Loba traicionada

Fuerza naciente

La habitación olía delicioso: chocolate, rosas blancas, anís y menta; todo estaba concentrado en esas paredes.

Aria perdió el control y hundió sus dientes en el cuello de su rey mientras él la llevaba con su descarga de placer.

El cuerpo de Herodes sintió un maremoto de emociones y sensaciones, millones de terminaciones nerviosas hicieron vibrar la punta de su miembro, la presión en sus esferas creció y volvieron a llenarse, no aguantó más y, mientras su más grande clímax era experimentado, él tomó el rostro de su esposa y giró su cuello para esta vez ser él quien la marcara. Algo extraño ocurrió: la recámara se iluminó y varios destellos se dejaron ver, el frenesí que continuó hizo que volvieran a entregarse, esta vez con más fervor.

Herodes gruñía llenándola una y otra vez, sus manos acariciaban su piel delicada y ella ahora era fuego. Giró para estar encima de él y, enloquecida de deseo, buscaba más contacto, gritando a la vez que era saciada. Los besos eran pura pasión desbordada y no solo eso, también era un nuevo comienzo para ambos, era el fin de su frialdad y el comienzo de la seguridad de ella.

—Cachorrita... —murmuró cuando sintió que explotaba de nuevo dentro de ella.

Aria sentía su palpitar, el sonido encharcado y aquella sensación de liberación al dejarse ir con él. Sus piernas perdieron dureza y ahora temblaban, su pecho ardía y sus ojos no se mantenían abiertos, y así ella cayó en la oscuridad, aunque no sentía miedo, solo paz.

Mientras la habitación era un lugar donde dos respiraciones no solo se acompasaban, sino que se volvían una con los aromas que los rodeaban, en otro lugar un hombre caía de rodillas.

—¡Maldición! —el grito de Darius se oyó por todo el bosque, estaba fuera de sí, golpeaba todo a su paso y maldecía a la luna cuando el único responsable fue él; nadie más rechazó a Aria, nadie que no fuera él la ilusionó para después destruirla pública y emocionalmente.

—Mi amor... —sus pasos lo llevaron al bosque donde la volvió a ver, donde se dio cuenta de que era su destinada; en aquel momento lo vio igual a un castigo, no imaginaba que era el más hermoso de los regalos.

«Mi amor... te amo». En su cabeza se repetían las palabras de Aria, la imagen de ella en su pecho tirada en el césped apareció ante sus ojos, él estiró sus manos para tocarla, para regresar el tiempo y amarla en ese preciso instante, para huir con ella de ser necesario, pero no podía, era un simple espejismo producto de su mente cruel.

—Aria... —cayó de rodillas, su cuerpo impactó la tierra, pero nada iba a regresársela porque ya no dependía de él, sino de ella.

Recordó el rostro de la que fue su amada en brazos de ese rey; su mirada no solo se parecía a la que le daba a él, era diferente, segura; ella estaba completamente convencida de que amaba a Herodes y de que era correspondida.

—Mi amor, perdón —continuaba llorando sin alma; sus decisiones lo habían hecho perderlo todo, por una persona que los traicionó a todos, por una mujer que prefirió el amor a su propia sangre, y él, que hizo lo correcto y que prefirió a su sangre, a su hermana antes que a su felicidad, le sucedía esto.

—Es injusto —gritó envuelto en la desesperación sin parar de destrozar, pero en realidad quería dejar de existir, ya nada valía porque ella no estaba allí. El ambiente estababse enfrío más y el vacío reinaba en la noche.

Más allá de las montañas, en la parte más alta y fría, una joven estaba furiosa por no obtener a alguien para detener a la mujer que estaba impidiendo los ataques.

—Ya hemos buscado en todas partes, mi señora, y no hay otra elitar —anunció un hombre, temblando.

—Pues no han buscado lo suficiente... hay que matar a esa desgraciada —sus ojos estaban rojos de furia.

—Cariño... ven, deja que tu amado te calme, mataremos a esa perra y tú serás la única con poder... —un hombre de piel pálida se acercó y la tomó de la cintura; después puso sus dientes en su cuello y comenzó un frenesí de locura, ella también lo mordía a él y para ellos era perfecto. Lo que ignoraban era que su imperio de terror estaba a punto de colapsar, porque esa misma noche algo había cambiado, algo que no esperaban se estaba formando y sería su ruina, todas las manadas destrozadas serían vengadas y su piedra ya no les serviría para doblegar a los lobos.




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