibrar cada fibra del cuerpo de la nueva reina.
Ella le hizo caso y levantó la mirada. Su rostro quedó totalmente de piedra al observar el cielo, que ahora era un lienzo con tonos de varios colores; rayos rosados, rojos y amarillos comenzaron a girar en forma de remolinos. Alguien hizo nevar, y la imagen de los copos de varios tonos era algo impresionante.
Ella no dejaba de admirar el show que había preparado su esposo para ella. Notó que las manos de Kael, junto a la de otros brujos y hechiceros, estaban a cargo de ese espectáculo.
Fuego también comenzó a bajar del cielo, pero no era en el tono de siempre. Este era azul; luego salía otra bola de color verde, y así un arcoíris de candela se mostraba ante todos.
—Esto es hermoso... yo... gracias, mi rey —comentó, tomando su rostro con una de sus manos delicadas—. Gracias, esto es increíble.
—No, mi reina; la única increíble eres tú. No voy a descansar hasta que cada cosa triste que viviste se haya borrado de tu memoria.
Las lágrimas de la mujer cayeron en cascada; no los pudo contener. Cerró los ojos un momento y, al abrirlos, levantó su mano; un rayo hizo que el cielo se iluminara y, en medio de todo lo que los hechiceros estaban haciendo para ella, el rayo que salió de sus manos creó una frase:
Te amo.
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Editado: 22.11.2025