Darius se colocó en pie con la respiración agitada, sus ojos cambiando de color dejaron ver la presencia de su lobo, deseaba arrancar a su mate, a la mujer que ahora sabía que amaba con usted y que no estaba dispuesto a perder.
—Aria... —susurró y esta vez fue ella quien dio un paso al frente. Ya no tenía la postura relajada de siempre, tampoco había una sonrisa amable; esta vez algo extraño pasaba por su rostro, su frente tenía una arruga que delataba su enojo.
—Reina Aria —bramó alto para que todos oyeran—. Dio un paso hacia él sintiendo en su corazón algo que jamás había percibido; no era calor tampoco calidez, era algo oscuro. —Soy la reina Aria y tu insolencia está tentando tu suerte —levantó su mano con cuidado e hizo un puño que causó que en su piel inmaculada aparecieran venas rojas y entonces Darius cayó de rodillas.
Todos los presentes quedaron sorprendidos, ya nada podía sorprenderlos o al menos eso pensaron porque estaba sucediendo; sus rostros estaban pálidos, Cedric, su esposa y su hija no se atrevían a decir una palabra por miedo, sus cuerpos estaban temblorosos, esa persona ante ellos no era la misma chica que se fue.
—Necesito que todos tengan claro quién soy, soy una reina benévola que cuidará de todos ustedes mientras reciba respeto —no sabía quién hablaba, no era Kendra, la valentía salía de su interior de lo más profundo. Por un instante se vio tirada en aquella cabaña donde fue encerrada por dos años y esto solo empeoraba todo—. Ahora repita quién soy —sus ojos oscurecieron, no era el color de Kendra; eran negros igual a la noche, fijos y vacíos.
Cualquiera pensaría que el rey intervendría al ver a su pequeño rayo de sol salirse de su compostura, pero en el rostro del rey había orgullo, una de sus comisuras estaba ligeramente elevada, su pecho ardía de alegría, esa era su reina.
—Repite —volvió a decir, esta vez su sonrisa era más dulce, pero eso solo daba más miedo. Un grito salió de Darius al sentir que lo estaba abriendo desde adentro, sus entrañas se apretujaban.
—Reina Aria —jadeó exhausto; a pesar de ser un alfa, él no entendía qué ocurría, pero lo estaba doblegando.
—Bien... sigan disfrutando de la fiesta —se giró hacia su rey dejando a Darius sin dolor alguno; este estaba sorprendido, sus ojos muy abiertos y su corazón latiendo demasiado rápido; había miles de preguntas en su cabeza, pero estaba seguro de que ella no las iba a contestar.
La joven se acercó hacia su esposo y este la tomó de la nuca para darle un beso posesivo que dejara claro lo que ya era obvio: era de él, era su reina y esto no lo romperían jamás.
—Lo siento —susurró pegada a su boca, con su tono tembloroso ante el arrebato que había tenido.
—No tienes nada de qué disculparte, eres la reina y debes hacerte respetar —Herodes la cargó de pronto dejando a los demás allí, mirándose entre sí, sus padres sonreían, nada de lo que hacía esa chiquilla era mal visto ante sus ojos.
El hombre desapareció bajo la mirada de todos, caminando a un vehículo que los llevaría a su luna de miel. No lanzaron ramos ni esperaron que les tiraran pétalos de rosas, solo se alejaron de esas personas para poder estar solos al fin.
Una limusina esperaba por ellos, Herodes vio la puerta y la dejó descansar en el asiento para después subir a su lado.
—Adelante —fue la orden que le dio el chófer y este, sin esperar nada, arrancó llevándolos al primer día del resto de toda su vida.
#6 en Fantasía
#43 en Novela romántica
magia y amor, lobos vampiros y brujas, fantasía romance y magia
Editado: 22.11.2025